En 2014, decenas de carteros y carteras se declararon en huelga en el departamento de los Hauts-de-Seine (92) durante 170 días. Fue un acto de rebelión contra la normalización de la precariedad y contra la multiplicación de las «reorganizaciones» en la distribución del correo.
La Poste adoptó durante semanas una postura de rechazo total a negociar. A pesar de ello, la huelga logró alcanzar la titularización de los y las trabajadoras precarias y el aplazamiento de las reorganizaciones.
En este contexto, Gaël, Yann, Mohamed, Dalila y Brahim, sindicalistas de La Poste, se enfrentan a cinco años de prisión y 75 000 euros de multa. ¿Por qué? Por haber acudido, durante la huelga, hasta en dos ocasiones a la sede nacional de su empresa para conseguir que se negociara.
La Poste, por su parte, no habla de negociaciones, ni siquiera de huelga, sino de «violación del domicilio profesional» y de «violencia». Si se aceptara el cargo de «violación del domicilio profesional», sentaría un grave precedente para los y las trabajadoras de La Poste, pero también para el conjunto del mundo laboral. Acudir a la sede de tu propia empresa no puede ser un delito y, sobre todo, no es en ningún caso una «violación del domicilio», hacer huelga no puede ser un delito, defender los intereses de los y las trabajadoras no debe ser sinónimo de acabar en los tribunales y mucho menos en la cárcel.
La «violencia» de la que se les acusa es inexistente. En cambio, cuando los y las huelguistas se dirigieron a la sede nacional de La Poste para exigir negociaciones, la empresa les cerró las puertas y los vigilantes de seguridad intentaron impedirles físicamente el paso. Precisamente porque los hechos imputados estaban enmarcados en el seno de la huelga, nadie pensaba que este asunto volvería a resurgir más de once años después de que se firmara en julio de 2014 un protocolo de fin del conflicto entre los/as huelguistas y la dirección.
No fue hasta la creación de los CSE (Comité económico y social) cuando este asunto volvió a salir a la luz. En realidad, lo que molesta a la dirección de La Poste es que, a pesar de la destitución y el despido de Yann y Gaël, estos siguen muy presentes entre sus compañeros/as, en particular contra las continuas reorganizaciones que suprimen puestos de trabajo y deterioran las condiciones laborales y la calidad del servicio.
El rencor de La Poste es tenaz. Nuestra determinación al exigir la absolución de nuestros compañeros y compañeras lo es igualmente. No estarán solos/as ante el Tribunal. El 12 de junio a las 12:00 horas habrá una gran movilización.
Entre los cinco sindicalistas procesados se encuentra Yann Le Merrer, que fue destituido en 2015: es el primer funcionario destituido desde los años 50 por visitar centros postales y hablar con sus compañeros/as, es decir, por su actividad sindical. Y está Gaël Quirante, despedido en 2018, después de que la Ministra de Trabajo de Macron, Muriel Pénicaud, diera su autorización para que La Poste pudiera deshacerse de él, a pesar de los dictámenes contrarios del informe de la contrainvestigación, de la Inspección de Trabajo y del anterior ministro de Trabajo, Xavier Bertrand, poco sospechoso de simpatía hacia los militantes sindicalistas. Gaël fue despedido, pero pudo conservar la posibilidad de intervenir sindicalmente en todas las oficinas de correos, tras 15 meses de huelga con sus compañeros y compañeras de La Poste del distrito del 92 de París.
El futuro examen por parte del Tribunal Europeo de Derechos Humanos del recurso presentado por Gaël para su reincorporación nos ofrece la oportunidad de exigir que nuestros dos compañeros y camaradas sean reincorporados de pleno derecho a su empresa, así como todos aquellos que han sido destituidos o despedidos por motivos sindicales. Detrás de los casos emblemáticos de Yann y Gaël, está en juego el destino de todas aquellas personas que luchan sin descanso contra todas las políticas que van en contra de los intereses del mundo del trabajo. Hagamos del 12 de junio un juicio en contra de la represión de la patronal y del Estado. Una oportunidad para dejar de sufrir y, por el contrario, unirnos.