COP – 28 Y LA RECONFIGURACIÓN VERDE DEL CAPITAL

Lejos de presentarse paradójico o incoherente el hecho de que esta última Cumbre del Clima se haya celebrado en un petroestado como Emiratos Árabes Unidos y haya sido presidida por el magnate Sultan Al-Jaber (CEO de Adnoc, la petrolera estatal emiratí), realmente esto solo responde a las propias dinámicas del capitalismo y sus contradicciones inherentes, que además sigue la línea de blanqueamiento de regímenes totalitarios como hizo el último mundial de fútbol en Arabia Saudí. La COP28, donde el debate central fue sobre el abandono de los combustibles fósiles, ha concluido sin haber acordado el fin de estos. En las evaluaciones, no se menciona el significado de fondo de dar el testigo de organizar la Cumbre a un Estado como Azerbaiyán, donde tendrá lugar la COP29, otro país productor de petróleo, corrupto y donde merece la pena mencionar que la empresa nacional azerí de hidrocarburos SOCAR ha sido una de las elegidas para explorar gas fósil en el norte de la costa del territorio palestino ocupado por Israel, el mismo Estado genocida que además ha ayudado a impulsar la reciente campaña de Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj contra Armenia suministrándole armas; y la COP30 tendrá lugar en Brasil, incorporado hace poco a la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) y que establece un buen paquete de exploración petrolífera con Petrobras. Esto refuerza la necesidad de no abordar la COP28 como una incoherencia puntual del capitalismo verde, sino en vez de eso, analizarlo como una expresión más de las contradicciones propias sobre las que se edifica el sistema.

Según anunció la presidencia de la Cumbre, «se han movilizado más de 85.000 millones de dólares en financiación y se han lanzado 11 promesas y declaraciones que han recibido un apoyo histórico». Lo que se ha tratado en esta Cumbre es el proyecto preparado por el capital internacional para las próximas décadas, con el que pretenden implantar una transición ecológica, minimizando los impactos ambientales del sistema mientras se mantiene un crecimiento económico y algo de bienestar social. Sin embargo, sabemos y saben que en el corto plazo tendremos un empeoramiento del nivel de vida, un endurecimiento de la represión y control social y, por supuesto, una agudización de los impactos ambientales. En este sentido, desde SUMAR —integrantes del actual Gobierno español que ha formado parte de las decisiones de la COP28— expresan que “necesitamos una revolución fiscal verde” en clave de pagar impuestos, lo que llaman “democratizar la economía”, estableciendo como fin último optar al mismo trozo de pastel que tiene hoy la burguesía, en vez de superar las relaciones de producción capitalistas y la sociedad de clases que hace que hoy esa burguesía destruya el planeta.

El acuerdo definitivo de la COP28 apunta a transicionar fuera de los combustibles fósiles como algo voluntario y con muchas condiciones, lo que imposibilita que se lleve a cabo, sin entrar en la financiaricación que conllevará, ni en cuestionar la responsabilidad del centro imperialista en la crisis climática y ecológica. También llaman a recurrir a “combustibles de transición” como el gas natural, otro combustible fósil. Estos elementos, junto a la intervención de grupos de presión y bloqueos nacionales, manifiestan los estrechos márgenes de las políticas que propone este tipo de órganos. Pero quizás el acuerdo estrella de esta Cumbre ha sido el compromiso para triplicar la energías renovables, que teniendo en cuenta que no se hace en términos que cuestionen las relaciones extractivistas de producción y de dominio que implica hoy esta tecnología a nivel global, o que el presidente de la COP28 también dirige la multinacional de renovables Masdar, solo implica consolidar el negocio climático y que las guerras por el petróleo se conviertan ahora en guerras por el litio; otro acuerdo es el de apuntar a un “sistema de energía neta cero”, o lo que es lo mismo, que las empresas y petroestados puedan seguir emitiendo gases de efecto invernadero (GEI) compensándolo con captura de CO2. Precisamente esta idea fue desarrollada originalmente por Aramco, la petrolera estatal de Arabia Saudí, y una de las empresas que se sumó de lleno a esto fue la petrolera Shell, que ha abierto una masiva planta de captura de CO2 en Canadá, donde el 65 % de los millones que ha costado provienen de subsidios del gobierno y que luego ha demostrado emitir más GEI que los que captura. Todas estas empresas mencionadas, por supuesto, son firmantes del acuerdo de descarbonización de la COP28 junto a las españolas Iberdrola, Repsol, Cepsa, Inditex, Banco Santander y BBVA. También destaca el peso de grandes empresas ganaderas como JBS, la Plataforma Láctea Global y el Instituto Norteamericano de la Carne, que han defendido sus beneficios al conseguir que simplemente se innove en la cuestión alimentaria y no se elimine la dependencia de la ganadería industrial, en un contexto donde la industria láctea es responsable del 3,4 % de las emisiones globales (más que la aviación) y la ganadería es el mayor emisor de metano, gas que tras esta Cumbre se han comprometido a reducir. Otro elemento destacable que ha pasado desapercibido es que se ha eliminado la invitación al IPCC para que elabore para 2026 un informe especial, y que simplemente se les permitirá proporcionar datos. En el sexto informe de este panel de expertos de la ONU de hace dos años, se advirtió que el capitalismo es insostenible, señalando que la única forma de evitar el colapso climático es apartarse de cualquier modelo basado en el crecimiento perpetuo.

Estas «desviaciones» de lo que se consideraría realmente una vía ecológica son solo expresiones de cómo el capitalismo ha encontrado en el concepto de sostenibilidad un camuflaje verde para seguir exprimiendo al planeta y a nuestra clase. La subordinación de la naturaleza a la lógica del crecimiento y la ganancia es intrínseca al modo de producción capitalista, o lo que es lo mismo, a los capitalistas les da igual si arde el océano, la cuestión climática solo les interesa en tanto que les permite reconfigurarse, abriendo nuevos mercados en los que valorizar el capital y hacer rentable la sostenibilidad, que acaba siendo una competición entre bloques de socios imperialistas para ver quién hace más rentable la inversión verde.

Pero no todo en estas semanas ha ocurrido en este marco de ilusión institucional y corporativista. Mientras se acordaban estas políticas vendehúmos y en paralelo a las actividades centrales de la cumbre, en el recinto de la COP28 se concentraban activistas de distintos puntos del planeta de colectivos como FFF, para presionar en las decisiones que se iban a tomar allí e influir en la prensa internacional, exigiendo dar voz a la juventud organizada en esta cuestión y que se tengan en cuenta las libertades de las trabajadoras del mundo. Otra campaña fue sobre liberación de Palestina, demandando un alto al fuego con consignas como que “no hay justicia climática en un territorio ocupado” o “que se anteponga la vida al capital fósil”. Con estas iniciativas emancipadoras es importante incidir en la necesidad de una estrategia coherente que no acabe procrastinando el objetivo de la superación del sistema capitalista que, con los límites internos que presentan los movimientos sociales, la cuestión hoy radica en cómo transformar estas luchas de clase en lucha revolucionaria y dotarlas de un carácter anticapitalista donde se asuma una estrategia que ponga en el centro el control obrero de las empresas contaminantes y de la recuperación ecológica de los espacios ya contaminados. Este objetivo anticipa que conforme el movimiento revolucionario avance, el movimiento ecologista y el resto de movimientos dejarán de existir en la medida en que estas luchas se integren en la estrategia revolucionaria.

Después de todo, estas Cumbres tienen una relevancia ineludible, y es que históricamente toda la —insuficiente— acción climática se ha impulsado únicamente desde ahí. Por eso, el debate debemos ponerlo en cómo capacitar a la clase trabajadora para transformar y planificar nuestro mundo con independencia de clase, teniendo en cuenta los limitados recursos naturales y energéticos del planeta, ya que los niveles de producción actuales solo son posibles por las cadenas de producción capitalistas y las relaciones imperialistas que comprometen las libertades de otros territorios. De la última resolución de la COP28 salen especialmente preocupados los pequeños Estados isleños por la insuficiencia para abordar el peligro al que se exponen con la subida del mar. Y es que la crisis climática ya ha dejado en todo el mundo pérdidas de cosechas y de viviendas o migrantes climáticos, escenario que refuerza a la extrema derecha. La crisis actual en todas sus dimensiones determinará si el capitalismo evoluciona hacia una forma verde de “normalidad” burguesa, o hacia formas de eco-fascismo donde se justifique la represión, la vigilancia y el control demográfico con la excusa de permitir la adaptación climática a un reducido grupo privilegiado y se de un escenario de eco-imperialismo donde se excuse invadir y explotar territorios con recursos para tecnologías verdes o imponer el modelo verde occidental a países empobrecidos; o si por el contrario avanzamos hacia un orden social capaz de dar una verdadera respuesta esta crisis capitalista, si en definitiva, avanzamos hacia un comunismo donde decidamos cómo relacionarnos con nuestro entorno. Todos estos problemas son aspectos articulados entre sí que no podremos resolver definitivamente con los medios que el mismo capitalismo aporta, por lo que en ningún caso la preocupación natural que esto causa debe conducirnos a postergar la urgente tarea de pensar cómo enfrentar la falsa transición ecológica, porque la revolución comunista no es una abstracción desde la que bloquear cualquier respuesta

urgente y concreta, sino el plano desde el que insistimos que no hay solución capitalista a la crisis climática y ecológica, y desde el que reconocemos la necesidad de transformar las relaciones de producción como única alternativa real y efectiva para plantear una alternativa a la crisis climática. En definitiva, no hay posible reforma verde del capitalismo y con todo esto se hace aun más tangible la premisa «socialismo o barbarie».