ISRAEL QUIERE EXTENDER SU BARBARIE A TODO ORIENTE MEDIO, CON EL RESPALDO DE OCCIDENTE

No es sencillo analizar una situación política internacional tan convulsa y con acontecimientos de de tan extrema violencia como a la que nos enfrentamos hoy día. Dejaremos a un lado el incremento incesante de las contradicciones propias del sistema capitalista en su avanzada fase imperialista, que operan detrás la economía mundial y la geopolítica. Partiremos por tanto desde la asunción de que estamos asistiendo a la gestión por parte de EEUU y sus aliados de la OTAN de una decadencia de su hegemonía global. Solo desde ese punto de vista pueden explicarse también las enormes tensiones políticas que están sacudiendo a la propia superpotencia norteamericana, que más allá del juego electoral bipartidista venía mostrando unos niveles de consenso social y linea política internacional más o menos estable hasta la última década. Prueba de ello es que cualquier análisis sobre lo que vaya a acontecer en los próximos meses en el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, depende del resultado de las inminentes elecciones presidenciales en EEUU.

A partir de aquí, necesitamos conocer la historia de la creación del Estado sionista de Israel para comprender su rol como gendarme de occidente en la región con las mayores reservas de petroleo y gas natural del mundo. El Estado racista de Israel es fruto del movimiento sionista y del antisemitismo europeo que vio en la creación de este Estado la posibilidad, por un lado de sacar de su territorio a la población judía y por otro lado de crear una punta de lanza en el corazón de un mundo árabe por entonces en pleno proceso de descolonización y con un panarabismo en auge. Lo que prosigue es más o menos conocido, la nakba, es decir el desastre para el pueblo palestino que dura ya más de 70 años. Un pueblo palestino que fue capaz de auto-organizarse de una manera ejemplar para responder a la barbarie sionista durante la primera intifada que significó un estado de protesta y desobediencia civil sostenido desde diciembre de 1987 hasta prácticamente la firma de los acuerdos de Oslo en 1993. Esos acuerdos son la salida engañosa que tuvo que organizar EEUU para poder sofocar la dignidad rebelde de una nación sin Estado que había logrado despertar las simpatías y el respeto de todos los pueblos del mundo.

Pero el sionismo en ningún momento pensó en abandonar su proyecto del Gran Israel y siguió torturando, dividiendo y asfixiando al pueblo palestino hasta la segunda intifada (septiembre del 2000) y después de ésta hasta los ataques de Hamas del 7 de octubre de 2023, que no podemos asegurar que conocieran y permitieran, pero sí que han sido aprovechados para dar rienda suelta a sus más sádicos deseos. Lo que sí está probado es como el Likud ha financiado durante años a Hamas para tratar de evitar por todos los medios la unidad de la resistencia palestina como la de aquella primera intifada que los puso contra la pared a ojos de todo el mundo.

El genocidio televisado en gaza solo es entendible desde el lento proceso de des-humanización que la sociedad israelí profundamente enferma de odio y miedo ha llevado cabo respecto “al otro” que simplemente tuvo la mala suerte de habitar la tierra que sus sagrados textos les habían prometido. Un año después del comienzo de esta infamia que la historia no podrá borrar, Israel ha sepultado la escasa credibilidad que podía quedarle a las instituciones que rigen el derecho internacional. Ni la ONU ni la Corte Penal Internacional han logrado disuadir a un Gobierno y a un ejercito que saben que cuentan con el respaldo inquebrantable de los EEUU y sus aliados de la OTAN. Envalentonado, el monstruo aspira a cambiar la correlación de fuerzas en todo oriente medio y para ello no tiene reparos en bombardear Siria, Iran o Iraq ni en invadir de nuevo a sangre y fuego el Líbano, como tampoco los tienen sus aliados de la OTAN en hacerle el trabajo sucio en Yemen. El próximo e inminente paso, tras la lluvia de misiles iraní sobre Israel del pasado 1 de octubre, parece ser el enfrentamiento directo contra el régimen de los ayatolás, el cual cuenta con armamento nuclear y es un aliado importante de Rusia y China, lo que dibuja un escenario dantesco. Pero el hecho de que aun, 20 días después aun no haya respondido demuestra que el objetivo del Estado terrorista de Israel no es que lo borren de la faz de la tierra, sino que, como ya hemos señalado, su intención es convertirse en un actor clave en la región para controlar una de las rutas comerciales más importantes del mercado mundial, que es lo que opera por detrás del proyecto del gran Israel.

Netanyahu, se encuentra por tanto, en una encrucijada compleja. Para empezar ha sepultado de un plumazo la economía y la imagen internacional del país. Lo cual lo situá, mucho más que nunca, en un régimen de dependencia del gigante estadounidense, que es en última instancia quien va a marcar el rumbo de las operaciones contra Irán. El problema es que a dos semanas de unas reñidas elecciones presidenciales en EEUU no es viable tomar decisiones de ese calado. Lo único que podemos asegurar es que gane quien gane, vencerá el militarismo. La única esperanza para los pueblos de oriente medio y del mundo reside en su capacidad de auto-organizarse, con la misma dignidad y el mismo valor que el pueblo palestino en su primera intifada, contra estos gobiernos militaristas y capitalistas que nos conducen al desastre económico y ecológico sino logran llevarnos antes al desastre nuclear.