¿DE QUÉ VA LA GUERRA COMERCIAL INTERNACIONAL?

En este dossier explicaremos en qué consiste la guerra comercial iniciada por Trump a nivel internacional el pasado mes de abril, cuáles son sus causas y sus objetivos, así como un análisis sobre la relación entre proteccionismo y libre comercio. También reflexionaremos sobre la postura de la izquierda parlamentaria y sindical ante este tema y qué puede suponer esta escalada arancelaria para la clase trabajadora a nivel mundial. Para abordar todos estos temas, os traemos traducidos varios artículos publicados por el NPA-Révolutionnaires.

La guerra comercial de Trump: una guerra imperialista para restaurar la hegemonía americana

El 2 de abril, al anunciar derechos arancelarios prohibitivos y generalizados, Trump inició una ofensiva comercial a todos los niveles en contra del resto del planeta. EEUU habría sido “timada” por todo el mundo, por tanto lo tocaría a ella dar una respuesta.

Los dirigentes del planeta han reaccionado cada uno a su manera: China elevando sus propias tasas sobre los productos americanos, la UE amenazando con una respuesta “gradual” suplicando a la vez a Trump de negociar, mientras que otros han preferido dejarlo estar sin rechistar. La posición ineludible que ocupa el mercado americano permite a Trump maltratar sin ningún tipo de reparo a los demás Estados y a sus burguesías. Es por cierto, la preocupación de la propia burguesía americana, la que ha impuesto a Trump que tome una pausa. Una pausa parcial, ya que una tasa del 10% sigue sumándose a las tarifas anteriores y dado que continúa la escalada con China.

El golpe de fuerza solo tiene como objetivo reafirmar a la superpotencia americana. Trump y su entorno están convencidos del declive americano y quieren restaurar su hegemonía, como lo demuestra la consigna vitoreada por Trump «Make America Great Again» (Hacer Amércia grande otra vez). Y para eso, hay algo mejor que darle una patada al hormiguero para tratar de redibujar el sistema financiero y comercial mundial? La apuesta de Trump es que los EEUU sobrevivan mejor al caos provocado y empezar de nuevo con más fuerza. Una teoría expuesta por su jefe economista, Stephen Miran, en un manual por la reestructuración del sistema comercial mundial.

Esa estrategia de choque tiene precedentes. En 1971, Nixon ya acusó el mundo de timar a los EEUU. Después de poner fin a la convertibilidad del dólar en oro sobre el cual recaía el sistema financiero mundial, devaluó el dólar de forma drástica, una manera de encarecer las mercancías importadas y de hacer más competitivas las exportaciones americanas. En 1979, la Reserva federal americana (Fed) impuso un segundo golpe con un aumento fulgurante de las tipos de interés, provocando una oleada de quiebras y un paro de masas, lo cual permitió imponer una bajada de los salarios y un retroceso de las condiciones de trabajo, pero también un chorro de crisis de la deuda en el mundo, abriendo la vía a una nueva dominación imperialista, en el nombre de esa deuda, sobre las riquezas de los países del tercer mundo. Esos choques permitieron que se restaurasen los beneficios y que se relanzara la máquina capitalista. Un restablecimiento que pagó muy duramente las clases obreras de EEUU y mundial. El presidente de la Fed de entonces, Paul Volker, lo dejaba claro: «Una desintegración controlada de la economía mundial es un objetivo legítimo para los años 80.»

¿Hasta dónde irá Trumpo en la política del caos? Quizás no tenga la burguesía americana tantas ganas de descubrirlo. Pero, si el futuro es incierto para ella, lo es aún más para los y las trabajadoras a los cuáles ésta lleva al frente de esta guerra comercial. De ahí que la clase trabajadora tengamos todo el interés del mundo a tomar cartas en el asunto y a tomar las riendas de nuestras vidas.

Maurice Spirz

La burguesía americana frente al farol de Trump

El cambio de giro de Trump no era solamente una enésima manifestación de su temperamento imprevisible. La puesta en marcha de la política proteccionista choca, en efecto, con serios obstáculos, inclusive en el seno de la burguesía.

En primer lugar, no todos los sectores tienen el mismo interés frente al proteccionismo. Los capitalistas de la energía tienen mucho que ganar (sobre todo para imponerse en el seno del mercado europeo), mientras que sectores como el aeronáutico, el automóvil o el electrónico, que se basan mucho en la subcontratación a nivel internacional, tienen mucho más que perder.

Pero más allá de eso, se puede decir que el conjunto de la economía americana se ha visto envuelta en un clima de incertidumbre tras las medidas de Trump. La venta masiva de bonos del tesoro americanos, la inestabilidad de las cotizaciones en bolsa han mostrado la dependencia de la economía americana frente al comercio mundial. Varias figuras importantes de la patronal americana como Jamie Dimon (JP Morgan), Larry Fink (BlackRock), pero también como su acólito Elon Musk se han expresado públicamente para criticar a Trump. La caída libre de las bolsas fue, a su manera, una señal de desconfianza lanzada por una parte de la burguesía americana. Bill Ackman, unido recientemente a Trump, explicaba en X estar de acuerdo con los aranceles, pero estimando que Trump se arriesgaba a «una perturbación mayor de la economía mundial que sería nociva para las empresas». No hacer nada impediría, en efecto, a la burguesía americana mantenerse frente a la competencia, pero unos aranceles demasiado elevados serían peligrosos para los negocios. Trump ha rectificado por tanto una parte de sus medidas, manteniendo eso sí el rumbo de la guerra comercial.

Es difícil poder predecir hasta dónde llegará todo esto, al estar el propio Trump improvisando un poco. Una parte de los economistas que le rodean ven en los aranceles una fuente de ingresos para reducir el déficit y la dependencia hacia los capitales extranjeros, y en particular hacia los chinos, e incluso para sustituir el impuesto sobre la renta: un gran favor para las grandes fortunas abonado por los consumidores americanos.

Después de haber usado el bazuca, el proceso de negociación impuesto por Trump podría ofrecer a la burguesía americana aranceles a medida, centrándose en algunos países o productos. Los smartphones y ordenadores provenientes de China han sido precisamente ya exentados. Trump no puede pretender que regresen a los EEUU las fábricas textiles basadas en una mano de obra poco cualificada y muy barata, pero podría imponer tasas a los productos de «gran valor añadido» en competencia con las fábricas implantadas en los EEUU. De lo que no hay duda es que si bien las negociaciones han empezado con unos cincuenta países, éstas tendrán también lugar con una parte de la patronal americana, la cual pretende seguir explotando a los y las trabajadoras del mundo entero sin ningún tipo de cortapisas.

Robin Klimt

Proteccionismo y libre comercio: dos facetas de una misma política

Al igual que sus predecesores, Trump dice defender los intereses de la población americana. Sin embargo, el proteccionismo nunca ha protegido a los y las trabajadoras. Los partidarios del capitalismo en un solo país « olvidan» que una parte importante de las inversiones en el sector manufacturero – en torno al 40% en los EEUU – viene del extranjero. Si la economía americana se cortase de esos recursos, tendría repercusiones evidentes en los y las trabajadoras de EEUU.

Muchos Estados capitalistas nacientes recurrieron al proteccionismo para hacer emerger una burguesía nacional, manteniéndole su mercado interior y sus infraestructuras protegidas de los competidores internacionales. Un proteccionismo extendido, del lado de las grandes potencias, hacia las zonas que éstas controlaban frente a las potencias competidoras. Y es que proteccionismo y pillaje de los vecinos a menudo van de la mano. En un momento en el que Trump se dice más proteccionista que nunca, busca sin embargo a apropiarse de los minerales raros de Ucrania. Proteger sus fronteras robando las riquezas fuera: todo un (viejo) programa.

Cuando se trató de ampliar su mercado y de explotar a una mano de obra a bajo precio, el libre comercio ha constituido uno de los pilares de la política de las grandes potencias occidentales desde los años 1980. En ese momento, nada de fronteras…salvo para los y las trabajadoras claro. Y fue en nombre de la globalización capitalista que los servicios públicos fueron privatizados a través el mundo y que los derechos de los y las trabajadoras fueron ampliamente desmantelados. Los EEUU fueron los principales artesanos, junto con la UE, de esa mundialización imponiendo, gracias al FMI, la apertura de las fronteras a sus mercancías y capitales hacia los países pobres, ahogados por la deuda.

Si es cierto que marca un giro debido a su desmesura, el proteccionismo de Trump no es algo nuevo. En el pasado no tan lejano, varios países europeos intentaban imponer varias restricciones a veces a los magnetoscopios japoneses, mediante procedimientos arbitrarios y costosos, a veces al texto chino, con la ayuda de cupos. Las barreras aduaneras de Trump tienen por cierto grandes posibilidades de transformarse, ellas también, en nuevos acuerdos de libre comercio… más favorables para los capitalistas americanos.

Marina Kuné y Édouard McBeyne

¿Soberanía nacional o independencia de clase?

«Oponer unos aranceles europeos a los aranceles fijados por el presidente americano es ineficaz» (Jean-Luc Mélenchon, el 8 de abril). «La subida masiva de los aranceles podría conllevar una subida importante de los precios al consumo» (en la web de la CGT francesa, el 20 de enero). La izquierda que, desde hace más de 10 años, hizo del proteccionismo su brújula económica, parece desorientada por la política arancelaria de Trump.

Difícil para esa izquierda diferenciarse de la política de Trump si renunciar completamente a su propio discurso. Toca por tanto matizar: el proteccionaismo de Trump es «bárbaro y salvaje» (Manuel Bompard), el de la izquierda sería «solidario». Habría por tanto el bueno y el mal proteccionista. Para Mélenchon nada de gravar los productos a ciegas, hay que gravar los beneficios de los gigantes americanos de la tecnología… Pero, al fin de cuentas, siempre serán sobre los precios de venta sobre los que se trasladarán esos impuestos suplementarios.

Si la izquierda está incómoda, es que las ilusiones podrían disiparse. Trump, multimillonario de extrema derecha, gobierna a favor del capital americano. Su proteccionismo busca defender a la patronal de su país en medio de la competencia internacional. Un proteccionismo, incluso «de izquierdas», incluso a este lado del Atlántico, no tendría otra función, y los y las trabajadoras no tendrían nada bueno que sacar de eso. ¿Cuántas subvenciones públicas y sacrificios sociales harían falta por ejemplo consentir para que la patronal francesa aceptara la famosa reindustrialización?

Incluso francés, los patrones siguen siendo patrones, y solo entienden la lucha de clases. Partidos y sindicatos intentan convencernos de lo contrario, y de que una izquierda responsable sería una baza. «El patriotismo económico, somos nosotros/as los que lo defendemos», ha declarado Sophie Binet (Secretaria General de la CGT) antes de proponerse como candidata para una hipotética «célula de crisis» tripartita para responder a los anuncios de Trump. Para eso, evidentemente, que no cuenten con nosotros/as.

Bastien Thomas

¿Un juego de suma cero?

La escalada tarifaria con China hace que los economistas consideren la guerra comercial como un «juego de suma cero», en el que todo el mundo saldría perdiendo. Sin embargo, el aumento de los precios tendrá, en primer lugar, un impacto sobre los hogares más pobres. Un estudio de la Universidad de Yale considera que esta política podría costar entre 1600 y 2000 dólares por año a los hogares americanos. Y esos aumentos repercutirían en todos los productos. En efecto, la globalización es tal que ningún país produce en autarquía, todos proveen en materias primas y componentes en los mercados mundiales. Algunos componentes cruzan incluso varias veces la frontera. Un vestido producido en China y vendido 25 dólares podría costar hasta cuatro veces más con las nuevas tarifas. Y si los EEUU quisieran lanzar de nuevo la producción textil sin padecer sus propios aranceles, tendrían que repatriar todas las etapas de la producción, desde la tejeduría hasta la costura, imponiendo salarios a la baja.

Sectores más automatizados cuya mano de obra representa una parte más pequeña del precio de producción, podrían estar más interesados por los aranceles. Los patrones harán sus cálculos – siempre y cuando se lo permitan los sobresaltos de Trump. Los industriales saben también sacar beneficios de la explotación de los y las trabajadoras de las metrópolis imperialistas y sacan a veces de ello una ventaja (mejores infraestructuras, mano de obra más cualificada, subvenciones, etc). En Francia, en estos diez últimos años, se han creado más fábricas que cerrado… pero en los sectores más automatizados, con muchos beneficios y pocos empleos. En cuanto a desplazar las fábricas de un lado a otro de las fronteras, esto puede halagar algunos egos chovinistas, pero la clase obrera en su conjunto no saca nada de todo eso.

A este ritmo, la única suma cero que habrá será la que acabará apareciendo en los extractos bancarios de las clases populares. Al menos que los y las trabajadoras impongan aumentos de salarios «recíprocos».

Emma Martin