ESQUIZOFRENIA GEOESTRATÉGICA COMO REFLEJO DE LA DECADENCIA DEL IMPERIALISMO ESTADOUNIDENSE

Resulta evidente que la reciente inauguración del segundo mandato de Trump como Presidente de los Estados Unidos de América está sacudiendo el orden político internacional, lo cual era ciertamente previsible pues si en su primera etapa ya apuntó un cambio de rumbo geoestratégico muy significativo, envalentonado ahora tras lograr una victoria electoral aplastante y haber sorteado las más de 90 causas penales abiertas, era de esperar que no tardaría en imponer su agenda, tal y como lo está haciendo a un ritmo frenético y desde el primer día.

Y a partir de aquí, el terreno de las evidencias empieza a difuminarse lentamente para adentrarnos en el de las incertidumbres, que por otro lado, se han convertido ya en la norma, como no podría ser de otro modo en un escenario marcado por las crecientes tensiones interimperialistas, agudizadas, sin ser su causa principal, por la incipiente decadencia de la hegemonía estadounidense en el escenario mundial, por un lado, y el ascenso de viejos nuevos imperios como China y en menor medida Rusia y el resto de los BRICS, por el otro. Pero en última instancia y como apuntaba Wallerstein en su teoría del “sistema-mundo” son las propias contradicciones inherentes al capitalismo, como la sobreacumulación de capital y la lucha de clases las que están detrás de los cambios en las estructuras de la división internacional del trabajo, es decir del reparto del poder a nivel global y del auge y caída de los imperios.

Un capitalismo caduco

Por tanto, el elemento que en última instancia está detrás de la frenética carrera armamentística, las guerras comerciales y las convencionales, es el mismo que operaba en los albores del siglo XX y que produjo dos guerras mundiales, es decir, el modo de producción capitalista en su fase suprema, a la que Lenin en 1916, no por gusto, denominó “imperialismo”. El propio líder de la Revolución de Octubre caracterizaba resumidamente esta fase con los siguientes 5 elementos:

Fusión del capital industrial y bancario constituyendo el capital financiero; predominio de la exportación de capital por encima de la exportación de mercancías; conformación de grandes grupos oligopólicos y monopólicos internacionales y del reparto del mercado por estos grupos; lo cual está vinculado al reparto de los territorios y sus recursos por parte de las grandes potencias (grandes ejércitos); y que en definitiva este proceso deriva en la constitución de una única economía mundial.

Éstas dinámicas de concentración y centralización de la riqueza, al igual que la Ley de la caída tendencial de la tasa de ganancias, a la que el propio Marx daba una importancia capital, operan dentro de las reglas del juego de la economía mundial capitalista del mismo modo que opera la ley de la gravedad dentro de la física. De manera muy resumida, podemos aseverar que el proceso de mecanización (hoy incluye la digitalización) que realizan los capitalistas para aumentar la productividad, reduciendo así el costo de producción, lo cual permite bajar precios y así adquirir una ventaja en la pugna competitiva, acaba por aumentar el peso del capital que no crea valor en contraposición del que si crea plusvalía resultado de la explotación. En definitiva, esto se traduce en una sobreacumulación de capital que se visualiza en una sobreproducción de mercancías que no pueden ser colocadas en el mercado, lo que genera un atasco de la economía que denominamos crisis. A pesar de que el propio Marx ya nos advirtió de las diferentes formas de contrarrestar dicha ley por parte del Capitalismo, llámese, aumento del grado de explotación de la clase trabajadora o inevitable financiarización de la economía, cualquiera de estas medidas en última instancia no contribuyen más que a agrandar la bola de nieve de las crecientes contradicciones del propio Capitalismo.

Puede que hoy la industria del carbón y el acero quede ensombrecida por el poderío de los gigantes tecnológicos dirigidos por esa manada de misóginos incel que decoraban en primera fila la investidura de Trump, pero eso no sostiene que se haya inaugurado la era del tecnofeudalismo (por más atractivo que resulte el término), así como la denominada “globalización” o el “neoliberalismo” no reflejaban más que la vuelta al redil de las inmutables leyes del capitalismo en su fase imperialista tras el impasse que supuso la II GM y su escenario de posguerra. Y no se trata de poner el foco en conflictos terminológicos, sino de, precisamente en momentos de creciente incertidumbre, poder asirnos al menos a un puñadito de certezas sobre las que apoyarnos para divisar el panorama, no con la intención académica de catalogarlo, sino con la pretensión revolucionaria de orientarnos para poder transformarlo.

La esquizofrénica política internacional estadounidense

Partiendo de esta base, podemos entonces, no sin cautela, avanzar por el terreno de las incertidumbres, para tratar de explicar los bandazos que viene implementando la política internacional estadounidense en la última década. Y si existe una institución que refleja estos recientes cambios de rumbo, esa es la OTAN, creada por el Tratado de Washington en 1949, nace para certificar la abdicación las potencias europeas en favor de EEUU a la que quedarán supeditada militar y económicamente desde el Plan del General Marshall. La propia Unión Europea no es más que el andamiaje institucional para la cohesión interna de Europa bajo la tutela de los EEUU.

Desde entonces la razón de ser de la OTAN fue la de separar a la Europa occidental de la influencia soviética actuando contra las propias organizaciones de la clase trabajadora en Europa tal y como lo evidencia la historia ya desclasificada de la Operación Gladio. Sin embargo, tras la caída de la URSS la OTAN no dejo de cumplir su cometido que siempre fue el de aislar a Rusia, no por casualidad una de las primeras maniobras de la OTAN en la guerra de Ucrania fue la voladura del nord stream 2, que abastecía a Alemania de gas barato procedente de Rusia. El primer mandato de Trump ya supuso un debilitamiento de la OTAN sin precedentes, tratando de acercar a Putin y descuidando las relaciones con las viejas potencias de la Europa continental y reconociendo a China como su principal adversario a la que le declara la guerra comercial.

La administración Biden no ha hecho más que aumentar las tensiones con China, hundiendo el dedo en la yaga de Taiwan, enmarcando, en cambio, esa política dentro de una OTAN revitalizada que expande su influencia hacia el extremo oriente (Australia, Japón, Nueva Zelanda y Corea del Sur fueron invitadas a la cumbre de la OTAN en Madrid en junio de 2022 para gloria y honor de Pedro Sánchez, donde se fijó el nuevo «Concepto Estratégico» de la OTAN, a través de un plan para los próximos 10 años en los que se trataba a China como una creciente amenaza para la seguridad atlántica) pero a la vez, recupera la vieja misión de separar a Rusia de Europa sacrificando por el camino al pueblo ucraniano.

La reciente vuelta de Trump a la casa Blanca, ha terminado de un plumazo con una estrategia que, de momento, había conseguido fortalecer las relaciones de Rusia con China, Irán y Corea del Norte (a la que también trató de acercar Trump en su primer mandato). Las conversaciones entre Trump y Putin para repartirse Ucrania, en primer lugar y detener la guerra, como objetivo secundario, vuelven a dejar a Europa huérfana de su amo, que los amenaza con establecer aranceles sino aumentan su gasto militar para regocijo de la industria armamentística norteamericana, aunque no parece que los belicistas gobernantes europeos vayan a poner problemas en ese aspecto, son las clases trabajadoras de Europa, al fin y al cabo, las que están viendo recortados sus servicios públicos para costear sus guerras imperialistas. Tan solo queda comprobar, muy en el terreno de la incertidumbre si como ya se está anunciando desde la industria militar alemana, ese aumento del gasto militar estará dirigido, al menos en parte, a revitalizar la dañada industria alemana. Mientras tanto, la burguesía europea, sigue perdiendo presencia en el panorama político y económico internacional, incluso en su histórica zona de influencia (En las dos últimas décadas, China ha superado a Francia como principal socio comercial de sus antiguas colonias en África y Pekín es ahora para los Estados africanos un socio comercial más importante que Estados Unidos, Reino Unido y Francia juntos).

En definitiva, en esta última década estamos asistiendo a las contradicciones internas y externas de EEUU como potencia mundial a la que se le empieza mover el suelo que pisa con sus gigantes pies de barro. La única linea de la política internacional norteamericana que no se desvía ni un grado es el respaldo al genocidio israelí contra el pueblo palestino. Aunque Biden haya tratado de camuflar ese apoyo de cara a sectores de su electorado.

Las contradicciones internas

A nivel interno, se puede observar además una reconfiguración de las alianzas entre los diferentes sectores de la burguesía estadounidense respecto a los grandes partidos que se alternan en el poder también parece estar en disputa tal y como ha evidenciado, un sector tradicionalmente vinculado al Partido Demócrata como lo venía siendo el tecnológico y su reciente vinculación (en el caso de Elon Musk directamente integración) con la administración Trump. La pugna competitiva entre los capitalistas, por controlar los recursos y dominar los mercados agrupados bajo el paraguas de diferentes ejércitos, acarrea además la necesidad de aumentar el grado de explotación sobre la clase trabajadora y eso también genera inestabilidad y tensiones, en forma de revueltas, levantamientos y auto-organización de las y los explotados del mundo. La deuda pública estadounidense ha alcanzado niveles récord, superando los 30 billones de dólares en 2023, mientras que las desigualdad económicas internas han llegado a niveles no vistos desde la Gran Depresión. Según un informe del Pew Research Center, el 1% más rico de la población estadounidense posee más riqueza que el 90% más pobre.

En este sentido la política interna de Trump, juega por un lado, a contentar a los sindicatos y a sus votantes con su falsa retórica del American First, anunciando la reindustralización del país. Mientras, por otro lado se ha marcado como objetivo encontrar un enemigo interno, que justifique el aumento del grado de represión y la adopción de medidas autoritarias, para dividir a la clase trabajadora e intimidar a la población migrante que el 20% de la mano de obra del país, con la intención de explotarla sin que se atrevan a rechistar.

El ascenso del gigante asiático

En la última década China ha transitado de ser un mero receptor de inversión extranjera directa (IED) a convertirse en el tercer mayor exportador de capital del mundo, gracias a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que busca expandir su influencia a través de grandes proyectos de infraestructura en otros países. Este proceso ha estado acompañado por un avance hacia industrias de alta tecnología, donde China se ha posicionado como líder en la producción de vehículos eléctricos y en el desarrollo de tecnologías críticas, todo ello respaldado por políticas estatales que buscan romper la dependencia de Occidente.

Sin embargo, este crecimiento capitalista ha generado contradicciones inherentes al sistema, como las crisis de sobreproducción; el aumento de las desigualdades sociales y una creciente deuda pública que se acerca peligrosamente al 100% de su PIB.

El Partido Comunista Chino (PCCh), bajo el liderazgo de Xi Jinping, intenta gestionar estas contradicciones mediante una combinación de represión y control sobre la clase trabajadora por un lado y los capitalistas individuales que puedan poner en riesgo la estabilidad económica con una actividad especulativa desmedida, por otro. Pero esta estrategia parece insostenible a medio plazo. En este contexto, la conciencia de la clase trabajadora y de la juventud china está cambiando, atisbando que el capitalismo no les ofrece un futuro. La creciente presión sobre los trabajadores y la acumulación de deuda sugieren que la lucha de clases se intensificará, desafiando la sostenibilidad de la burocracia china en el poder y de la propia economía mundial.

La urgencia del reagrupamiento internacional de los y las revolucionarias

La suma de los elementos expuestos dibujan un panorama marcado por la creciente pugna interimperialista y la conflictividad social.

Urge por tanto el reagrupamiento internacional de los y las militantes revolucionarias, quienes tenemos la obligación de empujar allí donde surge una lucha o una reivindicación legítima, con el objetivo de hacerla avanzar con independencia de las direcciones burocratizadas de las organizaciones políticas y sindicales que se erigen como referentes del mismo bando social al que han vendido una y mil veces.

Se revela como indispensable, por tanto, la tarea para los y las revolucionarias, de asir con todas nuestras fuerzas el hilo rojo de la experiencia histórica acumulada por el movimiento obrero y su capital teórico, el cual a día de hoy sigue siendo el mejor método de análisis de la sociedad contemporánea, así como una fabulosa guía para la acción que supone la mejor tradición del marxismo revolucionario.