¿QUÉ SINDICALISMO DEFENDEMOS LOS/AS COMUNISTAS REVOLUCIONARIOS/AS?

En este dossier abordamos el tema de la intervención sindical, que sigue siendo hoy en día una herramienta fundamental, a pesar del descrédito que viene sufriendo debido la orientación nefasta de las direcciones sindicales, que puede permitir dar importantes saltos colectivos en la conciencia de clase, siempre y cuando construyamos otro tipo de sindicalismo.

Los prejuicios hacia los sindicatos

Según una encuesta de la Plataforma de Medios Independientes realizada en 2021, los sindicatos suspenden en la confianza que generan entre la población con una puntuación de 3,7 sobre 10. Para el CIS en una encuesta sobre tendencias sociales (diciembre, 2021), un 30,4% de los españoles tendría la “mínima confianza” en las organizaciones sindicales (1 sobre 10), mientras que el 76,1% se ubicaría entre el 1 y el 5 (es decir en la zona de desconfianza). Sin embargo y pese a lo que podríamos pensar, los jóvenes valoran mejor a los sindicatos. Los grupos de edad que van de 18 a 24 años y de 25 a 34 años se ubican entre el 5 y el 10 en un 54,4% y en un 40,9% respectivamente (CIS, octubre 2022). La débil tasa de afiliación sindical de la juventud (apenas un 5% son menores del 30 años) no parece responder a un rechazo sino más bien a la dificultad que este sector encuentra para organizarse sindicalmente por el tipo de trabajo precario y temporal que desempeña. Es más, en los últimos años y según datos de CCOO Cataluña, el porcentaje de personas afiliadas ha crecido sobre todo en mujeres, migrantes y jóvenes[1].

La crisis económica que estalló en 2008 provocó una caída libre en la tasa de afiliación sindical. Si nos fijamos en los últimos 45 años, la tendencia es clara: el 44,5% en 1978, el 20,4% en 1993, el 17,4% en 2008 y el 12,5% en 2020 (último año disponible). Las razones son variadas. Sin duda, la atomización laboral, la industria que desaparece, la alta precariedad y temporalidad en el empleo son elementos a tener en cuenta. Sin embargo, esas no son las únicas causas. El descrédito de las organizaciones sindicales y el debilitamiento de la lucha de clases, en buena medida debido al papel de las burocracias sindicales (aunque no sólo), explican esa bajada de la tasa de afiliación. Por otro lado, los sindicatos – con su orientación, su forma de funcionamiento y los escándalos a los que se han visto envueltos – han ido reforzando el discurso dominante que trata de señalar a todas las organizaciones sindicales como estructuras podridas y corruptas. Los capitalistas lo tienen claro. Cuanta peor imagen tengan los sindicatos y más integrados estén en el sistema, peores condiciones laborales para los y las trabajadoras y mayor tasa de beneficios para los bolsillos de la patronal.

Necesitamos por tanto reflexionar sobre los sindicatos, su utilidad y separar las direcciones de la herramienta en sí. En efecto, si es evidente que gran parte de las direcciones sindicales están burocratizadas y giran en torno a la defensa de sus propios intereses materiales, también es cierto que la herramienta que representa el sindicato sigue siendo la mejor forma para organizarse colectivamente en un centro de trabajo. Se trata por tanto de debatir sobre el tipo de sindicalismo que los y las revolucionarias debemos desarrollar. Una actividad basada en la autoorganización de los y las trabajadoras y en el enfrentamiento con los intereses de la patronal con un doble objetivo: defender nuestros derechos inmediatos como clase y reconstruir mediante la actividad sindical una conciencia política comunista que ponga en el centro el cuestionamiento del poder que tienen los empresarios a poder decidir sobre todo lo que influye directamente en nuestras vidas: salarios, carga de trabajo, contratación, despidos… señalando, a su vez, la fuerza de los y las trabajadoras sin los cuales nada podría funcionar y todo podría ser paralizado.

No partimos de la nada. La herramienta como tal, a pesar de los prejuicios existentes, sigue siendo a ojos de los y las trabajadoras una herramienta útil para defender sus condiciones laborales. Así lo demuestran los datos de afiliación en momentos de crisis. En efecto, aunque la tendencia de la tasa de afiliación sea la de disminuir, en periodos concretos como 2009-2010 o 2020, ésta subió de manera importante. El temor a los despidos masivos de los ERE, al inicio de la crisis de 2008, o a los de los ERTE, durante la crisis sanitaria del COVID, hizo que muchos/as trabajadoras se girasen hacia la herramienta que tienen más a mano para defenderse de los ataques de la patronal: los sindicatos.

Sin embargo, la actitud y la orientación de las direcciones sindicales, lejos de dar confianza, acaban favoreciendo la imagen negativa que muchos/as trabajadores/as tienen de los sindicatos: la imagen de unos/as vividores/as alejados de sus puestos de trabajo y que se venden a la primera de cambio. Una imagen, por cierto, que vehicula y expande la ideología dominante en la sociedad capitalista.

Esa orientación no sólo no favorece la combatividad y la autoorganización en los centros de trabajo convirtiendo a los sindicatos en meras asesorías en busca de la paz social sino que además, acaba siempre por desmovilizar. La firma del pensionazo en 2011 sellando la subida de la edad de jubilación a los 67 años, el reciente acuerdo para subir de manera voluntaria a cambio de incentivos la edad de jubilación a los 72 años o la nula respuesta frente a la catástrofe de la DANA convocando de la mano de la patronal un paro de 10 minutos son sólo algunos ejemplos de una política de concertación que sólo desorganiza y desanima a nuestra clase social. La alternativa, representada por algunos sindicatos incapaces de tomar iniciativas con cierto peso, tampoco es muy halagüeña. Más aún cuando vemos como direcciones enteras se han supeditado a la política llevada a cabo por las organizaciones políticas reformistas como Podemos o Sumar, integrándose incluso en sus direcciones. A pesar de eso, existen sectores enteros que sí han mantenido una orientación combativa e independiente al Gobierno de coalición actual demostrando que es posible hacer un sindicalismo combativo.

¿Por qué sigue siendo imprescindible hacer sindicalismo?

La defensa de nuestros derechos laborales en los centros de trabajo sigue siendo la primera experiencia política para la mayoría de los y las trabajadoras. Para los/as militantes comunistas que nos organizamos políticamente para acabar con la lógica del sistema capitalista es imprescindible intervenir en la lucha sindical. Lo hacemos por cuestiones inmediatas como son el impedir despidos, los aumentos salariales, el respeto del convenio, etc… pero también porque esa lucha tiene un potencial revolucionario que va más allá de esa simple lucha. Esto depende, claro está, del tipo de sindicalismo que se desarrolle. Para los y las militantes comunistas revolucionarios la lucha sindical es indisociable de la lucha por la ruptura de este sistema. Así pues, relacionamos nuestra intervención sindical con nuestro objetivo estratégico: el derrocamiento del sistema capitalista y la construcción de una sociedad sin ningún tipo de explotación ni de opresiones. Una sociedad en la que los y las que producimos las riquezas seamos los/as que decidamos sobre todo. Sin duda, esa lucha sindical puede ayudar a que sectores amplios de la clase trabajadora transiten hacia ese objetivo estratégico.

Para ello tenemos que analizar de dónde partimos. Alcanzar una sociedad comunista, partiendo del nivel de conciencia político de hoy, en la que los y las trabajadoras decidamos sobre todo no parece una tarea sencilla. Los y las trabajadoras no tenemos ni el poder económico ni la conciencia necesaria para pensar que es posible acabar con el sistema capitalista. La influencia de la ideología dominante pesa mucho sobre cada uno/a de nosotros/as.

Por tanto, nuestra tarea debe ser romper con esa influencia y pasar de “los nada de hoy” al “todo han de ser” partiendo del nivel de conciencia existente. Sabemos que la organización de la sociedad trata de dificultar esos saltos de conciencia. El trabajo, los medios de comunicación, la escuela, los cuidados son una losa para dar esos saltos. ¿Cómo pasar, por ejemplo, de sólo centrarnos en los problemas y en las tareas relacionadas con nuestra vida cotidiana a conseguir sacar tiempo para leer, debatir, implicarnos, solidarizarnos y formarnos? o ¿Cómo pasar de una situación en la que nos acomodamos a nuestra realidad a una en la que, de pronto, nos convencemos de qué es posible dirigir la sociedad de manera consciente a favor de nuestros propios intereses de clase?

Esta evolución es sin duda un gran salto. Pero un salto que se ha dado muchas veces a lo largo de nuestra historia. El sindicalismo que defendemos, los/as revolucionarias, debe preocuparse, en todo momento, por reconstruir la conciencia. Lenin, militante comunista ruso, trató la cuestión de la modificación de la conciencia. Habló de leyes, por decirlo así, que lo permiten. Eso que puede parecer como algo muy teórico es algo que, sin embargo, todos/as hemos podido comprobar en experiencias concretas. La organización de una lucha, permite a la conciencia política avanzar. Aunque algunos/as nos hayamos podido acercar a las ideas comunistas por las lecturas, la familia, una charla o por algún amigo/a, es evidente que así, con esa estrategia de ir convenciendo de uno en uno a la mayoría de la clase trabajadora a las ideas comunistas, tardaríamos siglos.

Al contrario, Lenin y otros revolucionarios/as explicaron que hay momentos históricos en los que la transformación de la conciencia se acelera, y eso ocurre cuando nuestra clase se pone en movimiento, lucha, actúa y se organiza. Las huelgas, las asambleas, la autoorganización permiten pasar de pensar, por ejemplo, que todo el mundo es indiferente a ver que tus compañeros/as de trabajo se interesan y preocupan por cuestiones que antes no pensaban. La regla es sencilla: cuando actúas, tu conciencia se modifica. Ernest Mandel alertaba a menudo del error de “la subestimación extremadamente decisiva de la acción como fuente de conciencia. Es la idea que se centra en pesar que es necesario primero convencer individualmente a los obreros sobre la base de la propaganda individual para hacerles alcanzar un cierto nivel de conciencia, mientas que la experiencia ha demostrado que es exactamente a través de grandes huelgas políticas de masas, a través de huelgas generales que toda una fracción de la clase obrera, que no puede acceder a la conciencia de clase mediante la vía individual de la educación y de la propaganda, despierta o se despierta a esa conciencia de clase, accede a ella y haciéndose extremadamente combativa”.

Nuestros compañeros/as de trabajo no suelen ponerse en movimiento al decirles: “vamos a acabar con el capitalismo”. Eso no significa que ocultemos que somos revolucionarios/as ni cuál es nuestro objetivo estratégico. Al contrario, somos militantes comunistas, lo hacemos visible y tratamos de ligar la ruptura con el capitalismo con las movilizaciones por reivindicaciones inmediatas relacionadas con el salario, el empleo, la jubilación, los servicios públicos, etc. Ahí interviene el sindicalismo que defendemos. Uno cuya brújula es la mejora de las condiciones laborales mediante la autoorganización, la movilización de nuestra clase y la reconstrucción de la conciencia que sólo se puede lograr a través de la unificación de nuestra clase más allá de las divisiones sobre las que trata de apoyarse el patrón en relación al sexo, la raza, la orientación sexual o la religión. Nuestro sindicalismo siempre trata de unificar a nuestra clase.

¿Qué tipo de sindicalismo defendemos?

Tal y como hemos desarrollado en el punto anterior, los/as comunistas intervenimos sindicalmente en adecuación con nuestro objetivo estratégico que sólo se puede alcanzar si los y las trabajadoras deciden llevarlo a cabo de manera consciente.

La base de nuestro sindicalismo tiene que ver por tanto con poner en movimiento a los y las trabajadoras, favorecer su autoorganización e imponer mediante la huelga y la movilización nuestros intereses frente a los de la patronal. Esto entra en contradicción, en la actualidad, con la mayoría de las direcciones sindicales que fomenta un sindicalismo de gestión cada vez más extendido incluso en el seno de los sindicatos “alternativos”. Ese sindicalismo de gestión se basa en varios pilares que no contribuyen en ningún caso a la reconstrucción de la conciencia política de la clase trabajadora: si tienes un problema, acude y te lo solucionaremos; no hace falta autoorganizarse, los sindicalistas profesionales negociaremos en tu nombre; preferimos un comité de empresa amarillo a no tener representación; y de vez en cuando promoveremos luchas sectoriales pero en ningún caso luchas interprofesionales por miedo al descontrol y cediendo así cada vez más al discurso corporativista. Ese tipo de sindicalismo se basa en una premisa no reconocida: la desconfianza en la fuerza y la capacidad de nuestra clase para dirigir sus luchas. Este tipo de práctica desarrolla un sindicalismo asistencialista y de dependencia que no sólo es menos eficaz para conseguir victorias inmediatas sino que además no favorece en ningún caso los saltos en nuestra conciencia.

El sindicalismo que denominamos combativo y que defendemos se basa en varios pilares:

  • Es democrático: confía en los y las trabajadoras y por tanto favorece la participación interna y el debate sobre todo lo que afecta a nuestra clase: condiciones laborales en un centro de trabajo, huelgas de otros sectores laborales, opresiones, conflictos bélicos, etc.
  • Favorece la autoorganización de los y las trabajadoras estén o no sindicadas y estén o no en tu sindicato mediante la convocatoria de Asambleas en los centros de trabajo. Los y las trabajadoras deben dirigir sus luchas y son los que deben tomar las decisiones, marcar los ritmos y establecer una orientación general.
  • No se adapta a las presiones del patrón y es independiente de cualquier Gobierno. Es fiel a los intereses de nuestra clase y mantiene siempre, en ese sentido, una orientación de independencia de clase.
  • Buscamos la confrontación con la patronal o la administración, no la paz social. Nuestros intereses de clase son irreconciliables. Lo que conseguimos se lo estamos quitando a la patronal o a la administración. Por tanto cada brecha tratamos de ensancharla. Cada oportunidad tiene que ser utilizada para mostrar las contradicciones de clase que existen entre el patrón y la plantilla.
  • Buscamos la unidad de nuestra clase. Independientemente del sector en el que se esté, buscamos siempre unificar la lucha entre diferentes sectores y cuando no es posible la solidaridad.
  • Es unitario. Denunciamos el sectarismo de la mayoría de las centrales sindicales que prefieren defender sus intereses de “capilla” en detrimento de los intereses de los y las trabajadoras. Defendemos un sindicalismo que promueve la unidad de todos los y las trabajadoras independientemente del color sindical. Lo que nos debe importar es el tipo de sindicalismo que desarrollen los y las trabajadoras en lucha y si se enfrentan o no a la empresa. El sindicato al que pertenezcan, nos es indiferente a la hora de dar apoyo.
  • Un sindicalismo que cuestiona el poder del patrón y su legitimidad a decidir sobre todo. Este elemento es crucial. Partimos de la idea que los y las que hacemos funcionar las empresas y la sociedad somos los y las trabajadoras. Sin nosotras nada funciona. Por tanto, desarrollamos un sindicalismo que cuestiona el poder del empresario y lo enfrenta al poder de los y las trabajadoras partiendo de reivindicaciones inmediatas. Frente al discurso del patrón de aumentar la carga y el ritmo de trabajo, de despedir, de no contratar a más personal, de congelar los sueldos y todo eso porque en el caso contrario la empresa tendría que cerrar, le contestamos que queremos ver los libros de cuenta de la empresa y que somos nosotros/as las que trabajamos y por tanto sabemos cuantificar mejor que él la carga de trabajo.

Al hacer sindicalismo nuestro objetivo no es la paz social. Sabemos que vivimos en un sistema basado en la explotación de una mayoría por una minoría que siempre busca aumentar sus beneficios a costa de los derechos laborales de los y las trabajadoras. Por lo tanto, la base de cualquier sindicalismo consecuente debe centrarse en preparar la confrontación con la patronal para mantener nuestras conquistas sociales y alcanzar nuevas. Siempre con cabeza, sin sectarismos y con el objetivo de ganar, pero asumiendo siempre que no hay atajos posibles y que la única forma de ganar es de presionar a la patronal. Sin esa presión, la patronal no suelta nunca nada. Es imposible conciliar sus intereses con los nuestros. Lo que nos dan hoy mediante dicha presión, intentarán quitárnoslo mañana si bajamos la guardia. Este sindicalismo de confrontación de clase es radicalmente diferente del llevado a cabo por las burocracias sindicales que buscan siempre apaciguar, negociar y ante todo mantener su representación en los centros de trabajo aunque eso pueda ir en contra de una lucha de trabajadores/as en una empresa.

Para concluir, insistimos en que defendemos un sindicalismo que se opone tanto a la política sindical de concertación social que no tiene ningún problema en firmar acuerdos que van en contra de los intereses de los y las trabajadoras y en desmovilizar, como a la política sindical sectaria de muchas de las centrales autodenominadas alternativas que prefieren privilegiar sus siglas a la lucha unitaria de nuestra clase. Los días 29 y 30 de marzo participaremos en París a un encuentro internacional de sindicalistas de numerosos sectores profesionales de diferentes países para debatir de nuestras experiencias respectivas y para tratar de fortalecer lazos entre equipos sindicales más allá de nuestras fronteras.


[1] Marc Andreu i Acebal, director Fundación Cipriano García