La incursión del ejército ucraniano el martes 6 de agosto, al norte del país, en territorio ruso, en la región de Kursk, fue un electroshock, sobre todo para Putin. No fue la primera incursión de este tipo: otras han tenido lugar dirigidas hacia Belgorod, ciudad y región vecina de Kursk donde, ante el avance ucraniano, las autoridades rusas habían declarado el estado de emergencia y enviaron refuerzos. La incursión militar penetró en una zona de 15 kilómetros de profundidad y 40 kilómetros de ancho, con hasta 11.000 soldados (según cifras de la prensa), con tanques, drones, misiles de todo tipo, y tomó el control de decenas de localidades.
Todos los medios de comunicación destacan el carácter sin precedentes del acontecimiento: el territorio de la Federación Rusa nunca antes había sufrido una incursión o invasión militar. Al contrario, fue el ejército ruso el que no se privó de intervenciones u operaciones militares fuera de sus fronteras: en Georgia, Siria, Bielorrusia o Kazajstán, en Armenia o incluso en África, y bien seguro en Ucrania, desde 2014 pero sobre todo desde la invasión bélica de febrero de 2022 y su ocupación, hasta la fecha, de alrededor del 20% de Ucrania.
Las poblaciones de las zonas de operaciones militares se vieron gravemente afectadas, las de esta región administrativa rusa de Kursk, pero también la de la región cercana a Belgorod, así como la población ucraniana de la ciudad de Sumy y de los pueblos vecinos, al otro lado de la frontera: los ataques con misiles rusos en represalia por la incursión del ejército ucraniano ya han provocado el éxodo de 20.000 personas, según cifras de Kiev.
Del lado ruso, los medios de comunicación y las redes sociales opuestos a Putin, pero también los canales prorrusos, informaron del pánico y la desesperación que se apoderaron de repente de los habitantes de decenas de pueblos y ciudades bajo los bombardeos y la amenaza de los tanques. Se cree que unas 180.000 personas se encontraron en la zona de peligro, de las cuales 121.000 huyeron solas o fueron evacuadas, dejándolo todo atrás.
El poder ruso debe enfrentar los ataques de una “blogosfera patriótica”, una red más reaccionaria que se aprovecha de la amargura popular para atacar a las autoridades militares, encabezadas por el general Gerassimov. Siendo la mejor defensa un ataque, Putin encontró un chivo expiatorio en el gobernador de la región, Alexei Smirnov. Los distintos clanes del gran capital ruso prometen ayudas a las poblaciones que sufren, incluso si es sólo «polvo bajo sus pies». Y sore todo decretan un “estado de emergencia” y “medidas antiterroristas” que tienen por objetivo reprimir cualquier posible reacción y manifestación popular.
¿La incursión militar ucraniana marca un punto de inflexión en la guerra? La disparidad entre los 2 beligerantes en efectivos y material no ha cambiado. El ejército de Zelensky orquestó una ofensiva espectacular, pero el ruso desde enero pasado ha devorado otros 66.000 km2 de territorio ucraniano, el doble que durante todo el año 2023. Ante esta presión rusa que no es capaz de repeler, ¿Ucrania está eligiendo una táctica única para desviar lo que pueda de las fuerzas rusas que avanzan en Donbass? Arrancar y ocupar algunos territorios permitiría ponerlos en valor en futuras negociaciones.
Al menos tras 150.000 soldados rusos, 70.000 civiles y soldados ucranianos después, según estimaciones aproximadas, se empieza a hablar de negociación. El 1 de agosto, el propio Zelensky mencionó explícitamente la participación en una “mesa de negociaciones” con representantes de Rusia. Incluso Putin reconoce que los últimos territorios y prisioneros tomados pueden convertirse en objetos preciosos de futuras negociaciones e intercambios. A espaldas de las personas que las habitan.