Un año más las cifras de feminicidios perpetrados en el Estado español es escalofriante. El 2019 se cerró con un repunte. Las cifras oficiales registraron 55 asesinatos, dejando a 43 menores huérfanos. Estos datos muestran la punta del iceberg de la violencia de género, que llevan a la aniquilación física de la mujer. Pero la violencia de género es mucho más amplia, tan sólo un escalón por debajo, en 2019 se registraron un total de 15.338 delitos contra la libertad sexual, frente a los 13.782 de 2018, de los que 1,878 fueron agresiones sexuales con penetración, frente a las 1.700 de 2018. Es decir que las agresiones sexuales se han incrementado en un 10,5% frente al año anterior.
A estas cifras oficiales hay que sumar todas las situaciones no denunciadas por las mujeres que las sufren. De los 36 asesinatos que 2019 ya suma, 22 fueron perpetrados por sus parejas o exparejas. Sólo en 6 de los 36 casos, la víctima había denunciado a su agresor. Es sólo un ejemplo de una situación generalizada: las mujeres que sufren violencia de género no presentan denuncias en la mayoría de los casos, por mucho que la derecha quiera hacer creer todo lo contrario difundiendo el bulo de las denuncias falsas, totalmente desmentida por los datos oficiales: entre 2009 y 2018, las condenas por denuncias falsas representan un 0,0069%, es decir, no llega a 7 de cada 1000 denuncias.
A todo esto se ha sumado este año el incremento de la vulnerabilidad de las mujeres que sufren violencia machista en su hogar, debido a la situación de confinamiento. La delegada del gobierno contra la violencia de género confirmó un incremento de llamadas al 016 del 41,4% en el periodo comprendido entre el 14 de marzo y el 31 de mayo. Este aumento alcanza su pico en abril, con un aumento del 61,1% con respecto al mismo periodo del pasado año 2019 (8.692 llamadas pertinentes frente a las 5.396 de 2019), alcanzando la segunda cifra más alta de toda la serie histórica.
Todas estas cifras muestran que la violencia machista es sin duda alguna un problema estructural en el Estado español. No se trata de casos puntuales, sino de una tendencia que descansa en una posición subordinada de la mujer en la sociedad. Subordinada, por un lado, a la hora de incorporarse al mercado laboral, que limita la independencia económica de las mujeres y sus posibilidades de emancipación de la estructura familiar. Con una brecha salarial del 22%, empleos a tiempo parcial impuestos por la obligación de cuidado de hij@s y/o dependientes, temporalidad muy alta, despidos por embarazo, etc., el salario de la mujer sigue representando un salario de apoyo al masculino en la familia, en la mayoría de los casos.
Subordinada, por otro lado, al rol de cuidadora, que le obliga a desempeñar las tareas reproductivas en el ámbito invisible del hogar y que determina su grado de incorporación al mercado laboral en muchos casos. Un papel impuesto por la cultura patriarcal dominante que mina la confianza de las mujeres, al situarnos en una posición secundaria con respecto al trabajo considerado valioso a nivel social y, por tanto, al situar nuestra importancia por debajo de la del hombre en la sociedad. Esto engendra unas relaciones de dominación de los hombres hacia las mujeres que a veces derivan en diferentes violencias machistas.
La violencia machista, por lo tanto, no puede enfrentarse sin arrancar las raíces de la misma. Para acabar con la violencia hay que terminar con el papel subordinado de las mujeres. El rol secundario de las mujeres no es natural, no se debe a que las mujeres seamos más débiles por naturaleza, sino a una construcción social para sostener unas bases materiales. Se proclama que la mujer tiene más capacidad para el cuidado para normalizar que sea ella quien realice este trabajo en casa. Se habla de instinto maternal con el mismo objetivo. Se construye toda una visión de la mujer como cuidadora para que en el mercado laboral se incorpore en sectores relacionados con su rol (limpieza, enfermería, cuidados a domicilio…), que están feminizados y, por tanto, tienen menores salarios y peores condiciones de trabajo.
En definitiva, toda la cultura que intenta diferenciar las capacidades de los hombres y las mujeres, va destinada a dividir a unos y otras, con el objetivo de sobreexplotar a las segundas, normalizando esta situación de sobreexplotación y opresión ante los ojos del conjunto de la clase obrera. Esta cultura se sostiene por parte de los capitalistas, los grandes beneficiarios de la situación de opresión a la mujer, que, por un lado, tienen asegurada la reproducción de la fuerza de trabajo realizada por las mujeres en los hogares y, por otro, sacan más beneficios pagando peores salarios, además de poder rehogarizar a las mujeres en contextos de crisis para aumentar el número de parados y poder bajar los salarios y/o empeorar las condiciones de trabajo del conjunto.
Por todo ello, la lucha contra la violencia machista es la lucha contra la desigualdad de la mujer, que necesariamente tiene que enfrentarse a quiénes generan y reproducen esta situación de subordinación. La lucha feminista no debe convertirse en una guerra de sexos; debe ser una lucha contra la patronal y los gobiernos que reproducen la opresión patriarcal. Esta lucha debe estar inserta en la lucha de los y las trabajadoras, al igual que la lucha contra todo tipo de opresión: raza, cultura, etnia, identidad u orientación sexual… Todas estas opresiones son construcciones de la clase dominante para sacar más beneficios de las mujeres, los migrantes… Y lo consiguen dividiéndonos y dividiendo así nuestra lucha, que es una: la lucha de los y las trabajadoras para acabar con el capitalismo y construir un sistema sin clases sociales y que siente sus bases en la satisfacción de las necesidades sociales y en la sostenibilidad con el medio ambiente.
Por todo ello, este 25N debe ser una fecha anticapitalista, donde los y las trabajadoras alcen la voz contra un sistema que sitúa a las mujeres en una posición secundaria, enseñando desde la infancia los roles masculinos y femeninos para perpetuar nuestra opresión; contra un sistema que pone las bases para que los hombres sientan que pueden dominarlas y las mujeres lleguen en casos a pensar que es legítima dicha dominación. Sólo destruyendo las bases del sistema, podremos acabar con la violencia machista.
Es necesario unificar las luchas de los y las trabajadoras en un frente único y construir un programa de ruptura, que incluya las reivindicaciones: acabar con la brecha salarial, incorporación de mujeres en todos los sectores, conciliación laboral real sin detrimento de las condiciones del resto de trabajador@s, permisos de maternidad y paternidad iguales e intransferibles, igualdad de cuantía en las pensiones (aumento de las pensiones contributivas y no contributivas), creación de servicios públicos destinados a socializar las tareas domésticas (freno del ataque a los servicios públicos y mejora de los mismos, además de creación de lavanderías públicas, comedores, ludotecas), aborto libre y gratuito, prohibición de los vientres de alquiler, salida laboral y plenos derechos para las mujeres que ejercen la prostitución, papeles para tod@s, etc., además de la lucha contra la Iglesia, la justicia patriarcal y el sistema educativo desigual, que perpetúan la opresión de las mujeres.
Este 25N, más organización y lucha obrera. ¡Ni un paso atrás contra las violencias machistas!