El pasado 5 de marzo, las y los electores norteamericanos de hasta 15 de sus estados se dieron cita en el denominado como “supermartes” para salvo sorpresa decantar la balanza a favor de los candidatos a Presidente de los EEUU por parte de los partidos demócrata y republicano. Tras la esperada cita todo parece indicar que tras cuatro años de gobierno demócrata, el mismo que fue tan ilusamente celebrado por la izquierda internacional, volverán a enfrentarse Biden y Trump en otro martes 5, en este caso de noviembre de 2024 en el que conoceremos finalmente quien guiará los designios del imperio durante los próximos cuatro años.
La mayor democracia del mundo como así se autodenominan, presenta al mundo su mayor espectáculo para que nos decantemos por uno de estos dos ancianos multimillonarios, en el caso de Donald Trump, con apenas 91 causas penales abiertas a día de hoy entre las que destacan: La implicación en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021; almacenar y negarse a devolver documentos confidenciales al término de su gobierno; el presunto pago ilegal a la actriz porno Stormy Daniels durante la campaña electoral de 2016 a cambio de su silencio sobre la relación extramatrimonial que ambos mantuvieron años antes; anular ilegalmente su derrota en la votación presidencial en el Estado de Georgia en 2020 o abusar sexualmente de la escritora E. Jean Carroll a mediados de los noventa y difamarla mintiendo sobre ello en 2022, entre otras lindezas. Pero Joe Biden tampoco se escapa de este tipo de escándalos, ya que se encuentra sometido a una investigación abierta por la posible influencia que pudo ejercer siendo vicepresidente de Obama a favor de los negocios de su hijo Hunter Biden en China y Ucrania, el cual, además ha sido recientemente acusado por evasión fiscal de 1 millón de dólares entre 2016 y 2019.
Por tanto, si ambos candidatos consiguen llegar indemnes a la cita electoral, aun nos quedan al menos siete meses más de bombardeo mediático (los otros bombardeos, nos tememos, seguirán gane quien gane) sobre una carrera electoral que volverán a pintarnos como trascendental para el futuro de la humanidad, y en la que realmente solo saldrán ganando unos u otros sectores del capital norteamericano pero por seguro resultarán derrotadas la clase trabajadora estadounidense y la del resto del planeta, para algo sigue siendo el imperio más poderoso que jamas haya existido, por mucho que empiece a moverse el suelo que pisan sus gigantes pies de barro.
En cualquier caso, no nos cansamos de apuntar de antemano que los pueblos del mundo no deberían depositar sus esperanzas en ninguno de los dos candidatos, baste como prueba el balance de terror que deja tras de sí la legislatura de Biden, quien iba a traer cordura y estabilidad tras la caprichosa política de Trump, y aquí lo tenemos, respaldando el brutal genocidio de Israel en Gaza y reviviendo los momentos más tensos de la guerra fría a base de reactivar la OTAN y promover un ambiente bélico inaudito desde la II Guerra Mundial. Pero si los tiempos en los que Biden despertaba las simpatías de la izquierda estadounidense e internacional, se han evaporado, la candidatura republicana tampoco puede despertar esperanza alguna por más que Trump haya asegurado que acabará con la guerra en Ucrania en 24 horas. No olvidemos que fue Trump quien estableció la embajada norteamericana en Jerusalén y quien alienta con más a fuerza a Netanyahu a continuar su barbarie.
Lo cierto es que cada uno de los candidatos personaliza un discurso antagónico sobre como gestionar la pérdida de hegemonía de EEUU como superpotencia global. Biden representa, así le gusta exponerlo, la visión de EEUU como “el país indispensable”, como lo denominara su criminal amiga, la carnicera de Yugoslavia Madeleine Albright. Es decir, la idea de los EEUU de América como la policía del mundo y la garante de la democracia y la libertad, como si alguien pudiese creerse semejante patraña. Trump en cambio representa el “American First”, otro espejismo, en este caso basado en la idea de un repliegue nacional, de una supuesta reindustrialización y de un control férreo de sus fronteras para recuperar la esencia del “American way of life”, como si eso fuese posible.
La dinámica del desarrollo capitalista, al contrario, nos sigue empujando hacia una economía mundial cada día más estrecha e interconectada. En esta fase imperialista y decadente el mercado mundial se queda cada vez más pequeño y eso exacerba la pugna competitiva entre los capitalistas del mundo, por controlar los recursos y dominar los mercados y para ello necesitan de Estados y ejércitos que defiendan sus intereses y el siglo XX ya nos ha contado en dos ocasiones como acaba esa escalada de tensiones. Pero esa misma dinámica capitalista obliga además a aumentar el grado de explotación sobre quienes producimos en todo el mundo, es decir, sobre la clase trabajadora y eso también genera inestabilidad y tensiones, en forma de revueltas, levantamientos y auto-organización de las y los explotados del mundo.
EEUU como la principal potencia imperialista, ve hoy gravemente amenazada su hegemonía y eso la hace aun más imprevisible, agresiva y peligrosa, si cabe. A nivel interno la polarización e inestabilidad de la sociedad estadounidense es indiscutible, sirvan como ejemplo los siguientes dos elementos:
1º El intenso conflicto entre el Estado de Texas y el Gobierno federal por la gestión de la inmigración procedente de México, en el que Texas ha adoptado medidas criminales para controlar la inmigración irregular, enfrentándose al Gobierno federal y obteniendo el apoyo de otros estados con gobiernos republicanos, en un desafío que ha reavivado el sentimiento independentista que existe entre la población sureña.
2º El auge de las huelgas y de las luchas sindicales que está protagonizando la clase trabajadora estadounidense inéditas desde hace más de 50 años. A lo que podríamos sumar las recientes movilizaciones frente al genocidio en Gaza o el movimiento Black lives matter si nos vamos solo unos años atrás.
Pase lo que pase el próximo 5 de noviembre de 2024, los y las explotadas, las humilladas y las oprimidas del mundo seguiremos teniendo una única salida a las guerras, la crisis climática y la miseria a la que nos conducen nuestros gobiernos y esa no es otra que depositar nuestras esperanzas en nuestra propia capacidad de organizarnos de manera independiente y de paralizar la producción a todos los niveles para demostrarles que el poder es nuestro y que solo los y las trabajadoras del mundo tenemos la capacidad de reorganizar la sociedad para que gobierne la razón sobre la avaricia y la solidaridad y la convivencia sobre la barbarie y la guerra.