A 50 AÑOS DEL 25 DE ABRIL: UNA REVOLUCIÓN EN PORTUGAL (1974-1975)

Dedicamos este dossier al 50 aniversario de la Revolución portuguesa, un acontecimiento del que, a pesar de la proximidad con el país vecino, no se ha escrito mucho en castellano y que es muy rico en enseñanzas para los y las que aspiramos a derribar el capitalismo. Para profundizar, os recomendamos la lectura de «Abril sin octubre, lecciones de la Revolución portuguesa» del militante de IZAR Adrián Mora, editado por Cangrejo Rojo.

El 25 de abril de 1974, un golpe de Estado llevado a cabo por una organización surgida en el ejército portugués, el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), acababa con la dictadura fascista más longeva de Europa. Al golpe siguió una oleada de movilizaciones que entre el 25-04-1974 y el 25-11-1975, pusieron en cuestión la continuidad del capitalismo en Portugal y abrieron la puerta al socialismo. Los hechos que acontecieron en Portugal aun resuenan, mostrando importantes enseñanzas para todos aquellos y aquellas que quieren acabar con el capitalismo.

  1. Las guerras coloniales: episodio 1 de la Revolución portuguesa

El origen del golpe de Estado (y su transformación en una revolución) hay que buscarlo en la coincidencia de tres factores: las guerras coloniales, la crisis económica mundial que se desató a partir de 1973 y el ascenso de un movimiento contestatario desde finales de los años 60, muy acentuado en los meses previos al 25 de abril.

En el marco de los procesos de descolonización que siguieron a la II Guerra mundial (1939-1945), las antiguas colonias de los países europeos fueron imponiendo su independencia. Portugal no sería menos: su duro sistema colonial, basado en una explotación brutal de la mano de obra, fue contestado por movimientos que pasaron a la lucha armada y que obligaron a la metrópoli a invertir cada vez más recursos en un conflicto que fue desgastando la dictadura. Así, desde principios de los años 60, Portugal se empeñaba en mantener una guerra contra los movimientos de liberación en las colonias de Guinea, Mozambique y Angola que estaba asfixiando su economía y erosionando su posición internacional: en los 70, el Estado tenía que invertir un 40% de su presupuesto para mantener el esfuerzo bélico. Al desgaste económico, se sumaría un aumento del descontento dentro del ejército, que percibía que la guerra no podía ganarse.

Este descontento acabó estallando con la publicación de unos decretos gubernamentales en el verano de 1973, que pretendían solucionar la falta cada vez mayor de oficiales salidos de la Academia militar, donde los candidatos habían ido disminuyendo con el tiempo. Para ello, se habilitó la posibilidad de que oficiales milicianos se convirtiesen en oficiales profesionales sin tener que pasar por dicha academia. Esta medida provocó una reacción corporativa por parte de la oficialidad de carrera por ver menoscabada su posición profesional, lo que conllevó que a partir de septiembre de 1973 comenzaran a contestar los decretos. Así, reunión tras reunión este movimiento iría creciendo en organización y evolucionando al calor del propio contexto, concluyendo que la única manera de acabar con la guerra era acabar sin el gobierno. Es así como se formaría el conocido como «movimiento de los capitanes» o MFA.

Este proceso coincidió con una crisis económica de carácter mundial, contexto en el que la contestación social aumentó dejando la dictadura salazarista, en aquel momento gobernada por Marcelo Caetano, cada vez con menos apoyos: unos 100.000 trabajadores y trabajadoras se vieron implicados en conflictos laborales en los meses previos al 25 de abril, mientras el movimiento estudiantil tenía un fuerte impacto en institutos y universidades. A esto se sumarían, además, los propios intereses de la burguesía portuguesa. Unas cuantas empresas controlaban gran parte de la economía, y tenían que enfrentarse a una contradicción: las colonias eran una parte importante de sus beneficios, pero el mantenimiento de la guerra suponía un fuerte coste, que además afectaba a las relaciones internacionales. Acabar con la guerra era una necesidad, pero no así terminar con el dominio colonial.

Así, cuando el 25 de Abril se ejecutó el golpe de Estado por parte del MFA, ni las clases populares, ni los sectores intermedios, ni la burguesía, tenían nada que ganar con la dictadura, y no había nadie para defenderla.

  1. 25 de abril: el pueblo irrumpe sin ser invitado

El 25 de abril fue diseñado como un golpe de Estado, por lo que no se contaba con la participación popular. Sin embargo, esta fue masiva. Las imágenes del día y los informes de las unidades militares transmiten la emoción, la ilusión, la fuerza y la rabia de un pueblo que aprovechaba la ocasión para acabar con la dictadura. La confraternización con los soldados fue inmediata, y la percepción de que el Estado se había quedado sin defensas también.

En los siguientes meses, una oleada de movilizaciones sacudiría Portugal. Con unas organizaciones políticas y sindicales débiles (con excepción del PCP, el partido con mayor implantación entre la clase obrera), los movimientos populares se lanzaron a las calles, protagonizando huelgas, manifestaciones, ocupando casas, depurando a los cargos de empresas identificados con la dictadura, etcétera. Para llevar a cabo estas acciones, se multiplicaron unos organismos elegidos en asambleas, las comisiones (de trabajadores/as y de vecinos/as), que se extendieron por barrios y empresas de todo Portugal. El pueblo portugués tomaba en sus manos una democracia que le había sido negada durante décadas.

Además, en la zona del Alentejo, caracterizada por el latifundismo y la existencia de una mano de obra jornalera sometida a duras condiciones de vida, el movimiento pasó de las reivindicaciones laborales a la ocupación de tierras: a finales de 1975, se habían ocupado más de 1 millón de hectáreas.

Estas acciones tuvieron su causa más inmediata en las necesidades económicas, por lo que las reivindicaciones tenían que ver con mejoras de salarios, reducción de las jornadas de trabajo, vacaciones pagadas, casas dignas, etcétera. Pero, a través de ellas, se ponían en cuestión tanto las relaciones entre patrones y trabajadores en cada centro de trabajo, como las relaciones sociales que la sustentaban, es decir, el sistema capitalista. En Portugal se percibió, de manera natural, una sinonimia entre dictadura fascista y capitalismo, que llevó a que en las luchas se produjeran saltos de conciencia que naturalizaron el socialismo como única salida posible al problema colonial, económico y social que originó todo el proceso.

  1. La lucha de clases en Portugal: el problema del poder

El 25 de abril puso en evidencia que el Estado había quedado debilitado: las fuerzas policiales, identificadas con el régimen, quedaron sin capacidad de reprimir a la población; la PIDE/DGS (la policía política del régimen salazarista) fue desmantelada (el mismo día del golpe sería cercada por la población dispuesta a acabar con ellos); y el ejército estaba atravesado por las contradicciones del momento, dominado por un MFA en evolución y con unos soldados en proceso de confraternización con la población. Esta debilidad se mostró, sobre todo, cuando se intentaron reprimir movilizaciones, como en el caso de una manifestación de LISNAVE (industria naval) en septiembre de 1974, que fue prohibida por el Gobierno pero llevada a cabo, frente a una infantería de marina desplegada para evitarla que acabó abriéndole paso; o en una manifestación convocada por diferentes comisiones de trabajadores el 7 de febrero de 1975, en la que una unidad del Regimiento de Artillería Ligera de Lisboa (RAL 1), que tenía como cometido proteger el Ministerio del Trabajo, giró sus armas hacia el mismo cuando la manifestación llegó al lugar, fundiéndose con los cánticos de los trabajadores y trabajadoras.

Sin embargo, debilitado no quiere decir desmantelado: el Estado aún seguía allí, y sería escenario de la pugna entre diferentes proyectos políticos que acabarán por representar los intereses de las clases y fracciones de clase en contradicción.

Del 25 de abril surgiría una estructura provisional (Gobiernos, Consejo de Estado…) compartida por el MFA y partidos de izquierda (Partido Socialista, Partido Comunista Portugués) y derecha (Centro Democrático Social, Partido Popular Democrático). La burguesía portuguesa no podía tolerar las movilizaciones, pero carecía de herramientas para acabar con ellas. Por eso, lo primero era instalar un poder fuerte que asegurase una transición tranquila hacia un modelo liberal. De ahí que apostara todas sus cartas al general Antonio de Spínola, que había sido elegido presidente de la República a instancias de un MFA con el que, no obstante, se enfrentaría desde un primer momento, sobre todo por la solución a dar al problema colonial. Así, los meses de mayo a septiembre de 1974 estarán marcados por la lucha por el dominio del aparato del Estado entre este general y el MFA, enfrentamiento que culminará con la convocatoria de manifestación (conocida como mayoría silenciosa) el 28 de septiembre de 1974, que pretendía ser el pretexto para la declaración de un estado de sitio que permitiera actuar con mayor margen a Spínola. La manifestación sería derrotada por las propias movilizaciones populares, que incluso irían más allá del ejército, el cual no jugaría un papel hasta bien avanzada la intentona. Los trabajadores y trabajadoras cerraban así una primera fase de la revolución venciendo el primer gran intento de la reacción. La rueda giraba a la izquierda. El segundo intento, protagonizado por un A. de Spínola ya fuera del poder, será el 11 de marzo de 1975, mediante un golpe de Estado de nuevo detenido por las movilizaciones populares (esta vez con participación activa de las unidades más radicalizadas del MFA y del ejército).

Con cada intento de golpe, la situación política giraba más a la izquierda, en un contexto de efervescencia y multiplicación de comisiones de trabajadores/as y vecinos/as. Tras el 11 de marzo se instauraría el IV Gobierno provisional, y se tomarían medidas más radicales, debido al empuje del movimiento obrero: nacionalizaciones (comenzando por banca y seguros), reforma agraria, etcétera. Sin embargo, la propia situación estaba marcada por una contradicción: las movilizaciones populares habían presionado para la toma de estas medidas, las formas de autoorganización se habían extendido, pero el poder seguía estando en manos del Estado. Y esto generaría una falsa ilusión, una confianza en las estructuras estatales que, al fin y al cabo, estaban llevando adelante la Revolución. Un artículo aparecido en el boletín del MFA tras el 11 de marzo era claro al respecto: «Empieza el socialismo».

Esa confianza en el Estado hizo innecesarios, a los ojos de miles de portugueses/as, dos cuestiones fundamentales: la centralización de las comisiones en órganos nacionales/estatales, lo que lo podrían convertirlas en un contrapoder y una alternativa política a los Gobiernos provisionales. Y la necesidad de armar ese contrapoder, dado el papel que el ejército estaba jugando.

  1. El Verano caliente y el fin del proceso revolucionario

La primavera de 1975 supuso el auge y el comienzo del fin de la Revolución portuguesa. Para ello confluyeron varios factores: la debilidad de la izquierda revolucionaria y el ascenso del PS como alternativa al PCP, legitimado por los resultados de la Asamblea Constituyente.

Así, aunque la influencia de los partidos de la izquierda revolucionaria no era pequeña, estos eran débiles, su creación reciente y tenían poca implantación (con algunas excepciones). Por tanto, el movimiento obrero se vio influenciado cada vez más por dos organizaciones: el PCP, que había sido hostil a las movilizaciones que escapaban a su control y no dejaba de reforzar la autoridad del Estado; y el PS, un partido también joven pero que de manera oportunista supo explotar las contradicciones generadas por el PCP en su práctica cotidiana (hostigamiento a los movimientos autoorganizados, formas burocráticas de funcionamiento…), haciendo bandera de la democracia y de un socialismo alejado de las experiencias de Europa del este, poco atractivas para la clase obrera de Europa occidental, conduciendo a una parte importante de las clases populares portuguesas hacia un modelo de democracia burguesa.

De hecho, será el PS la nueva opción en la que la burguesía portuguesa (y la mundial) pondrán sus esperanzas. El hecho definitivo que le daría legitimidad serían las elecciones a la Asamblea Constituyente (25 de abril de 1975), que supusieron una importante victoria para esta organización. A partir de ahí, la pugna que PS y PCP tenían por el dominio político se trasladará a la calle de manera directa: movilizaciones por los conflictos acaecidos el 1 de mayo, manifestaciones del PS por los casos República y Radio Renascença, etcétera.


A la vez que el PS se erguía como cabeza de la contrarrevolución y ocupaba cada vez más la calle, en la zona norte del país, dominada por la pequeña propiedad y con mayor influencia de la derecha, crecían las manifestaciones reaccionarias que terminaban con destrucción de sedes de organizaciones de izquierda, así como aumentaba la acción terrorista de grupos de extrema derecha. El verano de 1975 quedaba así conocido como el «verano caliente». El proceso revolucionario se iba quedando aislado tanto territorial como socialmente.

Sin embargo, la cuestión principal seguía siendo el control del aparato del Estado. Y esto pasaba por reconstruir unas Fuerzas Armadas con capacidad de imponer el orden. Con la salida del PS del IV Gobierno en julio de 1975 como parte de su puga por el poder, y la conformación de un nuevo Gobierno, se daban las condiciones para que las contradicciones que venían operándose en el MFA, que hasta ese momento se había mantenido unido, saltaran por los aires: un sector moderado publicaría el conocido como «documento de los 9», convirtiéndose en el grupo militar de referencia del PS y el bloque contrarrevolucionario. La lucha por las instituciones estaba servida. En agosto de 1975 se formaría el V Gobierno provisional, que caía en septiembre, después de que el grupo de los «moderados» tomara el control del MFA y comenzara un proceso de reforzamiento de sus posiciones militares.

Los meses de otoño verán una oleada de manifestaciones gigantescas, dominadas por la pugna institucional: contra el VI Gobierno (de mayoría del PS) o a favor de él. En los cuarteles, las contradicciones también se agudizarán. Así, aunque los moderados habían tomado el control del Gobierno y del MFA, aun quedaban unidades y puestos de mando radicalizados. Será su control el final del proceso revolucionario. De esta manera, el 25 de noviembre de 1975, como respuesta a una salida de unidades paracaidistas (que estaban siendo hostigadas por el Gobierno), los moderados pusieron en marcha un plan, vendido como una respuesta a un supuesto golpe de Estado comunista, que acabó con la izquierda militar. Los meses siguientes verían la estabilización de un régimen liberal en Portugal y el comienzo de un ataque contra los logros impuestos por la movilizaciones populares.

  1. Enseñanzas de una revolución

La Revolución portuguesa es rica en enseñanzas que, de todas formas, no le son exclusivas. Entre ellas, el recordatorio de que una revolución no se puede agendar, que aparece cuando no se la espera; que una revolución es un proceso vivo, lleno de contradicciones, en el que el tiempo se acelera; o que igual que empieza, puede terminar, porque su resultado depende de la fuerza de las clases en confrontación dentro del proceso.

Pero sin duda, una de las más importantes, es que incluso en un momento de tanta radicalización, de giro pronunciado de la población hacia la izquierda, los saltos de conciencia no son ni automáticos ni evidentes. Con las comisiones de trabajadores/as y vecinos/as sin coordinarse, con un movimiento rural desconectado del urbano, sin un poder incipiente que se centralizara, era imposible que la Revolución acabase triunfando, ya que el Estado estaba herido pero seguía allí. La burguesía portuguesa solamente tuvo que buscar la forma. Y la encontró. La conciencia de sectores intermedios fue girando a la derecha, mientras que a su izquierda no se encontraba nada. De un lado, porque el PCP, con capacidad, no planteaba la necesidad de acabar con el poder estatal sino que lo reforzaba; de otro, porque la izquierda revolucionaria fue incapaz de pugnar con éxito por la influencia dentro de los movimientos populares, a pesar de que jugase un papel relevante. De reciente creación, poco implantada, dividida e incapaz de coordinarse, ninguna fuerza planteó con éxito las tareas que hubieran permitido transitar al socialismo. Por eso, el 25 de noviembre de 1975 se acabó la Revolución, aunque no faltaría la resistencia en los años posteriores contra las políticas que liquidaron los logros de aquellos 19 meses.