Recuperamos una parte del dossier publicado en nuestra revista de octubre de 2022 sobre la movilización que se originó entonces en repulsa a la celebración de un acto público de Macarena Olona en la Facultad de Derecho al estar muy de actualidad lo que aquí se expone. Tres años después, Macarena Olona ha vuelto y el nuevo rector, Pedro Mercado, ha actuado con su antecesora, Pilar Aranda. No sólo ha hablado de “libertad de expresión” para justificar la presencia de Olona en la UGR sino que además ha defendido la intervención policial. Unos antidisturbios, recordamos, que entraron en la facultad, golpearon y detuvieron a dos estudiantes el pasado lunes 17 de marzo de 2025. Más adelante, escribiremos un balance de lo sucedido en esta ocasión.
La Unión Sindical Estudiantil (USE) junto con más de 19 organizaciones políticas, sociales y sindicales de la izquierda granadina afirmaba en su comunicado unitario “hacemos uso de nuestro derecho fundamental de reunión y manifestación contra lo que esta señora representa: la organización política de ideas reaccionarias y profundamente discriminatorias como el racismo, la LGTB fobia, el machismo, el negacionismo y la reivindicación de una dictadura que acarrea millones de muertos sin justicia ni reparación alguna”(…) Queremos que la ideología de extrema derecha quede totalmente fuera de la Universidad, la cual siempre ha sido y debe ser un ejemplo de humanismo y no discriminación”.
A su vez, denunciaban la doble vara de medir de la UGR que, lejos de oponerse a que Macarena Olona use unas instalaciones públicas para vertir su discurso de odio, no tiene ni el más mínimo reparo en impedir que los y las estudiantes puedan realizar asambleas en sus aulas: “denunciamos a través de nuestro derecho a la protesta y a la movilización la actitud de la UGR ante la organización de ésta y otras tantas charlas de ideología puramente reaccionaria, a la par que se cierran sus espacios a la izquierda social, política y sindical de Granada, así como al movimiento estudiantil para actos culturales y políticos. La Universidad como centro de conocimiento y saber debe cesar su actitud de comportarse como una empresa a la hora de ceder sus espacios. El pagar unos “precios públicos” no debe ser el único criterio para que los órganos de Gobierno de la Universidad y sus diferentes facultades cedan sus instalaciones para el debate y la difusión de ideas.”
Sin embargo, lejos de recapacitar, el equipo de Gobierno de la UGR sigue anclado en su huida hacia delante. Al día siguiente de la concentración, la UGR público en su facebook oficial lo siguiente: “La Universidad de Granada condena rotundamente los hechos que tuvieron lugar en el día de ayer: tanto los de quienes boicotearon el ejercicio de la libertad de expresión, como los de quienes, con su comportamiento provocador hacia los manifestantes, obligaron a intervenir a la policía y dieron lugar a escenas violentas que nunca deberían tener lugar en una Universidad. La Universidad de Granada ha luchado durante muchos años por el poder de la palabra y la libertad de expresión y así seguirá haciéndolo.”
La UGR, con su Rectora a la cabeza, ha acabado de perder totalmente el norte con estas declaraciones. A este equipo de Gobierno no le queda ya ni la más mínima brújula de decencia para poder analizar lo que sucedió ese día en Granada. El acto de repulsa a la extrema derecha no fue un boicot a la libertad de expresión. Esa movilización fue una concentración autorizada, convocada por la USE y apoyada por numerosos colectivos, para manifestarse en contra de lo que representa Macarena Olona (máxima dirigente de la extrema derecha andaluza hasta hace dos días). Parece que a la Rectora se le olvida este pequeño detalle a la vez que no deja de eludir su responsabilidad en la celebración de dicho acto.
En cambio, tal y como afirma la USE, el boicot sí es algo que esta Universidad pone en práctica a diario impidiendo el uso de las instalaciones de la UGR a los y las estudiantes – así como a las organizaciones políticas, sociales y sindicales de la izquierda combativa granadina – a la hora de celebrar asambleas o conferencias. Un auténtico despropósito que rompe, ese sí, con una larga tradición universitaria.
Para Pilar Aranda, es normal ceder espacios públicos a dirigentes políticos de extrema derecha cuyo discurso asume el machismo, el racismo, la homofobia y la propia dictadura franquista. Para nosotros/as no. Al contrario, nos parece un auténtico despropósito y nos negamos a permanecer impasibles ante tal atropello. Si para usted eso significa que somos intolerables, pues lo asumimos. Somos intolerables ante la discriminación, ante las ideas de la extrema derecha. Lo asumimos. Esas ideas no son legítimas y hay que denunciarlas y combatirlas. Para eso tuvo lugar esa concentración y eso también forma parte de la tradición universitaria que este equipo de Gobierno se cree con el derecho de apropiarse.
En cuanto a lo de equiparar a los manifestantes antifascistas con los manifestantes de extrema derecha es simplemente repugnante. La UGR sigue a la letra el discurso de los medios de comunicación. Sin embargo, ésta parece olvidar que los y las militantes antifascistas fueron los que acabaron con 40 años de dictadura franquista, de represión y asesinatos. No nos volváis a equiparar nunca con una ideología cuya esencia y razón de ser es la opresión y la explotación salvaje de la mayoría mediante la destrucción violenta de las organizaciones tradicionales del movimiento obrero. No volváis a correr un tupido velo sobre nuestra historia más reciente ni contribuyan a nublarla aún más. Os estáis convirtiendo en una “formidable empresa de oscurecimiento de referencias”.
Las tertulias de los grandes medios de comunicación: un mensaje muy peligroso que sólo acaba reforzando y legitimando a la extrema derecha
Ese mismo mensaje es el que ha recorrido los grandes medios de comunicación estos días. Para lo más benevolentes con la protesta, éstos han tratado de centrar la noticia en un enfrentamiento entre radicales de izquierdas y de derechas para acabar zanjando que al final todos los extremos son malos y se acaban juntando. Un mensaje muy peligroso que, va en la línea del iniciado con esta Transición, y que equipara 40 años después de la dictadura a víctimas y verdugos o lo que es lo mismo a golpistas fascistas con militantes que dieron su vida para acabar con dicha dictadura.
Detrás de ese discurso equidistante se esconde en realidad la voluntad de equiparar en la práctica a la ideología fascista con la ideología comunista. Si todos los extremos son malos, significa que tienen que parecerse mucho y que por lo tanto hay que rechazar a ambos por igual. El comunismo sería una dictadura más, responsable de miles de asesinatos al igual que lo ha podido ser el fascismo o el nazismo. De que nos serviría ya entonces recordar a los resistentes comunistas franceses luchando contra el Gobierno de Vichy durante la ocupación nazi o a los maquís comunistas y anarquistas españoles entregando sus vidas para resistir al fascismo de Franco. Si todo es igual, bastaría, de una vez, con meterlo todo junto junto en la batidora de la historia para olvidarnos de cualquier alternativa emancipatoria al capitalismo. En efecto, ya que en ese caso, sólo cabría buscar el punto intermedio y el mal menor. Y éste estaría concentrado, cómo no, en una sociedad capitalista, imperfecta e injusta, pero al menos “democrática” y “no violenta».
Sólo nos quedaría como alternativa, para aquellos/as que nos reivindicamos del ideal comunista, despojarnos de cualquier deseo de cambio de sociedad y aceptar el fin de la historia. Sin embargo, la realidad es bien distinta. Mientras exista el capitalismo seguirá habiendo opresiones, guerras, destrucción del planeta, hambruna, explotación y miseria que beneficie a una pequeña minoría y por tanto seguirán existiendo las revueltas, las movilizaciones, las huelgas y/o revoluciones en cualquier parte del mundo que traten de acabar con esas desigualdades. Esa es la historia del siglo XX y sigue siendo nuestra historia a día de hoy. En la actualidad, la subida de los precios a nivel internacional y las altas cifras de la inflación están provocando grandes movilizaciones entres amplios sectores de la población que no consiguen llenar la cesta de la compra. Las movilizaciones y revueltas en Gran Bretaña, en Hungría, Polonia o Kosovo pero también en Bangladesh, Sri Lanka o en la India así lo demuestran.
Cuando esas revueltas se llevan hasta el final, es decir hasta el punto de poner en peligro y de manera definitiva los intereses de los que acaparan las riquezas, entonces aparece el fascismo como último muro de contención para acabar, mediante la fuerza, con esas revoluciones. En ese sentido, el fascismo y el capitalismo tienen mucho en común mientras la ideología comunista se mantiene a las antípodas. Conviene en estos tiempos recordarlo.
El fascismo es una ideología cuyo auge está localizado en momentos muy concretos de nuestras historia reciente. Respondió a los miedos que tenían los capitalistas de perder su hegemonía en periodos revolucionarios durante los años 20 y 30. En efecto, en esa época y al calor de la Revolución rusa, el movimiento obrero se hizo muy fuerte y en muchos países europeos el derrocamiento del sistema capitalista y de la lógica de la búsqueda del máximo beneficio por una minoría en detrimento de la mayoría estaba a la orden del día.
Mientras la mayoría de la sociedad acepta el dominio de los que acaparan las riquezas, éstos se conforman con una democracia parlamentaria al uso pero cuando sus intereses económicos están en peligro, éstos están dispuestos a todo para conservarlos. En esos momentos es cuando optan por el fascismo. La esencia de esa ideología está por tanto ligada a los intereses de los más ricos y se basa en tratar de frenar, a toda costa, los procesos que puedan propiciar el derrocamiento del sistema capitalista mediante el uso de la violencia y la destrucción física de las organizaciones tradicionales del movimiento obrero. Eso es lo que sucedió en Alemania y en España en los años 30. Por eso, la extrema derecha trata de enfrentar entre sí a los de abajo diferenciando entre raza, sexo u orientación sexual mientras no toca ni un ápice los intereses de los de arriba.
En cambio, el comunismo nace de un objetivo totalmente contrario. Un objetivo emancipador para la mayoría de la humanidad. Una sociedad sin clases sociales en la que no exista ningún tipo de opresión ni de explotación y en la que todos los medios de producción estén puestos al servicio de los y las trabajadoras y la juventud. Todo lo que se produce deja de responder a los intereses económicos de una minoría para responder a las necesidades sociales de la mayoría que ellos mismos deben gestionar de manera democrática.
Que haya países que se denominen o se hayan denominado comunistas no quita en nada la esencia de esta ideología que nada tiene que ver con las experiencias de los países del este, de China o de Corea del Norte. El estalinismo en la URSS o las experiencias de China o de Corea no tienen nada que ver con el comunismo y han sido fruto, al contrario del nazismo o del fascismo, de una deformación de la ideología original. En efecto, tal y como decía Daniel Bensaïd en Comunismo y estalinismo, una respuesta al libro negro del comunismo: “El régimen nazi cumplió su programa y mantuvo sus siniestras promesas. El régimen estalinista se edificó en contra del proyecto emancipador comunista. Tuvo para instaurarse que machacar a sus militantes. ¿Cuántas disidencias y oposiciones ilustran, entre dos guerras, este viraje trágico? Suicidados Mayakovski, Joffé, Tucholsky, Benjamin y tantos otros, ¿Se puede encontrar, entre los nazis, esas crisis de conciencia ante las ruinas de un ideal traicionado o desfigurado? La Alemania de Hitler no tenía necesidad como la Rusia de Stalin de transformarse en el “país de la gran mentira”: los nazis estaban orgullosos de su obra, los burócratas (estalinistas) no podían mirarse de frente en el espejo del comunismo original”.
Hacer la amalgama entre comunismo y estalinismo no es casual. Responde a un deseo consciente de dañar cualquier perspectiva alternativa al capitalismo. Sin embargo, comunismo y estalinismo no tienen nada que ver. A los que nos consideramos comunistas y provenimos de una corriente política histórica que se ha opuesto al estalinismo, no ahora sino, desde finales de los años 20, seguimos reivindicando esos ideales y nos negamos a que se nos equipare con esas deformaciones ni con cualquier otra ideología que represente en la práctica nuestra antítesis. Esto no significa tal y como reconoce Bensaïd que a lo largo de la historia los militante comunistas anti estalinistas no se hayan podido equivocar, “pero, visto como va el mundo, ciertamente no se han equivocado ni de causa, ni de adversario.”