REFORMA O REVOLUCIÓN. ¿EL REGRESO DEL REFORMISMO?

El resultado de Jean-Luc Mélenchon en las elecciones presidenciales en Francia, luego la formación de la Nueva Unión popular, ecológica y social (NUPES)ha vueto a poner en el centro del debate, en la franja militante resultante de las luchas de estos últimos años contra las políticas de Hollande y Macron, la cuestión de la reforma o la revolución. Un número de colegas y camaradas con los que compartimos el calor de las luchas votó la candidature de Mélenchon y se prepara en las legislativas para votar por la NUPES. Como activistas y militantes revolucionari@s, buscamos llevar a cabo el debate con todo este sector, sin sectarismos, pero sin oportunismo.

Las corrientes reformistas, provenientes del PC o de la socialdemocracia, nunca han llevado a cabo una política

favorable a los intereses de nuestro campo social cuando han llegado al poder. En realidad, el punto común de estas diferentes corrientes reformistas es considerar el capitalism como un horizonte infranqueable. Sin embargo, no puede haber días felices en esta sociedad de explotación y opresión. La prueba son las políticas realizadas los últimos años por los “gobiernos de izquierda”, aunque fueran de supuesta izquierda radical.

Ahora que las guerras se multiplican, que el planeta está amenazado por desastres ecológicos sin precedentes, donde países enteros están amenazados por la hambruna, la cuestión de la urgencia revolucionaria no es sólo una fórmula. Más que nunca, debemos poner fin al capitalismo.

Viejos debates…pero que hacen reflexionar en el presente

La obra “Reforma Social o Revolución” de Rosa Luxemburgo es la principal contribución de la dirigente revolucionaria alemana a la disputa del “revisionismo” que dividió al movimiento socialista a escala internacional a finales del siglo XIX. Este libro reúne en realidad 2 series de artículos de prensa: el primero escrito en septiembre de 1898, que responde a los textos que Bernstein, otro líder socialista alemán, había publicado desde 1896 a 1898, y el segundo, escrito en 1899, que responde a la obra de Bernstein “Los principios del socialismo y las tareas de la socialdemocracia”.

Eduardo Bernstein se hizo famoso por haber teorizado que la transición del capitalismo al socialismo podría de ahora en adelante llevarse a cabo a través de una sucesión de reformas legales, que ya no era necesario pasar por una revolución. Es con la respuesta de Rosa a las aseveraciones de Bernstein, quien pertenece como ella a una de las organizaciones más importantes del movimiento revolucionario que haya existido y muy respetada por su contribución teórica a la perpetuación de las ideas marxistas, que se crea una división fundamental dentro del movimiento obrero marxista, entre “reformistas” y “revolucionari@s”. ¡División que se perpetúa hasta nosotr@s bajo muchas otras formas!

En 1867, en “El Capital “Marx demostró que el capitalismo corre hacia su pérdida, porque tiende de forma permanente a socavar sus propias bases. Este razonamiento, extraído del estudio de las leyes económicas de desarrollo del modo de producción capitalista, está totalmente integrado por el programa politico revolucionario del Partido Socialista Alemán cuando fue fundado en 1875. Pero en los años siguientes, según la evolución de la situación económica y política de Alemania (marcada por la ausencia de una gran crisis y el auge del poderoso movimiento obrero), un cierto número de socialistas alemanes comienzan a pensar que era oportuno modificar las conclusions de Marx.

Con la redacción de programa de Erfrut en 1891, la primera parte, redactada por Karl Kautsky, confirma la adhesion a la herencia teórica de Marx y concluye con la necesidad de una revolución política; pero la segunda, firmada por Bernstein, está centrada en la expansión concreta del movimiento socialista dentro del marco democrático ya existente. Para Bernstein, el modo de producción capitalista no está condenado al colapso, permite mejorar el nivel de vida de l@s trabajador@s y es a su vez susceptible de modificaciones graduales. Propone por tanto abandonar la consigna de la revolución, es decir, la abolición completa e inmediata del capitalismo, prefiriendo él la de la reforma gradual para acompañar la transición hacia el socialismo desde el interior del capitalismo.

Bernstein desarrolla 2 tipos de argumentos para defender su punto de vista. Por una parte, apunta señales de adaptación y evolución económicas que muestran que el capitalismo no se desarrolla de manera contradictoria y que por tanto no se autodestruye (por ejemplo, la generalización del crédito que permite extender la escala de producción, y de manera general, la expansion del carácter social del proceso de producción). Por otra parte, ensalza el desarrollo en el sistema capitalista de finales del siglo XIX de “bolsas de socialismo” como las cooperativas, los sindicatos y las instituciones democráticas, que habría que ayudar a que se desarrollaran todavía más.

¡La revolución no es una opción!

Con “Reforma Social o Revolución” Rosa Luxemburgo retoma la defensa de Marx contra Bernstein y refuta tanto los argumentos politicos como los económicos de éste. Si se los considera ad hoc, los cambios económicos puede hacer pensar que el capitalismo está transformándose en un sistema más armonioso y duradero, pero si nos centramos en un análisis del capitalismo a largo plazo, contribuyen de hecho a incrementar sus contradicciones internas. En cuanto a las “bolsas de socialismo”, Rosa responde que mientras estas bolsas se insertan dentro de un sistema capitalista, realmente no pueden funcionar de una manera socialista.

Sitúa los fenómenos destacados por Bernstein en un contexto temporal y espacial más amplio que es el del desarrollo sin trabas del capitalismo y sus contradicciones, y concluye que su colapso es imparable. Por lo tanto, es inútil intentar reformarlo para pasar gradualmente al socialismo. La transición del capitalismo al socialismo no se puede hacer sólo por un cambio radical en las relaciones de producción, es decir, por una revolución socialista que establezca la propiedad colectiva de los medios de produccion.

Es el método del materialismo científico el que le permite desmontar las tesis de Bernstein, que parte de normas abstractas de lo que debería ser, y por eso cae en el idealismo: si Don Quijote lucha contra molinos de viento que toma por gigantes, Bernstein lucha contra el sistema de distribución de riquezas que él considera injustas. Estos combates están condenados al fracaso: no importa cuánto cambiemos el modo de distribución, el modo de producción capitalista reproduce estructuralmente las desigualdades ya que se basa sobre la apropiación de una parte del trabajo asalariado por los capitalistas.

La polémica entre Rosa Luxemburgo y Bernstein seinscribe claramente en un período particular de la historia del capitalismo. Pero a continuación, lejos de autodestruirse bajo el efecto de una contradicción intrínseca, el capitalismo ha conocido muchas transformaciones sin precedentes durante el siglo XX (la de las dos guerras mundiales), luego con el ciclo abierto por las crisis sistémicas mayores de principios del siglo XXI y otras más, pero que solo refuerzan la urgencia de terminar con este sistema cuya barbarie no tiene limite cuando se trata de saciar su sed de ganancias.

La clase obrera, motor de la historia

Ya en la década de 1860, los socialistas alemanes lasalianos llenaron de ilusiones a l@s trabajador@s en cuanto a la capacidad del estado prusiano para tener en cuenta sus reivindicaciones y defender sus intereses. En respuesta a sus propuestas charlatanas, Marx empleó una fórmula llamativa y condensada: “La clase obrera es revolucionaria o no es nada” (Carta de febrero de 1865). Los reformistas consideran a la clase obrera como una clase que debe protestar contra el destino que le acontece y su futuro está en pelear como pueda contra todas las agresiones que sufre por parte del sistema capitalista, sin cuestionar la propia existencia de éste.

Su papel es entonces unirse a las otras formas de resistencia de otros estratos sociales frente a las garras del capital sobre la humanidad, en un intento de limitar su nocividad. Desde esta perspectiva, los problemas de teoría y las prácticas que se ponen sobre la mesa son las de mejorar la correlación de fuerza de l@s trabajador@s en relación con las clases dominantes, pero no para contribuir a que el proletariado sea el artesano principal de la destrucción del capitalismo.

Por contra, si la vocación del proletariado es la de ser potencialmente la clase revolucionaria, su horizonte es otro muy diferente. En 1881, los marxistas franceses, que sin embargo eran muy poco numerosos, se presentaron a las elecciones frente a l@s trabajador@s con un programa que comienza así: “Considerando que la emancipación de la clase productiva es la de todos los seres humanos sin distinción de sexo o raza; que los productores pueden ser libres sólo mientras estén en posesión de los medios de producción (tierras, fábricas, barcos, bancos, créditos, etc.)”. Y esto antes que cualquier otra expresión de demandas políticas y económicas. Porque era necesario, según Marx (que había escrito estas consideraciones en la introducción al programa del Partido Obrero dirigido por Jules Guesde y Paul Lafargue), definir “la meta comunista” en algunas lineas.

El objetivo de la revolución es lograr la apropiación social de los principales medios de producción, intercambio, financiación y comunicación, incluidos los bancos. Eso significa que la riqueza es devuelta a toda la población trabajadora, a los productores, controlada por ell@s y distribuida de acuerdo a las necesidades de tod@s. Sin estas riquezas y estos medios materiales, ni siquiera el gobierno más democrático podrá llevar a cabo cambios reales.

La actualidad de la perspectiva revolucionaria

Estar “conectad@s” con la perspectiva del comunismo es pensar que la clase obrera es el motor de la historia. La que pelea a diario y permanentemente contra los poderes del capital apuntando a su destrucción final. Pero el “factor subjetivo” es importante. La emancipación de l@s trabajador@s supone que l@s militantes contribuyen al desarrollo de la conciencia de clase del proletariado. Es por eso que l@s revolucionari@s deben organizarse de manera independiente de los reformistas y defender siempre la necesidad de un partido con el objetivo de la destrucción del capitalismo, aun cuando las condiciones objetivas no se cumplan. Esto no es contradictorio con ser l@s más “unitari@s” posible cuando se trata de la unidad de la clase en el sentido amplio o cuando se trata de la unidad de acción en las luchas, lo que tradicionalmente se llama la política del “frente único”.

De Marx a Lenin pasando por Rosa Luxemburgo, la cuestión de la conciencia de clase es primordial. La teoría trae “la ciencia de su desgracia” de l@s explotad@s, la política propuesta por l@s  revolucionari@s les ayuda a orientarse y actuar eficazmente. Por efecto contrario, las experiencias de las luchas compartidas ayudan a los  militantes a precisar su política, a aclarar su programa, en resumen, a avanzar y hacer avanzar a su clase. Es el intercambio permanente de saber y experiencias, con un efecto acumulativo. L@s explotad@s tienen más probabilidades de tener conciencia de lo que son y sobre todo de lo que pueden llegar a ser,

Si un intercambio constante se establece entre ellos y los militantes revolucionarios. Si nadie le dice a un/a trabajador/a que es miembro de una clase susceptible de liberar a la humanidad de todas sus cadenas y diversas alienaciones, nunca pensará tan espontáneamente, basado en su propia experiencia. Que hoy no lo entienda o no esté convencid@ de ello, es evidente. Que hoy el cambio por la urnas con un “Mélenchon primer ministro” parezca más accesible a una franja nada despreciable de nuestro campo social que la revolución socialista no puede (¡y no debe!) llevarnos a renunciar a la defensa de la necesidad de la revolución, y también de otras consignas más “transitorias” como “el gobierno de l@s trabajador@s” más que “la Sexta República”!

Es peligroso hacer creer a los trabajadores y trabajadoras que podrían obligar a la burguesía a ceder una parte significativa de su poder y riquezas “en lugar de perderlo todo”. ¿Podemos afirmar esto a la luz de la lucha de clases entre burgueses y proletarios durante casi 2 siglos? El solo ejemplo de la huelga general de junio de 1936 es suficientemente elocuente para ilustrar el hecho de que la burguesía se apresura a recuperar con una energía y ferocidad redobladas lo que ha sido obligada a ceder momentáneamente. La valoración excesiva de todos los beneficios que la clase trabajadora podría extraer de un “cambio en la correlación de la fuerzas” conduce de hecho a eludir la necesidad para ella de prepararse para ejercer plenamente el poder y para romper el de la burguesía.

La clase en sí misma no puede convertirse en una clase para la humanidad si no se dirige a sus miembros como tales. No es comentando lo que la clase trabajadora “piensa” o tratando de detector “sus demandas” como las y los militantes revolucionarios saben de lo que es capaz. De tal manera que no es esperando a los resultados electorales como las de la NUPES para saber “si modificarán la correlacion de fuerzas” o “serán un punto de apoyo para las luchas” como colectivamente podamos avanzar hacia la construcción del partido revolucionario que necesitamos.

El internacionalismo enraizado en el cuerpo de la estrategia revolucionaria

Por último, pero no menos importante, ¡razonar como revolucionari@ es razonar como internacionalistas! Y esto es profundamente incompatible con cualquier forma de razonamiento que coloque en el centro de la estrategia política “la Francia” o “la República Francesa” como posibles actores de un cambio en las relaciones sociales en favor de las  clases populares.

¿Quién puede creer hoy, después de la experiencia aún fresca del gobierno Tsipras en Grecia, que es posible poner de rodillas a los banqueros y a los especuladores sin un proceso revolucionario que ataque a la propiedad capitalista, expropie los bancos, los ponga bajo el control de l@s trabajador@s, pero también se dirija a las otras clases trabajadoras de todo el mundo para que hagan lo mismo? ¿Quién puede imaginar aún hoy luchar contra el desorden climático o evitar un poco la catástrofe ecológica global en un marco nacional de un estado burgués dirigido por un “gobierno de unión de las izquierdas”, incluso con aquellas llamadas radicales? Como mucho tocar la flauta para intentar domar a las ratas.

El carácter global del proletariado conduce a la necesidad de una política internacionalista, la única capaz de permitir que el proletariado vuelva a ser el sujeto central de la historia. Trotsky escribió en “La revolución permanente” (1931): “El marxismo procede de la economía mundial considerada no como la simple suma de sus unidades nacionales sino como una poderosa realidad independiente creada por la división internacional del trabajo y por el mercado global que, en nuestro tiempo, domina desde arriba los mercados nacionales”.

El hecho de que en 2022 el mercado global domine incluso los mercados nacionales más altos no requiere demostraciones extensas. La mundialización capitalista es un dato ineludible para una política propuesta por l@s revolucionari@s dentro del mundo del trabajo. Trotsky aclaró: “El internacionalismo no es un principio abstracto; no constituye más que el reflejo político y teórico del carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y el impulso global de la lucha de clases”.

Una de las tareas colectivas de l@s revolucionari@s en nuestro tiempo es pone ren evidencia cómo la suerte de l@s proletari@s de los diferentes países está vinculado, cómo las experiencias de unos refuerzan las de  los demás, cómo cada uno es un componente de un todo llamado a transformar la sociedad a escala mundial, en alianza con las demás clases populares.

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