5A: BALANCE SOBRE LA MANIFESTACIÓN ESTATAL POR LA VIVIENDA

El 5 de abril se celebró una nueva jornada de lucha por la vivienda en el Estado español. Bajo el lema “Acabemos con el negocio de la vivienda”, decenas de miles de personas salieron a las calles en más de 40 ciudades, con un discurso que señalaba directamente al capital y sus cómplices.

La respuesta popular fue rotunda. En Madrid, más de 100.000 personas llenaron las calles según los convocantes, mientras que en Barcelona se alcanzaron cifras similares. En Málaga, donde la turistificación ha convertido el centro y los barrios en un parque temático para el turismo internacional, la plataforma “Málaga para vivir” movilizó a 20.000 personas, tras dos manifestaciones anteriores de cifras similares, dejando claro que la indignación se convierte en fuerza organizada cuando se construyen procesos colectivos de autoorganización.

Las manifestaciones del 5 de abril fueron una respuesta política al saqueo sistemático de nuestras vidas: a los fondos buitre, a las inmobiliarias, a los rentistas y a los gobiernos (autonómicos, municipales y estatal) que han hecho de la vivienda un negocio jugoso para unos pocos, mientras millones de personas nos enfrentamos a alquileres impagables, desahucios, viviendas precarias y barrios en los que ya no podemos vivir.

Pero esta movilización también mostró algo más profundo: una ruptura generacional con las promesas fallidas de las instituciones. Una juventud precarizada, excluida del mercado de vivienda y sin expectativas, ha salido a la calle para cuestionar las reglas del juego. Lo que se está construyendo en las asambleas, en las movilizaciones contra desahucios y en las acciones en los barrios, es el comienzo de un movimiento que está cuestionando, en realidad, el sistema capitalista en su conjunto.

En Málaga, por ejemplo, la lucha no empezó el 5 de abril. Desde hace meses, la organización por barrios, la visibilización de los procesos de gentrificación y el añadir a los ejes de lucha la cuestión de la precariedad laboral y la destrucción del planeta, han construido un tejido de base que explica la potencia de la movilización. Esa capacidad de articular la denuncia con la acción directa es la que está permitiendo al movimiento por la vivienda crecer con raíces sólidas, más allá del espectáculo mediático y electoralista.

Claro que esto no ocurre por casualidad. La ola especulativa no es un fenómeno aislado ni accidental: es parte del propio funcionamiento del capitalismo, que convierte la necesidad en mercancía y la ciudad en campo de acumulación. No basta con exigir más vivienda pública o mejores leyes —aunque estas demandas puedan ser herramientas tácticas—. Es necesario atacar la propiedad privada de la vivienda y del suelo, expropiar a los grandes tenedores, abolir el alquiler turístico y construir otro modelo de ciudad: una ciudad para vivir, no para invertir.

Frente a la parálisis cómplice del Gobierno central, que aprobó una “Ley de Vivienda” vacía de contenido real, y frente a la política de marketing de muchos ayuntamientos “progresistas”, que maquillan su inacción con planes urbanísticos gentrificadores, el movimiento por la vivienda plantea una alternativa de base, anticapitalista y transformadora.

Pero el 5 de abril también nos deja tareas urgentes. La movilización ha sido masiva, pero no basta con salir una vez o dos a la calle. Lo que viene ahora es consolidar un frente de lucha fuerte, reforzar los espacios de autoorganización y construir una estrategia política capaz de vincular la lucha por la vivienda con la lucha por el conjunto de nuestras condiciones materiales: el trabajo, los cuidados, la energía, el territorio.

Porque no se puede entender la lucha por la vivienda sin hablar de los salarios de miseria, del paro estructural, del colapso ecológico y del modelo turístico-extractivista que devasta barrios, comarcas y ecosistemas enteros. La vivienda es el campo de batalla más inmediato, pero es solo uno de los frentes. La precariedad laboral, la destrucción del territorio y la mercantilización de todos los aspectos de nuestras vidas son expresiones distintas de una misma lógica: la del capital.

Por eso, si queremos ir más allá, necesitamos articular una estrategia política que supere la fragmentación sectorial. No bastan los paros simbólicos ni las manifestaciones de un solo día. Necesitamos construir una fuerza de clase que nos permita avanzar hacia herramientas como la huelga general, no como consigna vacía, sino como acción concreta de nuestro bando social frente al expolio que sufrimos.

El 5 de abril fue solo un paso más en un proceso que esperamos sea largo. Lo que venga después dependerá de nuestra capacidad de construir un frente revolucionario, que ponga sobre la mesa que nuestras vidas valen más que sus beneficios, pero que además tenga capacidad de articular una lucha seria contra el capitalismo.