El pasado 29 de julio, tres niñas fueron asesinadas en Southport, Inglaterra, y solo una semana después se extendieron importantes disturbios por toda Gran Bretaña, en los que agitadores de extrema derecha han marchado por ciudades como Manchester, Leeds, Nottingham o Middlesbrough saqueando comercios, agrediendo a personas racializadas e incluso intentando quemar edificios en los que se alojan refugiados. Auténticos pogromos racistas donde grupos fascistas como la Liga de Defensa Inglesa (EDL) y Alternativa Patriótica (PA) movilizan a sus matones para perseguir a la comunidad musulmana y migrante de estas ciudades.
El detonante fue una cadena de desinformación y bulos islamófobos promovidos por perfiles racistas, no solo permitidos, sino potenciados en plataformas como X (Twitter) donde generan odio bots, actores políticos como el derechista Nigel Farage o influencers como el misógino Andrew Tate, quien acusaba a un «migrante ilegal» de matar a las niñas y donde llamaba a que la gente «despierte» y «salga a quemarlo todo». La primera cuenta en difundir que el autor era un inmigrante musulmán fue «Europe Invasion», cuenta que estaba suspendida, pero que el mismo Elon Musk recuperó y ahora la promueve. Incluso destapándose que el asesino es ciudadano Británico, estos propagandistas continúan azuzando.
Sin embargo, no debemos entender estos sucesos como una particularidad amenazante sino analizar las condiciones que los posibilitan. Reino Unido es un país en crisis donde el desmantelamiento progresivo de la industria y de los servicios públicos desde el thatcherismo han arrasado con el cierto bienestar que gozaba esta potencia decadente. En este contexto, la austeridad, discursos chovinistas y narrativas racistas se han asentado en la política británica con campañas que llevaron al triunfo del Brexit sobre «volver a tomar el control» (take back control) de su economía, sus leyes y sus fronteras, lo cual no se entiende sin unos fuertes ejes anti-UE y anti-inmigración. A pesar de las desastrosas consecuencias del Brexit, el proyecto chovinista no se debilitó sino que creció, canalizando la rabia popular en un nacionalismo útil para opacar las contradicciones de clase.
Otra expresión de la legitimación xenófoba y represiva que atraviesa UK es la prisión flotante instalada en 2023 para solicitantes de asilo, superando las pocas y débiles garantías de la política migratoria y de asilo occidental. Conservadores y laboristas, siguen así la política de sus socios europeos de fortalecer fronteras, cuando son sus propias políticas de expolio y de guerra las que generan los grandes flujos migratorios.
Esta escalada autoritaria, insuficiente para salir del estancamiento económico británico, ha engendrado en las calles grupos de extrema derecha que agreden semanalmente a trabajadoras migrantes o que en 2016 asesinaron a una diputada laborista. También, más recientemente, la derrota electoral histórica del Partido Conservador tras 14 años gobernando puede expresar un cambio político en millones de trabajadores y jóvenes como respuesta a toda esta coyuntura, y a la vez provocar una reacción envalentonada de la ultraderecha en las calles. En todo este contexto se han popularizado difusores de bulos como Tommy Robinson, reconocido influencer financiado por capitales europeos y organizaciones sionistas como parte del programa de Influenciadores Online del Estado de Israel, que paga para distribuir propaganda sionista con los objetivos compartidos de aplastar las protestas pro-Palestina y sembrar la islamofobia. No es casualidad que el sionismo apunte a Reino Unido, donde las movilizaciones contra el genocidio han sido masivas. Como tampoco es casualidad que en las recientes manifestaciones antirracistas se vean kufiyas y banderas palestinas en respuesta.
Tras los primeros disturbios racistas, la autodefensa ha comenzado a conformarse de forma espontánea con contramarchas multitudinarias en ciudades importantes como Londres, Bristol, Newcastle, Birmingham y Brighton, logrando disuadir la mayoría de convocatorias ultraderechistas. Los sindicatos se están uniendo y los manifestantes antirracistas forman escudos humanos en los lugares amenazados, escuchándose consignas como “somos más que ustedes” o “¿de quienes son las calles? / Nuestras”, desafiando a la ultraderecha y demostrando que es la clase trabajadora movilizada la que puede defenderse a sí misma, no las fuerzas represivas del capital.
No obstante, aunque la autodefensa espontánea pueda disuadir los disturbios, no resuelve nada en el largo plazo. Ya se ha abierto paso a otra nueva escalada represiva y los llamamientos vacíos a la «paz» como hacen los dirigentes de los grandes sindicatos o campañas como Luchar contra el racismo (Stand Up to Racism), no solucionarán nada.
En el Estado español se ha intentado reproducir esta estrategia racista aprovechando repugnantemente el reciente asesinato de un niño en Mocejón (Toledo). Y aunque incidamos en que el asesino es español para dejar en evidencia que Alvise, Vito Quiles o Caliu viralizan estos bulos para legitimar su discurso, hay que incidir en que aunque hubiera sido árabe, nunca justificaría pogromos ni linchamientos. Hay que atacar el racismo desde sus raíces capitalistas actuales.
Ante esto, la respuesta del Gobierno ha sido proponer prohibir el acceso a redes «a quienes las utilicen para campañas de odio», lo cual podría aplicarse a militantes antisionistas o antifascistas. Sabemos que cuando se dan a las instituciones burguesas más herramientas de control y vigilancia solo se da mayor poder político al capital y más autoritarismo, no más «justicia» ante un problema que es estructural. El problema no es tecnológico sino político. Mientras, quienes difunden bulos ya lo hacen con nombre y apellido y a cara descubierta. Esta política de confianza en el aparato estatal —aplaudida recientemente por Enrique Santiago (secretario general del PCE) exponiedo que «la persecución eficaz de estos delitos requiere más compromiso del Poder Judicial»—, sigue la línea autoritaria que lleva nuestro Gobierno y todos los estados capitalistas occidentales en crisis: más leyes represivas sumado a un aumento de policías y de gasto militar. Todo esto sirve para aplastar el movimiento obrero mientras permite el desarrollo de una extrema derecha que se sirve de la rabia y la desilusión que generan los vendehumos, como demuestran estos años de Gobierno PSOE-UP/SUMAR en los que el fascismo ha actuado en las calles con total impunidad y grupos como Desokupa no han hecho más que crecer en esta coyuntura de crisis.
La respuesta masiva de la clase trabajadora se muestra una vez más como la única manera efectiva de responder a esta violencia estructural, pero organizar la respuesta debe ir más allá de la autodefensa callejera, lección extraíble de la lucha contra el fascismo en los años 70 y 80 en Gran Bretaña donde obtuvieron victorias las movilizaciones masivas de trabajadores y jóvenes en Southall, Bradford o en la batalla de Brick Lane. Pero no fue seguido por la construcción de estructuras políticas alternativas al laborismo, y solo este salto cualitativo dará una verdadera respuesta al elaborar un programa revolucionario contra las causas reales de la crisis capitalista. Urge más que nunca la unidad entre las y los revolucionarios, nativos o extranjeros, para resistir a la represión estatal y los escuadristas de extrema derecha. Solo la clase trabajadora organizada, activa y con independencia de clase puede hacer frente al racismo, al fascismo y a las políticas fronterizas.