A finales del pasado mes de enero se produjeron en Alemania una serie de movilizaciones históricas que lograron reunir a más de un millón y medio de personas para denunciar el preocupante ascenso de la extrema derecha. Se trató de manifestaciones muy heterogéneas que a pesar de intentar ser capitalizadas por el Gobierno de coalición que conforman socialdemócratas, liberales y verdes, también quedaron retratados cuando se les señaló por sus políticas anti-migratorias desde movimientos sociales y organizaciones de la extrema izquierda.
Y es que, como sabemos también en el Estado español, la gran victoria de la extrema derecha radica en la capacidad de imponer su agenda política a gobiernos supuestamente progresistas. Así la ministra del Interior, Nancy Faeser (SPD) se enorgullece de haber deportado el 27 por ciento más de personas el año pasado que en 2022. E incluso después de las recientes protestas el gobierno votó la “Ley de optimización de la repatriación” para endurecer aun más las repatriaciones y aumentar la detención previa la deportación de 10 a 28 días, vulnerando libertades y conquistas sociales con siglos de historia.
El detonante de esta importante respuesta social, se produjo el 10 de enero de 2024, día en el que el medio Correctiv publicó en exclusiva que apenas un par de meses atrás se había producido un encuentro en Potsdam al que habían acudido dirigentes del partido ultraderechista AfD (Alternativa por Alemania); reconocidos líderes neonazis y empresarios de diferentes sectores para discutir la expulsión masiva de migrantes; solicitantes de asilo e incluso personas con pasaporte alemán de origen migrante en lo que Martin Sellner, líder del movimiento identitario de extrema derecha austriaco y ponente en la reunión califica con el eufemismo de «reemigración».
Y es que el envalentonamiento global de la extrema derecha también lleva varios años fraguándose en Alemania. En junio de 2019 el asesinato de Walter Lübcke, un destacado político regional alemán, a manos de un neonazi hizo saltar las alarmas. Y desde entonces se han un enjambre de redes de extrema derecha en la policía y el ejército.
Por otro lado, según a informado el propio ministerio Federal del Interior diversos grupos y sectas de extrema derecha llevan años acaparando tierras y comprando propiedades en zonas rurales de toda Alemania para organizar comunidades al margen del Estado. Las autoridades alemanas utilizan el término reichsbürger (ciudadanos del imperio) para referirse a todos los grupos de extrema derecha que rechazan la República Federal de Alemania y pretenden derrocar al Gobierno, entre las organizaciones más conocidas está el Königreich Deutschland o KRD (Reino de Alemania), un grupo fundado en 2012, con una moneda propia y una Constitución, y que estaría persiguiendo sus ansias expansionistas comprando aquello a lo que se refieren como “territorio nacional”.
Ya el pasado diciembre de 2023 las autoridades alemanas anunciaron que uno de estos grupos armados de extrema derecha encabezado por el autoproclamado Enrique XIII, el príncipe Reuss, había planeado un golpe de Estado con la intención de asaltar el Bundestag, secuestrar diputados y hacer caer el Estado. La Fiscalía alemana presentó cargos de terrorismo contra más de dos docenas de personas en relación con el complot.
Sin embargo en la reciente oleada de protestas vienen a denunciar el crecimiento del ya citado AfD (Alternativa por Alemania). El partido, formado en 2013 y conocido por sus discursos xenófobos y sus políticas antimigratorias, viene aumentado su popularidad por el creciente descontento social que están provocando las altas facturas de energía y la inflación que galopa en Alemania especialmente desde el inicio hace ya dos años de la guerra en Ucrania. Las encuestas sitúan a la AfD como el segundo partido en intención de voto con un 20% de apoyo, mientras que, en algunas partes del este de Alemania alcanza un 36%. La formación de extrema derecha ha conseguido recientemente su primera alcaldía en Sajonia, una de las victorias políticas más importantes desde su llegada al Bundestag en 2017.
Resulta evidente que este ascenso no será detenido por un gobierno que en última instancia aplica el programa político de la AfD, cuando aumenta las deportaciones, criminaliza la solidaridad con Gaza frente al genocidio perpetrado por el Estado sionista de Israel y aprueba millonarios envíos de armas a Ucrania mientras recorta en servicios sociales. Pero a este Gobierno, como al de Sánchez también se le ha levantado en pie de guerra el campo; ha tenido que lidiar con una huelga ferroviaria histórica y todo apunta a la intensificación de las luchas obreras en diferentes sectores industriales a lo largo de 2024.
Frente a las protestas el Gobierno ha anunciado una serie de medidas para combatir la propagación de los discursos de odio y vigilar la financiación de los partidos de extrema derecha, e incluso ha saltado al debate público la posibilidad de la ilegalización de la AfD. En cualquier caso estás medidas ignoran las profundas causas que incuban el crecimiento de la extrema derecha entre importantes capas de la pequeña burguesía y las clases trabajadoras más castigadas y por tanto están condenadas al fracaso.
Ya estamos comprobando en los últimos años que al fascismo no lo van a parar los partidos institucionales de todo pelaje, con la defensa hueca de su democracia para los ricos y sus falsos cordones sanitarios que se desatan a la primera de cambio. Sino que solo un frente único de movimientos sociales, sindicatos y organizaciones políticas independientes del Estado y del capital es capaz de coordinarse en todo el país e incluso a nivel internacional para realizar asambleas, movilizaciones y huelgas en centros de estudio y de trabajo paraenfrentar el auge de este nazismo de nuevo cuño, sin dejar de enfrentar sus causas, es decir el capitalismo en esta fase imperialista y decadente que no deja de producir crisis y guerras, pero también estallidos sociales. Luchemos para convertir éstos en revoluciones que traigan una verdadera democracia para las mayorías trabajadoras del mundo.