¿YES, WE KAM? UN RECAMBIO DE CROMOS PARA QUE TODO SIGA IGUAL EN EEUU

El pasado 19 de agosto se inició en Chicago la Convención Nacional Demócrata, un gran evento con un propósito más catártico que necesario al tener como único objetivo que el partido cerrara filas y encumbrara a Kamala Harris para aceptar la nominación como candidata a la Casa Blanca en un baño de masas. La vicepresidenta más impopular de la historia en las primeras 3 semanas de campaña alcanzó un récord absoluto: amasó 310 millones de dólares en donaciones al movilizar a miles de voluntarios en las oficinas demócratas de todo EEUU.

Después de que Joe Biden se viera finalmente obligado a abandonar la carrera presidencial y apoyara a Kamala como su sucesora, los demócratas recibieron un empujón en torno a la figura de una candidata que si ganara la presidencia en noviembre supondría un cambio simbólico, continuación del que representó Obama en el año 2008, cuya intervención entusiasmó a rabiar al público afirmando que «la esperanza está de vuelta» e invocando “Yes, we Kam” junto a los Clinton, Nancy Pelosi y toda la dirección demócrata.

Frente a una probable vuelta al poder de los republicanos, puede resultar comprensible que tanto el ala izquierda, los Demócratas Socialistas (DSA), cuya principal representante, Alexandra Ocasio-Cortez, logró con una retórica casi propalestina borrar cualquier escepticismo de Kamala sobre el genocidio en Gaza, como los sindicatos, de los que el presidente de Trabajadores de la Automoción Unidos (UAW), Shawn Fain, llama a Trump enemigo de l@s trabajador@s, puedan sentirse entusiasmados con la candidatura de Harris.

¿Pero acaso Kamala Harris, por ser mujer negra, realmente representa un cambio frente a las políticas capitalistas de las últimas décadas? No se la propone como candidata porque represente un cambio con respecto a la administración Biden, sino precisamente porque asegura su continuación. No va a convencer a los miles de votantes demócratas que votaron en blanco en protesta por el apoyo de Biden al genocidio sionista porque es tan cómplice en su apoyo férreo a Netanyahu a pesar de gritar hipócritamente “alto el fuego” en la convención.

Tampoco en cuanto a los derechos de l@s inmigrantes y trabajador@s irregulares que buscan desesperadamente sobrevivir en la frontera sur tiene nada que ofrecer: como vicepresidenta se estrenó diciéndole a la marea inmigrante que avanzaba cruzando México “No vengan a EEUU porque serán detenid@s y no tendrán posibilidad de establecerse en nuestro país”. Kamala Harris podría transmitir un mensaje más claro que Biden, pero representa al mismo partido y las mismas políticas. Es tan solo el anverso de un mismo cromo.

Tampoco su compañero de fórmula como vicepresidente, el actual gobernador de Minnesota Tim Walz, aporta un giro a la izquierda buscado el voto blanco del cinturón industrial , como la prensa progresista europea está señalando. A pesar de haber sido maestro, aprobar como gobernador los almuerzos escolares gratuitos y ser muy valorado por los sindicatos de educación y sanidad, se hizo popular por haber dirigido la represión del movimiento contra la brutalidad policial en respuesta al asesinato de George Floyd en Minneapolis en 2020.

No cabe entusiasmarse tampoco en estas elecciones porque ni hay ninguna defensa de los intereses de l@s trabajador@s y la juventud. Esto significaría gravar las enormes ganancias de los bancos y las corporaciones, la riqueza de los multimillonarios, reducir al mínimo las desorbitadas partidas militares a Israel y Ucrania y asegurar vivienda, transporte, sanidad y educación públicas. Ni los demócratas ni los republicanos se van a alejar de los intereses de la burguesía, de ese 1% al que se enfrentaban hace más de una década Occupy Wall Street.

Los republicanos intentan culpar de los problemas económicos y sociales a inmigrantes y al colectivo LGTBI, y si bien los demócratas critican desde la barrera, defienden diligentemente el mismo sistema capitalista que ataca a l@s trabajador@s y utilizan el ejército para defender los intereses económicos de EEUU en todo el mundo. La clase trabajadora norteamericana sólo puede confiar en sus propias fuerzas, como bien muestra su renovado músculo sindical. Los demócratas, a pesar de su retórica, subidos a la ola feminista y antirracista de Kamala, no deja de ser el gran partido de la clase capitalista.