LA CRISIS DEL MODELO AGRARIO EUROPEO

Causas de la crisis del modelo agrario europeo

Las movilizaciones del campo llevan semanas extendiéndose por Europa (Alemania, Francia, Polonia, Rumanía, Italia, Paises Bajos…) y desde la primera semana de febrero han arrancado con fuerza también en el conjunto del Estado español, protagonizando cortes de carreteras e incluso bloqueando algunos centros logísticos. Estas protestas se han adelantado a las convocatorias de las organizaciones tradicionales (Asaja, COAG y UPA), lo cual muestra la debilidad de las mismas, así como pone de relieve la habilidad de la ultra-derecha de parasitar el malestar de los pequeños productores agrícolas desde el minuto cero ocultando las legítimas demandas del campo bajo la polvareda de sus discursos xenófobos y negacionistas del cambio climático.

La realidad es que la falta de relevo por la despoblación del mundo rural, las sequías y el encarecimiento de los costes de producción están agravando la crisis de un modelo agrario que asfixia y expulsa a los pequeños agricultores, ganaderos y pescadores del mercado alimentario en favor de los fondos de inversión y las grandes empresas del sector, que según el informe de márgenes empresariales del Banco de España del último trimestre de 2023, fueron junto a la banca y las energéticas, quienes más aumentaron sus beneficios

Los procesos de centralización y concentración de la riqueza propios de este capitalismo en su fase imperialista avanzada no excluyen al campo.

La reducción incesante de autónomos y pequeños productores es un hecho, hoy hay 20% menos de agricultores autónomos que hace una década. El 10% de las explotaciones agrícolas ha desaparecido en los últimos 15 años (hasta un 37% en el conjunto de la Unión Europea). El modelo vira hacia cultivos y granjas cada vez más grandes y repartidas en menos manos. Hay casi un 8% menos de explotaciones agrícolas que en 2009, sin que haya variado la superficie destinada al uso agrícola. Todo ello según los datos del último Censo Agrario (2020) publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2022.

Pero si hay un eslabón de la cadena productiva alimentaria que experimenta este proceso de concentración de la propiedad y la riqueza es el de la distribución y comercialización, incluida la compra en origen dominada por un oligopolio conformado por Mercadona, Carrefour, Día, Eroski, Lidl y Auchan. Estas grandes empresas tienen el poder de fijar los precios empobreciendo a los pequeños productores. Si a esta mala praxis le sumamos la precariedad salarial de las plantillas de estos supermercados y el aumento de los precios de venta al consumidor (una burrada según reconoció el propio Presidente de Mercadona, la cual controla el 20% del mercado) es fácil entender que estas empresas estén batiendo todos los récords.

Como en el resto de mercados la fuerza de las multinacionales y fondos de inversión del sector agro-alimentario es quien establece la política agraria de la Unión Europea.

Enmascarado una vez más de políticas ecologistas y de protección ambiental, las medidas de la PAC están dirigidas a expulsar del mercado a los pequeños competidores que no tienen el margen de beneficios para adaptar su producción, del que si disponen los grandes productores que incluso se permiten vender a pérdidas porque a pesar de estar prohibido por la “ley de la cadena alimentaria” desde hace tres años no se ha controlado ninguna éstas prácticas mafiosas, por parte del Gobierno de Pedro Sánchez que aprobó la ley pero no la dotó de herramientas de fiscalización. Lo que tampoco sorprende, pues casi se ha convertido en una especialidad de este Gobierno.

Por otro lado, a través de la PAC los grandes terratenientes también se aseguran que el criterio principal para el reparto de los 41.400 millones de euros en subvenciones, se base en la cantidad de hectáreas. En 2020, el 0,5% de las explotaciones europeas más grandes recibieron el 16,6% de los fondos de la PAC, con ayudas individuales superiores a los 100.000 euros, mientras que el 75% de las pequeñas explotaciones percibieron apenas el 15%, con menos de 5.000 euros cada uno.

El negocio de estas grandes explotaciones es tan jugoso que se le han sumado los fondos de inversión para lucrarse con estas políticas obteniendo beneficios rápidamente a costa del mundo rural y de esquilmar los suelos y los recursos hídricos, atentando contra el medio ambiente y nuestra salud y seguridad alimentaria. A esto es a lo que se ha venido a llamar “uberización” del campo. Que se conjuga con los tratados de libre comercio firmados por la Unión Europea que imponen una competencia desleal con las importaciones de productos de otros países que no están sometidos a los mismos requisitos. Todo esto es lo que ha aprovechado la extrema derecha para envolver en la rojigualda su racismo y su anti-ecologismo.

Toda esta dinámica de concentración de la riqueza amenaza con acelerarse bruscamente en la próxima década, dado que en el Estado español la edad media de los propietarios de explotaciones agrarias es de 61,4 años, sin que exista un relevo generacional para los 500.000 agricultores (el 60% del total) mayores de 60 años. De este modo, la despoblación rural actuá como alfombra roja para los fondos especuladores y la gran industria alimentaria.

En términos ambientales el futuro no es más halagüeño, según la Agencia de Meteorología (AEMET), el régimen de precipitaciones en el Estado español se ha reducido un 21% en estos últimos 25 años. Mientras que el cultivo de regadío ha crecido, dada su rentabilidad, en dos últimas décadas aproximadamente un 20%, sin incluir los regadíos ilegales, lo cual dispararía el porcentaje de manera desorbitada. Resulta evidente que nuestro entrono natural no es capaz de resistir esta lógica productivista ni un minuto más.

Frente a estos serios y profundos problemas del modelo agro-alimentario, y con la socialdemocracia europea como principal defensor del andamiaje de la UE que protege estos monopolios y oligopolios, el grupo heterogéneo de agricultores movilizados, se convierte en terreno abonado para las fuerzas políticas más reaccionarias que logran canalizar este descontento social en el campo tratando de apropiarse de las protestas. Pero esto solo es posible, por la falta de estrategia y de audacia de las direcciones políticas y sociales con influencia en la clase trabajadora, incapaces de impulsar marcos de confluencia entre diferentes sectores productivos, castigados a menudo por las mismas políticas y dinámicas del mercado. Es evidente que existe en la clase obrera y los y las trabajadoras del campo un reflejo de solidaridad con las protestas de los pequeños propietarios, pero la falta de propuestas de estas direcciones empuja a estos pequeños agricultores a los brazos de la extrema derecha.

Mientras tanto los medios solo reproducen los discursos de los tractoristas señalando a Marruecos y a los ecologistas de la agenda 2030, pero bien que ocultan las movilizaciones de las jornaleras, migrantes en su mayoría, contra la inseguridad y los abusos de todo tipo a los que las someten los patrones. Tampoco se hacen eco los medios de la represión y persecución que sufren las asociaciones agrarias y sindicatos de clase como el SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores).

No hay salida a los graves problemas que nos acucian dentro de los marcos capitalistas.

Desde IZAR instamos a la movilización de las y los trabajadores del campo para hacer visibles sus reivindicaciones y en alianza con los pequeños agricultores y la solidaridad del resto de la clase trabajadora, recuperemos las legítimas demandas de una verdadera y profunda reforma agraria que socialice sin indemnizar a los grandes terratenientes; por el desmantelamiento de los oligopolios de la distribución y comercialización de la industria agropecuaria; el fin de las contaminantes macrogranjas y por la defensa de una ganadería extensiva y sostenible y la derogación de los tratados de libre comercio, entre otras medidas que ayuden a anteponer la razón a la rentabilidad, es decir, unas condiciones de trabajo dignas, alimentos saludables, sostenibles y al alcance de todas las familias, por encima del incremento de los sucios beneficios concentrados en cada vez menos manos.