Llevo días dándole vueltas y sigo sin tener claro qué decir. Para mí también es difícil despedirme hoy de Paco. No quiero ni imaginar lo que os estará suponiendo a los/as que compartisteis con él amistad, recuerdos personales y proyectos políticos. En nombre de los y las compañeras de IZAR y en el mío propio, os puedo asegurar que el shock que nos produjo la noticia hace ya casi 1 mes sigue estando, a día de hoy, muy presente.
Tal y como ya dije en su día, eran más que conocidas nuestras divergencias políticas y sindicales. Con Paco no fueron pocas las broncas. Sin embargo siempre volvíamos a encontrarnos para enfrentarnos juntos a la patronal o para denunciar, y eso es muy importante, las políticas antisociales gobernase quien gobernase. Porque Paco era uno de esos militantes que no abandona la calle en función de quién gobierna o que dedica su tiempo a tratar de justificar lo injustificable. Paco era, ante todo, uno de esos militantes que sólo tiene como compromiso la defensa de los intereses de los y las trabajadoras. Y por eso, siempre lo respeté.
Quiero resaltar hoy su práctica militante, esa que es tan difícil llevar a cabo y que necesita mucha coherencia de vida. Me refiero a la práctica militante que liga la palabra a los actos. Una práctica militante sin descanso y sin transacciones posibles, que sólo tiene como brújula posible: la de la pertenencia a una clase y la de la adhesión integral a sus intereses.
Paco era uno de esos militantes que tiene la convicción de que se milita no para tener buena conciencia, esa misma buena conciencia que, por cierto, tiene en general más que ver con la expresión de una falsa conciencia o incluso de la mala conciencia. No, Paco militaba porque tenía la íntima convicción de que es útil hacerlo porque es la única vía realista para enfrentarse a aquellos que hacen que esta vida, que tiene todos los ingredientes para ser hermosa, sea, en cambio diariamente, tan sucia y repugnante al verse, ésta, envuelta entre tanta ley del mercado, competitividad, individualismo, explotación, opresiones o guerras.
Pero nuestra vida no tiene porque padecer los estragos del capitalismo. Paco lo entendió y por eso militó siempre, sin además renunciar nunca, al contrario de lo que se podría pensar, a los placeres de la vida. Tal y como decía Daniel Bensaïd “la militancia no es renunciar a los placeres, al contrario, es la elección de un tipo de placer, el de la revuelta, un placer que se dalos medios para que la revuelta se lleve a cabo, el placer de una rabia que se organiza para golpear al adversario de clase, el placer de un comunidad que se va creando, de fraternidad, de estima mutua”. Lo cual no significa, y seguro que Paco también lo tuvo que experimentar, que “el militante sea, también como decía Bensaïd, un ser sin contradicciones, radiante y realizado(…) al que la militancia no le suponga preocupaciones y tormentos”. Sin embargo y a pesar de ello, la militancia se cimenta en base a un innegable orgullo: el de no agachar nunca la cabeza, el de no sumergirse ante la humillación de la aceptación de un sistema que nos conduce a la destrucción de nuestro propio planeta y a la íntima convicción del poder de nuestra clase para construir una sociedad sin ningún tipo de explotación ni de opresión.
Ahora, habrá que seguir sin Paco, pero siguiendo siempre sus pasos. Sé que para los y las militantes del SAT, de Defender o de Adelante, el camino se hace hoy un poco más cuesta arriba. Sin embargo, Paco luchó para sembrar rebeldía y para idear otra sociedad. Hagamos que esas ideas y su práctica militante perduren en todos nosotros y en todas nosotras. Hará falta mucho esfuerzo, sin duda. No se ha ido cualquiera. Pero ese es el mejor homenaje que hoy podamos hacerle. Comprometernos hoy, un poco más que ayer, sin olvidar nunca que cambiar la vida significa ante todo y en primer lugar militantes dispuestos a cambiar la suya propia.
Rubén Quirante