La represión crece en paralelo a las protestas y al malestar social. Cuando más organización y movimiento hay, más y con mayor fuerza se reprime. Y eso se da en las movilizaciones sociales, políticas y sindicales. Frente a la represión, es importante reflexionar sobre la necesidad de respuestas unitarias y amplias.
Represión: lo que significa luchar
La represión es una parte más de lo que significa luchar en una sociedad como la nuestra, atravesada por fuertes diferencias de clase y caracterizada por un ataque constante contra las condiciones de vida de las y los trabajadores. Así, cuando la educación para agachar la cabeza o el miedo no han surtido efecto, se reprime a las luchas y a quien lucha. En este sentido, nada hay más paradigmático en la última década que la aprobación de la conocida como “ley mordaza”, ley nacida justo en un momento en el que la crisis económica y las políticas de ajustes podían generar aún más movilizaciones de las que ya había en la calle (15-m, mareas…), por lo que se necesitaba una norma que diera manga ancha a la represión en la calle. Quienes hayan participado en colectivos sociales, sindicatos o movimientos sabrán bien de qué estamos hablando.
Efectivamente, como se citaba en un titular de El Salto, “España no es país para quejarse”. En dicho artículo se recogía como, entre los años 2022 y 2023 se registraron 1184 vulneraciones de derechos en un total de 261 protestas monitorizadas. Dichas “vulneraciones” son por tod@s conocidas: detenciones, multas, identificaciones, procesos judiciales abiertos (basados a veces en falsas acusaciones)…Todas ellas, de alguna u otra forma, permitidas por la ley y/o toleradas por el Estado. Ya sea en convocatorias del movimiento feminista, ecologista, o por la vivienda, o de colectivos independentistas, nadie escapa a la represión. Y mucho menos lo hacen quienes se atreven a enfrentarse a los intereses de los patrones en sus lugares de trabajo, es decir, quienes hacen sindicalismo. Así lo atestiguan casos como los imputados por la huelga del sector del metal en Cádiz; los 28 imputados y más de 15.000 euros en multas entre los trabajadores del metal en Euskal Herria; la solicitud de 5 años de cárcel para Vanesa, María José y Néstor, del SAT, por llevar a cabo una lucha sindical en la administración pública andaluza (recientemente saldado con una victoria); o, el caso de “las 6 de La Suiza”, en Asturias.
La represión: el día a día para quien lucha
Cuando hablamos de represión, como hemos dicho, la gama es amplia. Al igual que la explotación laboral no es solamente que un jefe te trate mal, la represión no son solamente cargas policiales o detenciones. Quien hace sindicalismo en su puesto de trabajo sufre o sufrirá las diferentes variables: el trato diferencial, el abuso de poder, la persecución para intentar demostrar que no se cumple en el trabajo, el intento de aislamiento del resto de compañer@s…y por supuesto el despido.
Y, ¿por qué? Simplemente porque l@s trabajadores se organizan para pedir mejoras de trabajo (horarios, condiciones, salario…);y, seguramente muy a menudo, ni siquiera es por solicitar más, sino sencillamente por pedir que se cumplan los convenios pactados. Así, no es rara la historia del trabajador o la trabajadora que lleva años en una empresa, que no se había interesado por moverse (o no había podido hacerlo) y que había sido bien considerado por su jefe. Pero que cuando comienza a pedir, de pronto pasa a ser un mal trabajador, y comienza la rueda antes descrita. Y da igual el tamaño de la empresa, el sector o la ciudad. Siempre encontraremos esa respuesta por parte de los dueños de las empresas, quienes se mueven por la búsqueda del máximo beneficio. Y un sindicalismo de clase, que defiende los derechos de l@s trabajadores, va directamente contra estos intereses. En ese momento, la capacidad de resistir a la represión dependerá del grado de organización de l@s trabajadores/as. Pero no solo de esos, sino de tod@s.
Si nos tocan a un@, nos tocan a tod@s
Esto nos enfrenta a una realidad: si no luchamos no podemos mejorar nuestras condiciones de vida y solamente podremos permitir que nos exploten; pero si luchamos, nos reprimen. Sin embargo, si la represión es directamente proporcional a la lucha que se lleva a cabo, en la ecuación falta una tercera pata: la respuesta a dicha represión. Es decir, no podemos quedarnos parados a ver como nos persiguen y despiden. Al contrario, debemos defendernos y hacer entender a jefes y empresarios que la represión no es ni puede ser libre, sino que tendrá respuesta. Y esa respuesta es la que puede hacernos ganar. Ganar no solamente frente a una denuncia o un despido (lo que ya sería una gran victoria), sino conseguir que nuestra clase coja confianza, lograr imponer un sindicalismo combativo y mejorar realmente nuestras condiciones de trabajo y de vida.
En los últimos meses, el caso de “las 6 de la Suiza”, antes citado, muestra el camino que, a nuestro parecer, es el que tenemos que recorrer: hasta once organizaciones sindicales (CCOO, UGT, USO, CGT, CNT, CSI, CT, ISA, RCT, SF y SUATEA), además de partidos y movimientos, salieron a finales de septiembre bajo el lema “Hacer sindicalismo no es delito. Compañeras no estáis solas”, en apoyo a seis trabajadoras organizadas en la CNT. Esta unidad, tristemente, no es solo poco común, sino que es casi imposible de ver en el conjunto del Estado.
Unas veces es difícil porque las organizaciones alternativas a los grandes sindicatos (CCOO y UGT), críticos con los pactos y las adaptaciones de las direcciones de estos (defensoras a ultranza de la paz y la concertación social, ejecturas de ERTES y ERES), no quieren compartir espacios con los mismos: ni reuniones, ni manifestaciones ni pancartas. Sin embargo, olvidan que debajo de esas direcciones burocráticas, hay trabajadores/as que también luchan, que son reprimidos o lo serán, y que pueden llegar a compartir la misma visión sobre el tipo de sindicalismo a llevar a cabo que la de otr@s compañer@s organizados en diferentes sindicatos. Y, además, olvidan que no será mediante el rechazo o el sectarismo como se acabará con la hegemonía de dichas direcciones y de su visión de la concertación social; por otra lado, las propias direcciones de esas organizaciones mayoritarias quieren, generalmente, mantener su posición, minorizar a los otros sindicatos y poder llevar a cabo un sindicalismo de concertación, que podría cuestionarse por experiencias comunes entre sindicalistas de diferentes siglas que llevan a cabo un sindicalismo combativo. Por ello, pueden rechazar o directamente mostrarse indiferentes a la represión sufrida en empresas y movimientos por otr@s trabajadores/as. Ya sea por los primeros (con toda la razón que llevan en criticar el sindicalismo de concertación social y defender uno combativo), o por lo segundos (que actúan en defensa de la posición de un aparato), la unidad no solamente es difícil, sino casi imposible.
Sin embargo, la respuesta a la represión (y si seguimos el razonamiento, el sindicalismo que debería llevarse a cabo en cualquier empresa) no puede ser parcial, solamente del sindicato implicado en cada caso, sino que tiene que ir más allá: da igual si l@s despedid@s, los perseguid@s o l@s amenazad@s son de CCOO, del SAT, de CNT, de CGT o de la CSTA. Cuando hay un caso de represión, debe responderse e implicarse al conjunto de las organizaciones, de los movimientos sociales y de colectivos de todo tipo. Esa sería la concreción del conocido lema de “si nos tocan a un@, nos tocan a tod@s”. Esa es la mejor manera de poder ganar frente al miedo que quieren imponernos. Y además, es algo que no puede esperar.