En el mes de mayo de 1937, el gobierno de la II República acabó con los últimos vestigios de la situación de doble poder que se había abierto con la sublevación y el golpe de estado de las tropas franquistas. ¿Qué queda en la memoria de eso? ¿Qué significó este hecho? ¿Qué consecuencias tuvo?
La división y el enfrentamiento: el discurso de lo incomprensible
Que la revolución española está íntimamente ligada con la realidad política, social y económica de la actualidad no es ningún secreto. El régimen del 78 nació del franquismo y de una élite que quería sobrevivir al mismo sin ver peligrar sus privilegios ni intereses. Y a su vez, esa élite asentó su legitimidad en el golpe de julio de 1936.
Por tanto, la construcción de un relato que haga incomprensible lo ocurrido en aquellos años ha sido una de las tónicas generales de la democracia, incluso de aquellas alas más progresistas u honestas de la intelectualidad. De esta forma, además de la ley del punto y final, se ha alimentado la imagen de una guerra fratricida, sin sentido y por tanto despolitizada e incompresible. O, en el mejor de los casos, de un golpe contra una democracia legítimamente constituida. En cualquiera de los dos relatos, la República no pudo prevalecer por la división interna, los excesos de la revolución y los enfrentamientos, cuyo culmen fue mayo de 1937.
Sin embargo, comprender que lo que se vivió en los años 30 fue un proceso de ilusión y desilusión, así como la apertura de una situación revolucionaria, permite encajar mejor las diferentes piezas y entender que ocurrió en aquellos años. Un proceso de ilusión y desilusión porque la instauración de la II República en 1931 fue vista con simpatía por amplias capas de la clase obrera y el campesinado, ilusión que se fue apagando conforme las reformas no llegaban a materializarse, dándose una radicalización y un desapego cada vez mayor. Y la apertura de una situación revolucionaria porque sería el golpe de estado franquista, preparado durante meses, el que desencadenaría un proceso revolucionario en el que la II República quedó hueca mientras las milicias de las organizaciones obreras tenían que hacer frente al peligro fascista. Al principio, no había diferencia entre dos grandes objetivos: ganar la guerra y hacer la revolución.
De la revolución a la contrarrevolución
En la zona que quedó fuera del dominio franquista se generó una situación en la que había dos poderes. De un lado el gobierno y las instituciones republicanas, desprovisto de capacidad administrativa, y de otro los comités y demás formas organizativas en las que convergían las organizaciones del movimiento obrero. Se ocuparon y administraban fábricas y sectores económicos, se gestionaban asuntos como el abastecimiento, se controlaba el orden público, se impulsaba el enfrentamiento contra las tropas fascistas y se iban desarrollando colectivizaciones de tierras conforme avanzaban las columnas de milicianos/as.
Ante un escenario en el que son las clases populares las que tienen la iniciativa y el poder, el gobierno republicano podría haber caído y haber dejado paso a nuevas instituciones coordinadas y organizadas. Sin embargo, en el momento del desmoronamiento republicano, los comités nunca tomaron el poder, sino que lo compartieron.
Si los comités no tomaron el poder y acabaron con el gobierno del Frente Popular, este gobierno sí que acabaría con la situación abierta. Será en septiembre de 1936 cuando la figura de Largo Caballero, referente para las bases del PSOE y la UGT, sería llamada a formar gobierno. El objetivo de la república era recuperar el control de la situación: había que atajar el proceso de autoorganización, y además moderar el proceso revolucionario, buscando con ello el reconocimiento y ayuda de los países occidentales. Durante los meses que van entre noviembre y mayo de 1937 lo que veremos será una política de desmantelamiento de la autonomía del movimiento obrero. Primero, mediante la recuperación del control de las armas y la violencia, a través de la integración de las milicias en el Ejército Popular; censurando publicaciones críticas, acabando con los procesos colectivizadores, reinstaurando una justicia republicana, etcétera.
En este proceso, hubo dos aportaciones fundamentales: de un lado, la dirección de la CNT, uno de los sindicatos mayoritarios, que se integró en el gobierno y participó activamente en el proceso contrarrevolucionario; de otro, la soviética mediante el PSUC y el PCE. Frente a la revolución como forma de acabar con la guerra, el stalinismo defendió que había que evitar los excesos para así no asustar a las clases medias. Se imponía de esta manera la alianza de clases para acabar con el franquismo, con políticas que eran validadas por las propias organizaciones de referencia para el movimiento obrero. Y eso, en los hechos, significaba acabar con las conquistas y devolver todo el poder a la República.
Mayo de 1937
La reconstrucción del poder republicano conllevaba la recuperación del control de todos los mecanismos que hacen que cualquier estado pueda subsistir: la violencia (cuerpos de seguridad, fuerzas armadas…), la economía, las comunicaciones, etcétera.
En los meses previos a mayo de 1937, diferentes episodios habían ido consolidando dicho poder, como la extensión de la Guardia de Asalto y la Guardia Nacional Republicana y la sustitución de las propias milicias que controlaban el orden público desde el verano. Este proceso estaba generando tensiones que llevarían a los acontecimientos de ese mes.
El detonante sería la recuperación de Telefónica por parte del gobierno republicano, ya que estaba en manos de las organizaciones obreras. Esto implicaba que las propias comunicaciones entre la Generalitat y el gobierno republicano estaban controladas. Eran una expresión palpable de que los comités aún mantenía parte del control. En consecuencia, el 3 de mayo, el govern (que habían conformado tanto la CNT como el POUM; partido antistalinista posteriormente perseguido) lanzó una operación para la recuperación del control de estas infraestructuras. Organizaciones como la CNT, el POUM, la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias, los Amigos de Durruti o los Bolcheviques-Leninistas respondieron mediante la auto-defensa y la construcción de barricadas. Durante cinco días, los enfrentamientos entre las fuerzas del gobierno y las milicias serán continuos. Desde el frente, diferentes divisiones iban a marchar hacia Barcelona, pero las propias alocuciones de los miembros anarquistas del gobierno lo impidieron. De hecho, la propia CNT llamó a la desmovilización de los obreros y obreras que se enfrentaban a las fuerzas gubernamentales. Por el contrario, se trasladaron miles de guardias de asalto para aplastar la resistencia, que acabaron pacificando todas las poblaciones, incluida la propia Barcelona.
La revolución que pudo ser
Como ya hemos dicho, lo que se vivió en diferentes partes durante la llamada “Guerra Civil” fue un proceso revolucionario en el que las organizaciones obreras frenaron el golpe de estado ante un gobierno republicano colapsado, y tuvieron que pasar a administrar y construir instituciones propias para parar el avance fascista, las cuáles a su vez daban respuesta a las aspiraciones de transformación social del movimiento obrero y campesino: Guerra y Revolución, dos caras de una misma moneda.
La reconstrucción de la república y el aplastamiento de la autoorganización obrera fue posible por el papel de las direcciones de la CNT, la UGT, el PSOE, el PSUC y el PCE. Su enorme prestigio entre las y los trabajadores los desorganizó y desorientó, rompiendo esa idea de la guerra y la revolución y sustituyéndola por las etapas: primero ganemos la guerra, en alianza con la burguesía republicana, y luego haremos la revolución. Y esa política significaba acabar con las resistencias de las propias bases de las organizaciones.
Pero no solo ocurrió eso, sino que faltó otro ingrediente: una organización revolucionaria con el suficiente prestigio, que hubiera mantenido una independencia con respecto a los gobiernos de concentración que se fueron construyendo a lo largo de 1936. Ese papel podría haber sido jugado por el POUM, pero no fue así. De esta manera, sea por la política de unos o la falta de claridad de otros/as, las enormes energías revolucionarias acabando siendo aplastadas, desorganizadas, desmoralizadas y finalmente derrotadas.