LA ACTUALIDAD DE LENIN PARA LA INTERVENCIÓN POLÍTICA DE HOY

¿Qué actualidad tiene el pensamiento de Lenin? A 100 años de su muerte, conviene repasar algunos elementos útiles para la intervención de hoy de todos/as aquellos/as que militamos a diario con el objetivo de acabar con la lógica del sistema capitalista y de construir una sociedad sin clases en la que estemos liberados/as de cualquier tipo de explotación y de opresión.

Lenin y su teoría del partido para acabar con el sistema capitalista   

Lenin partía de una idea central. Para acabar con el sistema semifeudal del Zar e impulsar una sociedad sin clases dirigida por la clase trabajadora era imprescindible que la mayoría de la población luchara por ello de manera consciente. Toda su reflexión partió de ahí y trató de proponer una teoría que permitiera alcanzar dicho objetivo partiendo siempre de la realidad de la sociedad en la que vivía, es decir del hecho de que la inmensa mayoría de la clase trabajadora no sólo no estaba, en un principio, en esas claves rupturistas sino que además estaba marcada por la ideología de la clase dominante.

Lenin trató de responder a esa problemática. ¿Cómo se puede derrocar el sistema capitalista logrando que la mayoría de la sociedad tome las riendas del poder político y económico enfrentándose ésta a un Estado burgués que lo controla todo y todo eso partiendo del nivel de consciencia existente de la clase trabajadora?

Lenin partía de la idea de que la lucha de clases entre trabajadores/as y capitalistas es una consecuencia inevitable de la división de la sociedad capitalista en clases al haber en disputa intereses opuestos. En ese sentido, las formas diversas de organización que los y las trabajadoras irán adoptando serán la consecuencia inevitable de esa lucha de clases en el seno del régimen capitalista. La propia inercia de las contradicciones del sistema capitalista hará que existan siempre luchas y movilizaciones de la clase trabajadora para que ésta defienda sus propios intereses de clase mediante por ejemplo luchas sindicales inmediatas. Eso significa que frente a políticas antisociales que afecten a salarios, puestos de trabajo, servicios públicos o la vivienda de la mayoría, ésta siempre acabará – en mayor o menor medida – organizándose colectivamente para tratar de responder a esos ataques.

Sin embargo, Lenin pensaba que la aparición de una conciencia de clase revolucionaria, es decir de una conciencia que asuma las responsabilidades políticas y militantes que conlleva conducir las movilizaciones inmediatas por la mejora de las condiciones de vida hasta el derribo del sistema capitalista y la instauración de una sociedad sin clases, no es en ningún caso el resultado automático de la lucha de clases. Organizarse y resistir frente a un desahucio o a un despido no conlleva necesariamente, y menos automáticamente, a que los y las trabajadoras que protagonizan esas luchas lleguen a la conclusión de que el sistema capitalista es en última instancia el responsable de sus problemas y menos aún de que es posible derribarlo para sustituirle otra sociedad.

Y es normal que así sea. El Estado capitalista no es neutral. Está configurado para beneficiar la concentración de las riquezas en unas pocas manos. Este Estado no pretende buscar el interés social para la mayoría. Al contrario, pretende mantener un sistema que beneficie y enriquezca a una minoría. Y para ello utiliza todas las herramientas ideológicas (e incluso coercitivas llegado el caso) que están a su alcance para normalizar esta situación y para hacer creer que no existe ninguna alternativa posible. En el sistema capitalista, la enseñanza, la iglesia, la prensa, la radio, la televisión y miles de otros instrumentos directos o indirectos condicionan y moldean la mentalidad de la clase trabajadora y de la juventud. Pero no sólo eso. En este sistema, la propia estructura de nuestras vidas está diseñada de tal forma que dificulta, seriamente, que entendamos los entresijos del capitalismo en toda su complejidad. Las horas dedicadas al trabajo para poder vivir, o sobrevivir, o el tiempo dedicado a la construcción, mantenimiento y reproducción del núcleo familiar dificultan muchísimo sacar tiempo para tratar de entender y de influir en esos elementos. No es casualidad que una de las contradicciones del capitalismo que solemos percibir con mayor facilidad sea la que tiene que ver con nuestras condiciones laborales inmediatas en nuestro centro de trabajo.

Para entender todos esos entresijos se necesita o bien una experiencia larga y diferenciada o bien una “contra educación” que sólo puede proporcionar una organización revolucionaria diseñada para acabar con la lógica del sistema capitalista y para construir una sociedad socialista. Si pensásemos que estamos en una etapa histórica muy larga sin ningún tipo de sobresaltos ni estallidos, no importaría tanto que el nivel de conciencia de la mayoría fuese bajo. Se podría esperar que una franja creciente de los y las trabajadoras alcanzase una conciencia revolucionaria poco a poco y a través de numerosas experiencias parciales. Sin embargo, a partir del momento en el que se esperan estallidos y crisis revolucionarias a corto o medio plazo, no se puede esperar a que esto suceda. Se necesita, entonces, que todos/as aquellos/as que ya han alcanzado dicha conciencia de clase revolucionaria se organicen e intervengan de la manera más cohesionada y eficaz posible para – al calor de las movilizaciones – elevar el nivel de conciencia de los y las trabajadoras más avanzados/as para que pasen de una conciencia sindical elemental a una conciencia revolucionaria. Es decir de la lucha socio-sindical por unas reivindicaciones inmediatas a una lucha política por la transformación revolucionaria de la sociedad. Esa tarea, sólo la puede acontecer una organización que aglutine a esa franja convencida de la clase para intervenir e influir en esos estallidos con el punto de mira siempre puesto en el derrocamiento del sistema capitalista mediante la toma del poder de la clase trabajadora. Esa organización es una organización revolucionaria de vanguardia en tanto y en cuanto la componen los elementos más avanzados, en términos de conciencia revolucionaria – de la clase trabajadora.

La reflexión de Lenin tenía que ver por tanto con una doble teoría: 1.- la teoría de la formación de la conciencia de clase en el seno de la clase obrera y 2.- la teoría de la organización de combate cuyo objetivo es la preparación de una revolución social llevada a cabo por dicha clase. Lenin optó por la creación de ese tipo de organización política de vanguardia desde 1902 en Rusia y a partir de 1914 a nivel internacional. Entendía que estallarían revoluciones tanto en Rusia como en otros muchos países  posteriormente y que por tanto se necesitaba reagrupar a la franja de la clase trabajadora más consciente para intervenir de manera cohesionada y determinada en los estallidos sociales que estaban por venir. La historia le acabaría dando la razón.

Este tipo de organización política tiene que ser militante. Sus miembros deben intervenir en la lucha de clases a diario y buscar siempre ensanchar las contradicciones del sistema capitalista. En el caso contrario no podrán contribuir a la reconstrucción de una conciencia revolucionaria cuando se den estallidos y crisis sociales. Eso significa que dicha organización debe estar en disposición de intervenir de manera cohesionada, homogénea y determinada cuando se den esas circunstancias con el objeto de ofrecer perspectivas políticas que vayan más allá de la simple consecución de las reivindicaciones inmediatas. La cohesión y la homogeneidad no significan en ningún caso que no se permita la disensión. Para nada. Una organización que pretende construir una sociedad sin ningún tipo de opresión debe ser 100% democrática. Sin embargo, permitir los debates contradictorios y que éstos puedan ser incluso públicos no significa en ningún caso construir una organización heterogénea y fragmentada que disminuya su eficacia en la intervención política. La experiencia común de esos/as militantes en la lucha de clases es la que debe permitir crear un acervo común que mejore la eficacia de la intervención política cotidiana.  

A menudo, se ha tratado de argumentar que este tipo de organización política era el reflejo de una desconfianza e incluso de un desprecio hacia las masas y hacia su capacidad de acción espontánea. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Lenin admiraba esas luchas y las consideraba imprescindibles para cualquier cambio revolucionario. Lo que sí separaba a Lenin de los “espontaneístas” era la comprensión de los límites de la espontaneidad de las masas que por sí sola no puede derrocar el Estado burgués ni a la economía capitalista. Y eso por varios motivos tal y como señalaba Ernest Mandel:

  • Porque esa espontaneidad es discontinua y puede recaer tan rápidamente como se inició y dejar un gusto a cenizas si los tesoros de experiencia que desprende en numerosos trabajadores/as no son sistematizados conscientemente y cristalizados bajo la forma de marcos organizados. 
  • Porque esa espontaneidad es desorganizada frente a un enemigo superiormente organizado y centralizado y que conlleva el riesgo de dispersar sus energías en decenas de combates parciales, que serán sucesivamente contenidos y quebrados por un adversario que aprovecha las ventajas de la centralización. 
  • Porque la Revolución social necesita un grado de organización y de conciencia elevado para substituir a esta mezcla de anarquía y de autoritarismo que caracteriza al capitalismo de los monopolios. Sin una larga experiencia de organización y de programa revolucionarios, los trabajadores de vanguardia no encontrarán de repente, y en la hora señalada, los recursos necesarios para efectuar esa tarea de reconstrucción deliberada de toda la sociedad.  

Por último, una organización de este tipo no puede ser sino profundamente democrática. Presuponemos que un partido democrático es aquel que concibe un amplio grado de igualdad  de oportunidades entre sus miembros para participar de las decisiones y para acceder a las informaciones. El partido que pensó Lenin no puede ser de otra manera ya que está basado en el agrupamiento de militantes activos, y de militantes activos únicamente. En el caso contrario pierde toda su esencia y su objetivo. Tal y como decía de nuevo Ernest Mandel: “está claro que entre militantes de este tipo, las posibilidades de participar a debates, de juzgar con su propia cabeza, y de decidir en base a su propia experiencia, son mucho más altas que en “partidos de inscritos”, en los cuales la gran masa de afiliados es totalmente pasiva, sin poseer los mínimos conocimientos o experiencias para poder participar a un debate mínimamente real, y por tanto sin interés ninguno por participar de los mismos, constituyendo por tanto una masa ideal para maniobrar en manos de burócratas o arribistas, que pueden manipularla a su antojo en cuanto se ven amenazados por una oposición”.

Lenin y la lucha contra las opresiones 

El Estado obrero ruso hizo más por la mujer en algunos meses que todos los países capitalistas en décadas”. Esta afirmación de Lenin no deja lugar a dudas. La revolución rusa trajo consigo unas medidas nunca vistas antes para revertir la situación humillante a la cual estaba sometida la mujer trabajadora rusa.  

Lenin siempre defendió que sin la mujer trabajadora no se podría alcanzar ninguna revolución social y que sin ella no se podría construir una sociedad sin clases y sin ningún tipo de opresiones. Por ello, no solo legisló para abolir todas las leyes que colocaban a la mujer en una situación de desigualdad en relación a los hombres sino que además defendió la necesidad de liberar a la mujer de las tareas domésticas para que ésta se implicara en la construcción política y económica de una nueva sociedad. Calificaba la legislación burguesa respecto a la mujer de “increíblemente infame, repugnantemente sucia, bestialmente burda (…) que otorga privilegios a los hombres y humilla y degradan a la mujer…” a la vez que insistía en que “no puede existir, no existe, ni existirá jamás verdadera “libertad” mientras las mujeres se hallen atrapadas por los privilegios legales de los hombres”.

Fueron muchos los avances. Se abordó el objetivo de acabar con todo tipo de abuso y maltrato en el seno de la familia. El nuevo Código civil de 1918 suprimía así todos los derechos de los maridos sobre las mujeres: el marido no podía imponer a la mujer su nombre, ni su domicilio, ni su nacionalidad y garantizaba la absoluta paridad de derechos entre marido y mujer. Por primera vez en un país se legisla que el salario femenino sea idéntico al masculino por el mismo trabajo y se ve a la mujer en todos los sectores de la producción: minas, construcción civil, puertos así como en todas las ramas de la producción industrial e intelectual. Ese mismo año, la 1ª Constitución de la República Soviética recoge el derecho a voto de la mujer y a que ésta sea elegida para ocupar cargos públicos. El Código familiar de 1918 integraba el matrimonio civil, el derecho al divorcio a petición de cualquiera de los cónyuges y la eliminación de la distinción entre hijos/as “legítimos/as” e “ilegítimos/as”. En 1920, se legaliza el derecho al aborto gratuito: “el aborto, la interrupción del embarazo por medios artificiales, se llevará a cabo gratuitamente en los hospitales del Estado donde las mujeres gozarán de la máxima seguridad en la operación”. La maternidad fue protegida en el ámbito laboral, garantizando que las madres no fueran discriminadas. Algo tan habitual en los países capitalistas. En ese sentido, el Código laboral de 1918 garantizaba un receso pagado de media hora al menos cada tres horas para alimentar al bebe. En cuanto a la protección durante el embarazo y la lactancia, se prohibió el trabajo nocturno y las horas extras. La ley otorgaba 8 semanas de licencia de maternidad remunerada así como servicios médicos gratuitos antes y después del parto. Se abolieron también las leyes represivas contra los homosexuales y la criminalización de las relaciones sexuales: “la legislación soviética se basa en el siguiente principio: declara la absoluta no interferencia del Estado y la sociedad en asuntos sexuales, en tanto que nadie sea lastimado y nadie se inmiscuya con los intereses de alguien más”. En cuanto a la prostitución y su uso eran descritos como “un crimen contra los vínculos de camaradería y solidaridad”Se proponía que no hubiese penas legales por ese crimen centrándose en atacar las causas materiales de la prostitución mejorando las condiciones de vida y trabajo de las mujeres.

Pero Lenin sabía que para que la igualdad y la emancipación de la mujer fuesen efectivas en la práctica, era necesaria una economía que la librase del trabajo doméstico y en la que ella participase de forma igualitaria al hombre. Lenin, en julio de 1919, insistía en que el papel de la mujer dentro de la familia era la clave de su opresión: 

Independientemente de todas las leyes que emancipan a la mujer, esta continua siendo una esclava, porque el trabajo domestico oprime, estrangula, degrada y la reduce a la cocina y al cuidado de los hijos, y ella desperdicia su fuerza en trabajos improductivos, que agotan sus nervios y la idiotizan. Por eso, la emancipación de la mujer, el comunismo verdadero, comenzara solamente cuando y donde se inicie una lucha sin cuartel, dirigida por el proletariado, dueño del poder del Estado, contra esa naturaleza del trabajo domestico, o mejor, cuando se inicie su transformación total, en una economía a gran escala”

Para ello, se socializaron las tareas domésticas creando cafeterías y comedores, casas cunas, restaurantes colectivos, lavanderías y guarderías públicas. Se pretendía liberar a la mujer de emplear la mayor parte de su tiempo a la limpieza, la alimentación o al cuidado de los más dependientes. En enero de 1920, las cafeterías públicas de Petrogrado atendían a 1 millón de personas mientras que en Moscú el 93% de la población las utilizaba. El objetivo era permitirle acceder al trabajo productivo remunerado y socialmente reconocido, y por tanto a la independencia económica, disponiendo también del tiempo necesario para participar en la política y la dirección de la nueva sociedad.  

Lenin y el partido bolchevique se tomaron en serio la tarea de acabar con la condición de la mujer de “esclavas de los esclavos”. Para él, era imposible derrocar el sistema opresor del Zar sin unificar a la clase trabajadora (mujeres y hombres) al igual que era imposible construir una nueva sociedad sin implicar a la mujer y sin acabar con su poresión. Organizaron el partido para ello. En 1919 se formó el Departamento femenino del Partido Bolchevique (Zhenotdel)  con Innessa Armand a la cabeza y se creó un periódico Kommunistka (mujer comunista) con el objetivo de concienciar y movilizar a la mujer trabajadora en todas las tareas de construcción de una nueva sociedad sin ser relegada por el hombre.  

Lenin, la Internacional y la revolución mundial 

Lenin siempre tuvo claro que en la fase imperialista del capitalismo era imposible construir el socialismo a largo plazo en un solo país. No en vano afirmaba: “siempre operamos sobre la premisa de una revolución internacional… En un solo país es imposible consumar la tarea de una revolución socialista”.  

En marzo de 1919 se fundó la IIIª Internacional. Lenin siempre consideró la construcción de esa Internacional como una tarea estratégica para alcanzar el socialismo. Para él, la Internacional debía ser un verdadero partido revolucionario a escala mundial en el que poder discutir de estrategia revolucionaria en cada uno de los países. Para Lenin, todo debía ser sometido al debate de la Internacional incluso la política para dirigir el Estado soviético. Bajo su dirección la Internacional celebró un Congreso por año. Desde 1919 hasta 1922 se celebraron por tanto los cuatro primeros Congresos de la III Internacional a pesar de los momentos difíciles por los que estaba pasando el nuevo Estado soviético: guerra civil e invasión de los ejércitos imperialistas. 

Lenin no concebía la IIIª Internacional como una agencia del partido ruso en el que éste impusiese a los demás países sus posiciones. Por ello, la dirección bolchevique tomó la decisión política de que sus delegados estuviesen en minoría en los Congreso de la Internacional a pesar de representar muchísimos más militantes. En el Congreso de fundación, el Partido Bolchevique representaba a unos 250 000 militantes cuando la mayoría de las otras organizaciones no pasaban de unos pocos cientos. Para Lenin, era preciso debatir de todo con el único objeto de llevar a cabo procesos revolucionarios a nivel mundial. Así pues afirmaba que “todos los partidos revolucionarios que han perecido hasta ahora, perecieron porque llegaron a estar satisfechos de sí mismos. Ya no podían ver las fuentes de su fuerza y temían hablar de sus debilidades. Pero nosotros no pereceremos porque no nos asusta hablar de nuestras debilidades y aprendemos a vencerlas”. 

La primera guerra mundial y el triunfo de la revolución rusa desencadenaron una oleada revolucionaria en toda Europa. La revolución social era de actualidad y se hacía imprescindible para encauzar esos estallidos un partido mundial para la revolución. Los partidos social demócratas entraron en crisis surgiendo en su seno numerosas corrientes comunistas que desembocaron en la creación de partidos comunistas y en la posterior adhesión a la III Internacional. En ese contexto se celebró el Ier Congreso en 1919.  

El IIº Congreso (1920) sirvió, entre otras cosas, para polemizar con las posiciones izquierdistas de algunos sectores que siguen siendo a día de hoy debates de actualidad como por ejemplo la oposición a cualquier tipo de trabajo en las organizaciones de masas (sindicatos) controladas por los reformistas alentando la construcción de “sindicatos rojos” propios y a la participación en las elecciones parlamentarias defendiendo el boicot electoral. El Manifiesto del Congreso se opuso a esas posiciones afirmando que “la Internacional Comunista es el partido mundial de la rebelión proletaria y de la dictadura del proletariado. No tiene tareas ni objetivos separados ni aparte de los propios de la clase obrera. Las pretensiones de las sectas minúsculas, cada una de las cuales quieren salvar a la clase obrera a su manera, son ajenas y hostiles al espíritu de la Internacional Comunista. La IC no posee ningún tipo de panaceas ni fórmulas mágicas, sino que se basa en la experiencia internacional, presente y pasada, de la clase obrera; depura estas experiencias de todas las equivocaciones y desviaciones; generaliza las conquistas alcanzadas y reconoce solamente como fórmulas revolucionarias las fórmulas de acción de masas. Llevando a cabo una lucha sin cuartel contra el reformismo en los sindicatos y contra el cretinismo parlamentario y el carrerismo, la Internacional Comunista, condena al mismo tiempo todos los llamamientos sectarios para dejar las filas de las organizaciones sindicales que agrupan a millones, o dar la espalda al trabajo en las instituciones parlamentarias y municipales. Los comunistas no se separan de las masas que están siendo decepcionadas y traicionadas por los reformistas y los patriotas, sino que se comprometen a un combate irreconciliable dentro de las organizaciones de masas e instituciones establecidas por la sociedad burguesa, para poder derrocarla lo más segura y rápidamente posible”. 

En cuanto a Lenin, éste dejaba clara su posición en su célebre libro La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo en el que afirmaba: “Precisamente la absurda ‘teoría’ de la no participación de los comunistas en los sindicatos reaccionarios demuestra del modo más evidente con qué ligereza consideran estos comunistas ‘de izquierda’ la cuestión de la influencia sobre las ‘masas’ y de qué modo abusan de su griterío acerca de las ‘masas’. Para saber ayudar a la ‘masa’ y conquistar su simpatía, su adhesión y su apoyo no hay que temer las dificultades, las quisquillas, las zancadillas, los insultos y las persecuciones de los ‘jefes’ (que, siendo oportunistas y socialchovinistas, están en la mayor parte de los casos en relación directa o indirecta con la burguesía y la policía) y se debe trabajar sin falta allí donde estén las masas. Hay que saber hacer toda clase de sacrificios y vencer los mayores obstáculos para llevar a cabo una propaganda y una agitación sistemáticas, tenaces, perseverantes y pacientes precisamente en las instituciones, sociedades y sindicatos, por reaccionarios que sean, donde haya masas proletarias o semiproletarias. Y los sindicatos y las cooperativas obreras (estas últimas, por lo menos, en algunos casos) son precisamente las organizaciones donde están las masas”. 

El III Congreso (1921) tendría lugar después del reflujo de la primera gran oleada revolucionaria y de la consiguiente recuperación por parte de los capitalistas. Lenin, señaló que en aquellas circunstancias la tarea más importante era avanzar en la construcción de los partidos comunistas, ganar posiciones firmes en el movimiento obrero y encabezar las luchas defensivas de los y las trabajadoras. Y para ello había que aplicar la táctica del Frente Único que perseguía un objetivo concreto: llegar a la base obrera de las organizaciones socialdemócratas oficiales “golpeando juntos, marchando separados”. Es decir emplazar a las organizaciones reformistas para combatir al enemigo común mediante acciones acordadas en defensa de reivindicaciones concretas pero manteniendo una total independencia de clase con respecto a sus políticas y a sus estructuras. En ese caso, serían las direcciones reformistas las que dejarían claro ante sus bases sociales su no voluntad por llevar a cabo esa lucha.  

El IVº Congreso (1922), la Internacional Comunista trató cuestiones relacionadas con la construcción del socialismo en la URSS. Los años de guerra imperialista primero y los sufridos por la guerra civil después dejaron a Rusia destruida y a los y las trabajadoras totalmente extenuados con unas pérdidas humanas ingentes. En 1919, el número de obreros industriales había caído al 76% del nivel de 1917, mientras que el porcentaje de obreros de la construcción había caído al 66%, y el de ferroviarios al 63%. La cifra global de obreros industriales descendió a menos de la mitad, de tres millones en 1917 a un millón doscientos cuarenta mil en 1920. En esa situación y con el fracaso de los procesos revolucionarios en otros países de Europa, el joven Estado se vio aislado y tuvo, para tratar de desarrollar las fuerzas productivas, volver a una situación de mercado anterior con la aprobación de la Nueva Política Económica. Esto también fue sujeto de debate en el seno de la IIIª Internacional. 

Lenin y el derecho de autodeterminación de los pueblos   

Lenin defendió el derecho de autodeterminación de los pueblos de manera decidida como un derecho democrático básico pero siempre incluyéndolo en una estrategia para la revolución social. Y esto por tres motivos esenciales: 

1.- Como lucha contra el imperialismo para que las masas coloniales se levantasen contra el imperialismo. Lenin consideraba en todo momento a dichas masas, actores políticos. Para él, esos actores políticos eran esenciales para el debilitamiento de la burguesía internacional. Esta idea que nos parece a día de hoy evidente, no lo era tanto en aquella época. En efecto, en la IIª Internacional, el tema de la cuestión nacional y de los debates que se podían dar sobre las colonias estaban a las antípodas de lo que planteaba Lenin. Es interesante en ese sentido rescatar algunas intervenciones que se dieron en el Congreso de la IIª Internacional: 

Las nuevas necesidades que se nos plantearían después de la victoria de la clase obrera y su emancipación económica, será la posesión de las colonias necesarias, incluso bajo el futuro sistema socialista de gobierno” y preguntaba al Congreso: “Debemos abandonar a la mitad del planeta al capricho de los pueblos que, aún en su infancia, dejan la enorme riqueza del subsuelo desarrollado y las partes más fértiles de nuestro planeta sin cultivar”. (Van Kol, miembro del SDAP, partido socialdemócrata holandés). 

Debemos huir de la noción utópica de abandonar sin más las colonias. Las consecuencias últimas de esta opinión sería devolver a EEUU las indias. Las colonias están allí, debemos adaptarnos a eso. Los socialistas deberían también reconocer la necesidad de que los pueblos civilizados actúen como los guardianes de los incivilizados”. (Bernstein, miembro del SPD, partido socialdemócrata alemán). 

Se trataba por tanto aquí de “civilizar las colonias” y para nada de considerar a las colonias también como actores de la lucha de clases. No es de extrañar que todos esos partidos de la IIª Internacional acabaran votando los créditos de guerra en 1914 y permitiendo por tanto la entrada de sus respectivos países en la primera guerra mundial a excepción de los rusos pasando así de la consigna de “trabajadores uníos” a la de “trabajadores mataos”. 

2.- Como precondición para la unificación de la clase obrera y para romper con la influencia de los nacionalismos tanto en la nación opresora como en la nación oprimida. En la nación opresora, la defensa por parte de esa clase obrera del derecho de autodeterminación es la precondición para su propia emancipación. Es el concepto que ya antes Marx y Engels habían defendido afirmando que era imposible pretender a tu propia emancipación como clase mientras contribuyes a la opresión de parte de tu clase, en este caso de la nación oprimida. Sino, a quien acabas reforzando es sin duda a tu propia burguesía, es decir a la de la nación opresora. Esa orientación no facilita en ningún caso la unificación de la clase obrera. En cuanto a la nación oprimida, sólo en el caso de gozar de la libertad de separación puedes acabar optando por la unificación. En Rusia, la mayoría de las nacionalidades que defendían el derecho de autodeterminación decidieron después de la Revolución rusa, y con ese derecho conquistado, no ejercerlo y unificarse en una sola República socialista. 

3.- Porque Lenin entendía la relación dialéctica entre la lucha por la emancipación nacional y la lucha por emancipación social. Para él, la lucha nacional no era necesariamente una desviación de la lucha por la revolución social. Existían potencialidades que los y las revolucionarias tenían que saber aprovechar para agudizar la lucha de clases. Por eso en 1916 afirmaba que: “imaginar que la revolución social es concebible sin revueltas de pequeñas naciones en las colonias y en Europa, sin explosiones de secciones de la pequeña burguesía con todos sus prejuicios, sin un movimiento de las masas proletarias y semiproletarias políticamente no conscientes contra la opresión de los terratenientes, la iglesia y la monarquía, contra la opresión nacional, etc. Imaginar todo esto es rechazar la revolución social. Es pensar que un ejército se planta en un lado y dice: estamos por el socialismo, y en el lado contrario otro dice: estamos por el imperialismo y eso es una revolución social. Quien espere una revolución social pura no vivirá para verla”.  Lenin, establecía por tanto una relación posible entre la lucha por la emancipación nacional y la lucha por la emancipación social. Pero para que ese vínculo se pudiera hacer insistía en la necesaria independencia política por parte de las organizaciones que respetando y luchando a favor del derecho a decidir tenían como objetivo la lucha por una sociedad sin clases alejada de cualquier tipo de explotación y de opresión. Una independencia política ya que ese objetivo no sería en ningún caso compartido por las burguesías nacionales de las naciones oprimidas.  

Este centenario, sin duda va a ser utilizado por los medios de comunicación oficiales del sistema capitalista para golpear y seguir dañando la figura de Lenin. Tenemos la obligación de rescatar su legado político, sin fetichismo alguno, pero si analizando los elementos políticos de su pensamiento que siguen aportándonos hoy en día claves imprescindibles para tratar de acabar con este sistema injusto y para idear la construcción de una nueva sociedad, una sociedad comunista.