LA LOCOMOTORA ALEMANA DESCARRILA: EL GOBIERNO SCHOLZ PONE LA ALFOMBRA A LA ULTRADERECHA


Este dossier pretende ofrecer una radiografía de cómo las políticas antiobreras estos años del gobierno tripartito ha alumbrado un escenario explosivo para la clase trabajadora alemana ante una inflación que encadena varios meses, que con una nueva ofensiva contra los servicios y el gasto, en medio de una Europa armada hasta los dientes y con una influencia inédita de los discursos de odio, no tendrá que contar más que con sus propias movilizaciones y luchas para oponerse a esta nuevo «giro hacia la derecha» (Rechtsruck)!

El último fin de semana de enero decenas de miles de personas se han manifestado en Berlín, Colonia y otras 60 ciudades alemanas contra las propuestas de la ultraderecha en general y el regreso de Trump a la presidencia de EEUU, la inminente formación del gobierno en Austria presidido por un partido fundado por los nazis y el vertiginoso aumento de Alternativa por Alemania (AfD), que jugará un papel decisivo en el próximo Bundestag, en particular, con el lema “Bloqueemos. ¡Fuera nazis! La AfD no es una alternativa”.

Importante afluencia de las marchas tuvo lugar en Aschaffenburg, en Baviera, donde un mortal ataque con cuchillo atribuido a un afgano ha reavivado el debate sobre la inmigración y la xenofobia, y en Halle, en el este, donde la colíder del partido ultra mantuvo una reunión telemática con el magnate Elon Musk, quien ha promocionado a la formación y animado a las y los alemanes a superar la cara histórica nazi y enorgullecerse de ser patriotas.

Esta jornada antifascista se produce en un contexto preelectoral: el canciller Olaf Scholz del supuestamente socialdemócrata SPD perdió su mayoría a finales de 2024 tras la ruptura de la “coalición semáforo” con liberales y verdes, y Alemania se enfrenta el 23F a unas elecciones anticipadas con los neonazis cada vez más desdiabolizados y marcando la agenda. Scholz será recordado por el «cambio de época» (Zeitenwende) tras la invasión de Ucrania: un rearme sin precedentes y un nuevo ciclo de austeridad en nombre de la «seguridad». Pero también por su afirmación «¡Tenemos que deportar a gran escala!” y apoyo a pie juntillas al genocidio sionista.

Lo más probable es que sea el candidato de la CDU, Friedrich Merz, expresidente del consejo de supervisión de la filial alemana de BlackRock, quien emerja como próximo canciller de estas elecciones anticipadas. Como representante de la gran burguesía empresarial, ya con Merkel fue líder del ala más derechista de la CDU, los ataques a las y los trabajadores, inmigrantes o no, serán aún más intensos. Incluso ya se abre a no rechazar el apoyo parlamentario de AfD y a pactar un endurecimiento mayor en la política migratoria.

Inestabilidad política en la Alemania unificada y ruptura prematura

Tras 16 años con Merkel en el timón del país y la UE, en diciembre de 2021 el semanario Der Spiegel constató que la justa victoria del SPD sobre los conservadores era “el resultado electoral que pone patas arriba las relaciones de poder”. El crecimiento de Verdes y el liberal FDP, además de la caída de Die Linke y la contención ultra en el este, permitía a Scholz, vicecanciller en la “Grosse Koalition” (gran coalición), orquestar un inédito tripartito de fuerzas en el pasado enemigas. Habría continuidad y Bruselas podría seguir confiando en Alemania.

Los reclamos programáticos de la “coalición semáforo”, por los colores de los 3 partidos, eran la subida del salario mínimo a 12€ por hora y la construcción de hasta 400.000 viviendas al año por la cuota socialdemócrata, y eliminar la palabra “raza” de la Constitución, y un “ideal abandono del carbón” como fuente de energía en 2030 (pero ningún nuevo objetivo en reducción de emisiones) por la verde (14,8%), lo que les valió las críticas de Fridays for Future, además de la cartera de Exteriores y la vicecancillería para su líder Annalena Baernock.

A pesar de ser los minorizados en número de carteras, obtuvieron una victoria de sus tesis los liberales (11,5%), con el ministerio de Finanzas, llave para la financiación de todas las políticas, para Christian Lindner, además de ninguna subida de impuestos y la explícita reintroducción a partir del año 2023 del “freno de la deuda”, un techo de gasto reconocido en la Constitución que limita los déficits presupuestarios al 0,35 % del PIB. Precisamente la exigencia de que se aplicaran esta ortodoxia por Lindner lo llevaron a convertirse en el “cordero sacrificado” por el canciller el pasado otoño.

Desde septiembre de 2024 las grietas se hicieron evidentes: Lindner, a espadas de sus socios, publicó un documento para aplicar una política económica de máximos contraria al acuerdo de coalición. El fin prematuro del tripartito pone de relieve la crisis de los partidos burgueses ante la situación económica en Alemania y en cómo salir de la recesión. La pregunta era quién debe pagar los costes y por qué incurrir en la deuda. En el rearme y la militarización, el FDP no tiene diferencias con el SPD pero defendía que no debía pagarse con nueva deuda, sino recortando fondos para refugiados/as, en la edad de jubilación y relaciones laborales “sobrerreguladas”.

El FDP tenía claro que eran necesarios ataques planificados al derecho de huelga, aplicación a sangre fría del freno a la deuda y que la clase trabajadora y debería pagar, y con la máxima intensidad, no de la forma más dosificada del SPD y los Verdes, que abogaban por una vía clásica keynesiana. Cuando se formó el gobierno de coalición no había guerra en Ucrania, y visto así, es víctima del cambio de rumbo anunciado por el propio Scholz: en medio de la guerra, la inflación y la recesión, no es fácil cumplir las normas.

La economía en crisis y la patronal al ataque

Tras el anuncio de recortes de empleo en Volkswagen en septiembre, los economistas se han apresurado a pintar un panorama muy sombrío de la economía alemana, al borde del colapso. La producción está en su nivel más bajo desde marzo de 2006, con caídas mensuales regulares en casi todos los sectores este pasado 2024. La patronal y el gobierno Scholz han competido para ofrecer las causas: la inflación, el aumento del precio de la energía por la guerra en Ucrania y la salida de la energía nuclear, la falta de trabajador/as cualificados/as, el declive del mercado chino, la competencia extranjera y la falta de inversión.

La guerra en Ucrania afectó a una parte de la industria con vínculos privilegiados con Rusia, pero también se benefició de las relaciones ya desarrolladas con los países del Este que se distanciaron de su vecino ruso: el Ostausschuss o “Consejo oriental” en Europa del Este registró un aumento significativo del comercio a principios de 2022, llegando hasta el 25% en República Checa. Una opción perfecta: una mano de obra barata pero cualificada, un código laboral laxo, una infraestructura bastante desarrollada y libre circulación de bienes y capitales.

La tensión internacional estos 4 años ha tenido efectos nocivos en la industria de Alemania: las medidas proteccionistas de EEUU contra los competidores chinos afectaron a una economía orientada en gran medida a la exportación. Uno de cuyos principales socios comerciales es China y en algunos casos la retirada forzada, a menudo a regañadientes, del mercado ruso y de los centros de producción ha tenido efectos directos: parte de los centros de Mercedes y Volkswagen en Rusia son utilizados ahora por el fabricante chino Chery.

Efectivamente con el gobierno tripartito de Olaf Scholz la economía ha perdido impulso. Las previsiones generales de crecimiento se han revisado a la baja y ya en 2023 el PIB había caído un 0,3%, solo habiendo aumentado un 1% desde 2019. Desde verano de 2022 las cifras de desempleo han aumentado de forma constante: de 2,3 millones de desempleados/as que hacían un 5% a mediados de 2022, Alemania ha pasado a 2,8 millones. Y una proporción cada vez mayor de consumidores afirman restringir sus compras por miedo a la inseguridad laboral.

Sin embargo, para los empresarios alemanes no es momento de apretarse el cinturón: los 2 últimos años han marcado récords para los accionistas del DAX (el Ibex35 alemán). Los últimos beneficios marcan un nuevo récord: 112.000 millones de euros, un 10% más que el año pasado… pero ligeramente por debajo de sus previsiones debido a la ralentización del sector del automóvil. En medio de la inflación, los salarios han aumentado sólo un 0,3% desde 2019.

Ante los anuncios de un posible aumento de las contribuciones patronales, los empresarios y el gobierno anunciaron “importantes reformas” en Seguridad Social y prestaciones. El ministro de Sanidad propuso una reforma de los hospitales y del seguro de dependencia: reducción de costes y ahorro en los servicios públicos. Esta ofensiva va acompañada de una campaña contra los beneficiarios del Bürgergeld (renta mínima de inserción).

Los anuncios de ERE en Volkswagen son la señal para un ataque general contra la clase obrera alemana, pues sirven como globo de prueba para las próximas negociaciones sectoriales, para la política empresarial y económica del país y por extensión para las reformas patronales en la UE. Los empresarios industriales sueñan con una flexibilidad extrema, según el modelo austriaco: un máximo semanal de 60h, modificable a voluntad, en función de las carteras de pedidos y de las temporadas. Y algunos sectores como el transporte ferroviario y la industria siderúrgica han tomado la iniciativa.

El modelo económico y el peso político internacional de Alemania, el estancamiento salarial de sus propios trabajadores/as y la falta de inversiones suficientes en infraestructuras y servicios, se ha visto trastocado con las sanciones a Rusia a partir de 2022 y su efecto bumerán y la explosión del gasoducto NordStream, lo que ha provocado un incremento de los precios de la energía. En el caso de los estados federados de la antigua Alemania oriental y que desde hace años pierden población, esta crisis es vivida de manera más dramática pues golpea a un tejido social ya castigado por la desindustrialización de los años 90.

El gobierno ha abonado el campo xenófobo con su política migratoria

Cuando es susceptible de recordarse la cita de Primo Levi “Lo que era impensable ha dejado de serlo” cabe preguntarse qué ha hecho la coalición de gobierno estos años para que el voto a la ultraderecha esté más normalizado. Probablemente la entrevista a Der Spiegel del canciller Scholz en octubre de 2023 donde aseguró que «vienen demasiados inmigrantes provocando una situación de inseguridad” marcó un antes y un después. A la frase de “Tenemos que deportar a la gente con más frecuencia y más rápido” le siguió la notificación de su ministra de Interior a Bruselas anunciando nuevos controles fronterizos.

En respuesta a la confesión de un refugiado sirio de haber asesinado a 3 personas a finales de agosto del 2024, Scholz implementó controles fronterizos con el objetivo de regular los flujos migratorios, decisión de la que se felicitó AfD al igual que la escisión de Die Linke, el BSW de Sahra Wagenknecht, con una marcada agenda antiinmigración, e hizo replantear al gobierno en bloque sus políticas de asilo, que no estaban en discusión desde los gobiernos de Merkel. Así, la campaña a la ultraderecha en Turingia y Sajonia se hizo gratis desde la cancillería.

Las fuerzas que sostenían el gobierno han anunciado querer suspender todos los pagos a los/las solicitantes de asilo que entren en Alemania por otros países del espacio Schengen y no ofrecerles nada más que “ropa de cama y jabón”. El Tribunal Constitucional alemán ya dijo que esto violaría la Ley alemana sobre la inviolabilidad de la dignidad humana. Para no quedarse atrás, la CDU pide rechazar a todos los solicitantes de asilo de Siria y Afganistán, mientras que su socio bávaro de la CSU aspira eliminar por completo el derecho de asilo de la Constitución.

La política del SPD con liberales y verdes, que dice haberse erigido como muro frente a AfD y alerta de que un gobierno de la CDU rompería el cordón sanitario si necesita sus votos, es precisamente la que le da alas. La legislación draconiana contra inmigrantes, poniéndoles en el punto de mira al señalar que deportará a cualquiera que cometa delitos, o la oleada represiva sin precedentes contra el movimiento de solidaridad con el pueblo palestino, apoyada incluso por Die Linke es lo que envalentona. No en vano el gobierno de coalición ha sido el más ferviente apoyo de Netanyahu en envío de armas y los discursos de la ecologista Annalena Baernock despreciando a las víctimas civiles pasarán a la historia de la ignominia.

Primeras victorias de la ultraderecha desde el nazismo

El 1 de septiembre de 2024 no fue una cita electoral más en la Alemania tras la reunificación, sino el día el que Alternativa por Alemania (AfD) cosechó una victoria en el estado de Turingia, con reconocidos vínculos con el nazismo y con un candidato, Björn Höcke, considerado ultra por la propia Le Pen, y consolidó su 2ª posición en Sajonia, en el este donde Die Linke estaba mejor asentada como herencia de la RDA y ahora crece Sahra Wagenknecht. Luego los postfascistas estuvieron cerca de desbancar al SPD de su bastión histórico en Brandenburgo.

El preocupante ascenso de AfD es meteórico: en 2017 entró en el Bundestag explotando la xenofobia ante la crisis de refugiados/as en la UE y en menos de una década ha pasado de ser marginal a marcar los debates en la Alemania del “Nie Wieder” (Nunca Más) y hacerse con la plata en las europeas de junio del año pasado. Es la culminación de la entrega por parte de los partidos liberales, que han alimentado sus posiciones. Además, han sido capaces de capitalizar y representar una identidad de ser del este, con más elementos negativos que positivos, como sentirse ciudadanos/as de segunda.

El concepto de “remigración”, repetido en la presentación de campaña por su candidata Alice Weidel y recogido en su programa, fue hace un año uno de los mayores dolores de cabeza. El conocido neonazi Martin Sellner acuñaba este término, basado en la expulsión forzosa de inmigrantes que “se niegan a integrarse en la cultura alemana” (sea cual sea su estatus de ciudadanía) en un «plan maestro» de deportación de millones de personas. Fue discutido en una reunión secreta entre miembros de AfD y destacados neonazis y provocó manifestaciones multitudinarias en varias ciudades. Pero la formación ultra insistió y repartió hace semanas billetes simbólicos que invitan a los/las migrantes a regresar a sus países.

AfD explota la situación de inseguridad política y económica avanzando con firmeza y del lado de Musk. Con su campaña “Nuestro país primero” y el lema “Alice für Deutschland” (parecido al nazi “Alles für Deutschland” [Todo para Alemania]), denuncian el fracaso de las sanciones contra Rusia, la crisis industrial, sus cierres de empresas y despidos, la guerra en Ucrania y el aumento de los precios, pero con un discurso ultranacionalista y demagógico que reclama recuperar la soberanía apuntando contra la clase trabajadora y los/las inmigrantes.

Un elemento destacado que le ha permitido enraizarse sin necesidad de condenar el nazismo es el apoyo a pie juntillas de Israel: el antisemitismo histórico ha sido desplazado por una defensa encarnizada del estado sionista. No es una contradicción sino una consecuencia lógica: no sólo le permite a AfD sacudirse del pasado a ojos de la opinión pública alemana, sino que también potencia y camufla su islamofobia y se alinea con su modelo de estado y sociedad: conservadora, militarizada y etnonacionalista.

El mejor antifascismo es organizar el anticapitalismo

El próximo 23F la locomotora del capitalismo europeo elige entre que los herederos políticos de la nostalgia nacional-socialista den un mordisco a la desesperación e incertidumbre ante sus condiciones de vida de trabajadores/as y jóvenes o que quienes durante años han hecho con sus políticas un terreno fértil para que la ultraderecha se haga de “sentido común” la vuelvan a frenar. Como estamos convencidos las y los anticapitalistas revolucionarios, no caben más cordones parlamentarios posibles ni defensa de la democracia burguesa para frenar el auge de la extrema derecha cuando una amplia franja de la población apercibe a AfD como la principal alternativa a un gobierno social-liberal despreciado.

La tarea no es otra que organizar a nuestro campo social en los centros de trabajo y estudio, a jóvenes y trabajadoras, nativas y migrantes, elevando su nivel de conciencia en cada lucha legítima, sin plegarse a los intereses de gobiernos ni burocracias sindicales. Para enfrentarse al neofascismo y extirpar la retórica ilusionante con la que conquista y tras la que se esconden más políticas de ataques sociales y del penúltimo contra el último hay que señalar sus causas y el sistema económico del que se retroalimenta. Por eso la izquierda revolucionaria alemana es irreconciliable igualmente con Scholz y sus apoyos.