Netanyahu no ha parado ni un segundo la masacre en Gaza (incluso los ataques continuaron en los días de “falsa tregua”) desde primeros de octubre. Tampoco ha tenido lugar una hipócrita tregua navideña. La acción armada de resistencia de Hamás del 7 de octubre puso al descubierto los fallos de seguridad de sus servicios secretos, abriendo paso a una ofensiva de tal calibre y construyéndose una legitimidad en torno al gobierno más extremista en décadas para tener vía libre para ejecutar su exterminio, retransmitido por sus soldados en tik-tok.
El 25 de diciembre nos levantamos con el espeluznante video de decenas de palestinos en ropa interior, marchando con las manos atadas o sentados en hileras en un campo de fútbol gazatí convertido en improvisado campo de detención, en un visionado de los propios soldados sionistas a ritmo funky. Las resonancias con la prisión estadounidense de Abu Ghraib en Irak o el Chile pinochetista son inevitables y con la misma contundencia impunemente retransmitidas gracias a los intereses geoestratégicos que la palmadita en la espalda de Biden y Ursula von der Leyen sintetizan.
La periodista Olga Rodríguez, especialista en Oriente Medio, ha rescatado estos días las palabras de un israelí antiosionista: “Hasta que Israel no entienda que el precio de no tener paz es más alto que el precio de tenerla seguirá sin abordar una solución política y no abandonará el exterminio”. La política unidireccional y de hechos consumados de Israel es comprar tiempo con la complicidad/indiferencia internacional: cambiar de dirección supone renunciar a su proyecto maximalista y en lo concreto un freno a su colonización de Cisjordania.
No vamos a remontarnos a los orígenes del proyecto sionista, pero es a partir de la guerra de 1967, cuando Israel coloniza el resto de la Palestina histórica, el punto en que el proceso de anexión se acelera inexorablemente y el proyecto sionista descarta toda posibilidad de valorar la recomendación-trampa de los 2 estados de la ONU. Es aquí cuando los historiadores y especialistas generalizan el término de limpieza étnica. Hoy el gobierno del Likud y la extrema derecha menciona sin rubor la Nakba como parte de la necesidad histórica de la expulsión de l@s palestin@s y plantea su exterminio como perspectiva estratégica.
Como afirma el historiador israelí Ilán Papé, la naturaleza supremacista connatural al estado de Israel es tal que el sionismo hubiera surgido hace siglos, posiblemente habría logrado eliminar a la población indígena, como en EEUU: “Hoy nos enfrentamos a una ideología judía mesiánica, racista y fundamentalista evolucionada, que no sólo cree que Palestina pertenece al pueblo judío (así afirmó Netanyahu con la Ley del Estado-Nación de 2018), sino que piensa que tiene licencia moral para matar y expulsar a tod@s l@s palestin@s.
Solamente así se entiende que el presidente de Israel llamara en noviembre “antisemita” al secretario general de la ONU cuando, avanzando en la vergonzante equidistancia tras el 7 de octubre, había contextualizado en la historia de las últimas décadas el mal llamado conflicto árabe-israelí, y que fueran acusadas de “antisemitas” y “cómplices del terrorismo” por la embajada israelí las declaraciones de Ione Belarra como todavía ministra. Porque cuestionen su propia naturaleza política de Estado sionista unificado.
Para matar y vanagloriarse de ello como está haciendo, sin rendir cuentas porque nadie se las pide, al sionismo le basta con afirmar que tiene “derecho a la autodefensa” (marco aceptado por todos los gobiernos occidentales) y que la manera de evitar futuras rebeliones palestinas contra la ocupación incluso pasa por segar vidas infantiles para evitar que se conviertan en terroristas. Se trata de una limpieza étnica reivindicada como defensa propia.
Con el nuevo ejecutivo de la supuesta “única democracia en Oriente Medio” la colonización y el apartheid no ha cesado ni para coger impulso en Cisjordania y la violencia cotidiana en todas sus formas, ponen al límite el umbral de la paciencia palestina. 74 años tras la Nakba la expresión del sionismo ha alcanzado su máxima expresión en ciudades como Jerusalén o Hebrón, que sintetizan nítidamente el beligerante sistema de ocupación y colonización derivado del fraudulento proceso de Oslo.
El territorio palestino al que la diplomacia internacional ha abandonado hoy es una franja de Gaza, auténtico campo de concentración, más una Cisjordania troceada hasta al milímetro, con una cuadriculación absoluta del espacio, donde los colonos pueden expropiar a una familia palestina cada día con absoluta impunidad. Ese queso de gruyer y sus habitantes, a quienes se conmina a una “emigración voluntaria” estos meses en Gaza, en palabras de Netanyahu, es un enorme impedimento para que el “pueblo elegido” ocupe todo el espacio entre el río y el mar.
Por último, pongamos cifras al horror en estos últimos días de diciembre de 2023, superadas ampliamente cuando se lea este artículo: desde el 7 de octubre, los ataques de Israel han matado a 20.674 personas, más de 8000 de ellas niñ@s, se estima que bajo los escombros continúan atrapados hasta 7.500 cuerpos, 23 hospitales están fuera de servicio y la agencia de la ONU para l@s refugiad@s estima que hay 50.000 mujeres embarazadas en Gaza con más de 180 nacimientos por día.