FEMINICIDIOS, VIOLENCIA SEXUAL: CONSECUENCIAS DE LA DESIGUALDAD DE LAS MUJERES EN LA SOCIEDAD. ¡ESTE 25N, DE NUEVO A LA CALLE CONTRA LA ALIANZA CRIMINAL DEL CAPITALISMO Y EL PATRIARCADO!

Feminicidios: la punta del iceberg.

El pasado 11 de octubre, el número de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas alcanzó la friolera cifra de 51, superando, a falta de un trimestre para acabar 2023, los asesinatos registrados a lo largo de todo el año anterior.

Se pone de nuevo de manifiesto la incapacidad, en este caso del “gobierno más progresista de la historia” pero también de todos los anteriores, para acabar con los feminicidios que, aunque han experimentado una ligera disminución desde principios del siglo XXI, siguen suponiendo decenas de muertes al año.

Este año, como casi todos, la estadística la encabeza Andalucía, que acumula un tercio de las víctimas (17 mujeres en lo que va de 2023), seguida por Cataluña (9), la Comunidad Valenciana (5) y Madrid (4). 35 de las mujeres asesinadas, es decir, cerca del 70% del total, convivían con su asesino; sólo 11 de los 51 asesinos (el 22%) contaban con un historial de denuncias previas por violencia de género y tan sólo 4 contaban con medidas vigentes a fecha del feminicidio.

Pero el número de asesinatos como consecuencia de la violencia que sufren las mujeres por parte de los hombres es, desgraciadamente, mucho mayor. A igual fecha, 11 de octubre, el listado registrado por feminicidio.net suma 89 víctimas mortales durante lo que va de 2023. Y es que no sólo las parejas o las exparejas matan. A las 50 mujeres del registro oficial, feminicio.net suma 3 casos de feminicidios íntimos (perpetrados por parejas o exparejas) que actualmente están en investigación por la delegación de gobierno para la violencia de género, por lo que aún no cuentan oficialmente. Además, incluye: 12 feminicidios perpetrados por familiares, fundamentalmente por los hijos; 3 feminicidios cometidos por vecinos o miembros de la comunidad cercana; 9 feminicidios no íntimos, cometidos por hombres no conocidos por las víctimas; 3 mujeres asesinadas por hombres demandantes de prostitución; y 9 mujeres asesinadas por otros motivos.

La violencia contra las mujeres va mucho más allá de los feminicidios: la violencia sexual.

En el año 2022 se produjeron 17.389 delitos contra la libertad sexual en el Estado español, 48 de media al día, lo que supuso una subida del 28% desde 2019. Se catalogan como delitos contra la libertad sexual los siguientes: agresión sexual, agresión sexual a menores de 16 años, acoso sexual, exhibicionismo, provocación sexual, delitos relativos a la prostitución y corrupción de menores.

Del total, 2.870 fueron agresiones sexuales con penetración (el 17%). Este año, al final del primer semestre, ya se alcanzaba la cifra de 2.307 violaciones, es decir, una denuncia por violación cada menos de dos horas. No tenemos datos para asegurar si este brutal ascenso con respecto al año anterior se debe a un incremento real de las violaciones y agresiones sexuales, o a la reducción de la infradenuncia como consecuencia de un aumento de la conciencia feminista que facilite que cada vez más mujeres denuncien las agresiones que sufren, como asegura el ministro Grande-Marlaska.

En cualquier caso, el número de delitos sexuales registrados oficialmente es escandaloso (más de 17.000 en 2023), pero aún más lo es la realidad. Según la macroencuesta de violencia contra la mujer, realizada por la delegación de gobierno para la violencia de género, sólo el 8% de las víctimas de violencia sexual denuncia. Los motivos para no hacerlo son diversos, en concreto, las supervivientes de violación dicen que no denunciaron por vergüenza (40,3%), porque la sufrieron cuando eran menores (40,2%), por temor a no ser creídas (36,5%) y por miedo al agresor (23,5%).

No es fácil estimar, por tanto, la magnitud real del problema a través del número de denuncias. Según la macroencuesta citada anteriormente, la mitad de las mujeres mayores de 16 años (el 44% según la Universidad Complutense de Madrid) ha sufrido en algún momento de su vida violencia sexual. Es decir, no se trata de casos aislados, no es un grupúsculo minoritario quien la sufre; se trata de la violencia ejercida de forma sistemática contra las mujeres.

Desigualdad laboral y económica: la posición subordinada de las mujeres.

Según CCOO, la diferencia anual entre el salario medio de los hombres (27.643€) y el de las mujeres (22.468€) es de 5.175€, es decir que los trabajadores, de media, ganan un 23% más que las trabajadoras.

Hay varios motivos que explican esta enorme brecha salarial.

Las mujeres, que aún hoy siguen desempeñando mayoritariamente las tareas de cuidados en el ámbito privado del hogar, se ven obligadas a optar por medias jornadas, excedencias, permisos sin retribución, etc., para atender a hijos/as o dependientes. Todo ello, supone una reducción del salario que perciben, mientras están realizando una doble jornada laboral: en el trabajo y en casa.

El 62% de los puestos directivos y mejor remunerados en las empresas los ocupan los hombres. Cuando más ascendemos en la pirámide, menor porcentaje de mujeres encontramos. Las causas de ello, a pesar del bulo popular que acusa a las mujeres de estar menos capacitadas para los puestos, son las dificultades de acceso y el trato diferenciado que reciben, además de la discriminación por cuestiones relacionadas con la maternidad, etc., tanto a la hora de ascender en las empresas como de mejorar sus condiciones laborales…

Pero sobre todo, la base del menor salario que perciben está en la presencia diferenciada de mujeres y hombres en los diversos sectores laborales. Como ejemplo más claro, están los sectores ligados a la producción industrial, donde trabaja 1 mujer por cada 3 hombres, de media. En general, son sectores que tienen “buenos” convenios, fruto de un periodo de lucha anterior en un contexto de crecimiento económico que facilitó que la patronal hiciera ciertas concesiones para apaciguar el movimiento organizado de los trabajadores. Son trabajos en general cualificados, en mayor o menor grado. Los sectores industriales que concentraban a mujeres, como era la industria textil, de gran desarrollo en el Estado español, fueron desmantelados hace mucho, por lo que las mujeres se han ido incorporando a los sectores más precarios, ligados mayoritariamente al sector servicios: limpieza, cuidado de mayores, cuidado infantil, cocina, hostelería, etc.; y lo han hecho de una forma desigual, con menor salario y derechos que los sectores masculinizados, anteriormente mencionados. Fruto de ello, a igual número de horas de trabajo, unos cobran más y otras cobran menos.

Además de la brecha salarial, la tasa de paro femenino se sitúa en el 14,6% frente al 11,3% de paro masculino (datos de 2022), y suelen ser las mujeres las primeras en retirarse del mercado laboral cuando la situación lo requiere. Así lo demuestra, por ejemplo, que algo más de 3 millones de mujeres no ocupen un empleo por verse obligadas a realizar las tareas de cuidados, una cifra que multiplica por siete a la de los hombres (454.000). La conclusión es clara: el salario de la mujer sigue siendo secundario con respecto al aportado por el hombre en la mayoría de los casos, así que, si es necesario, ella debe sacrificar su trabajo, con ello su salario y posiblemente su independencia económica, en pro de la situación. De ahí que la temporalidad se cebe especialmente con las mujeres, a las que es mucho más difícil alcanzar la estabilidad en el empleo.

Como resultado, la pobreza se concentra fundamentalmente en ellas. Según datos del INE (de 2021), más de 4,5 millones de mujeres entre 16 y 64 años, es decir, el 30% de las mujeres en edad laboral, están en riesgo de pobreza y/o exclusión social en el Estado español. El motivo fundamental es la falta de empleo, que es especialmente acuciante en las jóvenes de 16 a 29 años, lo que supone que el 34% estén en riesgo de pobreza.

En cuanto a las mujeres mayores de 65 años, la situación no es mejor. En 2022 la pensión media de jubilación fue de 1.316€ para los hombres y de 878€ para las mujeres, 438 euros menos. La brecha de género en las pensiones se dispara aún más que la brecha salarial: los hombres cobran el 50% más que las mujeres a través del sistema público de pensiones. Muchas de las mujeres en edad de jubilación han estado dedicadas a tiempo completo al trabajo doméstico o han trabajado en empresas familiares sin estar dadas de alta, por lo que no han cotizado lo suficiente para obtener una pensión contributiva, lo que las relega a una pensión de miseria. En 2023, la cuantía de las pensiones no contributivas oscila entre los 121,15 (la mínima del 25%) y 484,61 euros al mes (la íntegra), con dos pagas extras de la misma cuantía. Sólo puede incrementarse en un 50% en los casos donde se acredite que, por presentar una discapacidad superior al 75%, la persona requiere un cuidador o cuidadora; sólo aquí, la pensión se eleva a 726,91€. En cualquiera de los casos, son pensiones que no permiten vivir dignamente y menos con la inflación actualmente existente.

¿Cómo se justifica la desigualdad social de las mujeres? El machismo.

Las cifras no dejan lugar a dudas, las trabajadoras se encuentran en una situación de desigualdad en el plano material, ya que sus menores salarios, su parcialidad y temporalidad, la situación de paro a que se ven sometidas y las dobles jornadas laborales, por verse obligadas a realizar las tareas de cuidados, claramente las colocan en una posición subordinada con respecto a la media de los trabajadores.

¿Cómo se justifica esta desigualdad a nivel social? Difundiendo unos cuantos mitos sobre las mujeres: son inferiores físicamente así que todo lo que hagan estará siempre por debajo del hombre, serán por tanto también menos productivas en los trabajos; lo que se les da bien es el cuidado porque son ellas las que paren y amamantan a las criaturas; si con un salario da para vivir mejor que sea ella quien se queda en casa porque las mujeres son las que saben cocinar, ocuparse de los niños, limpiar, etc.; si hay menos mujeres en los libros de Historia es porque han hecho menos cosas porque son menos capaces; si hay menos en los puestos directivos es porque siempre hay hombres supuestamente mejores para ocuparlos; etcétera.

Lógico entonces que constituyan mano de obra más barata, y es que, según el razonamiento anterior, las mujeres son menos capaces en todos los sentidos y por tanto inferiores, por lo que su trabajo es también inferior, y, siguiendo la misma lógica, resultaría normal que fuera más barato. Tanto es así que, cuando el mismo trabajo lo desempeñan mujeres, por ejemplo, la limpieza, las trabajadoras del sector, que normalmente trabajan en empresas que limpian edificios públicos y/o privados, y en el peor de los casos trabajan en domicilios de particulares, tienen peores condiciones y salarios que los hombres que trabajan en el mismo sector, que mayoritariamente se dedican a la limpieza urbana, en general, mejor retribuidos y con más derechos laborales.

Es decir que, aunque los argumentos machistas anteriormente citados son demasiado exagerados para la época (al menos para decirlos abiertamente), están, en mayor o menor grado, insertos en la cabeza de muy buena parte de la población. Es la penetración de todo un sistema ideológico, el machismo, lo que permite que la población normalice la situación de desigualdad real en la que se encuentra el colectivo de mujeres, que no se levante permanentemente contra esta injusticia. Tenemos normalizado que las mujeres realicen las tareas domésticas y que, aunque algunos hombres se han incorporado al mismo nivel a estas tareas, en la mayoría de los casos, actúan como auxiliares y no soportando la misma carga. Tenemos normalizado que, si en una pareja entra un solo salario, es el del hombre y la mujer es ama de casa. Si hablamos de quien limpia el baño, decimos “la limpiadora” y si hablamos de quién repara electrodomésticos, decimos “el técnico”, y sabemos que el segundo cobrará a final de mes más que la primera. Es decir que tenemos integrado el hecho de que la mujer ocupa una posición subalterna con respecto al hombre, está completamente normalizado.

Esto se logra reproduciendo durante siglos los mitos históricos sobre las mujeres, algunos que el capitalismo ha inventado y otros que ha cogido de sistemas de clases anteriores, también patriarcales. Una ideología que se basa en asignar una serie de atributos diferenciados a los hombres y las mujeres por el hecho de tener uno u otro sexo, los estereotipos de género, y en darles unas funciones distintas, sus correspondientes roles de género, con el objetivo de justificar la desigualdad material y social de las mujeres.

El hecho de colocar a las mujeres por debajo de los hombres, no sólo materialmente, sino también ideológicamente, promueve que se establezcan relaciones de poder de un género sobre otro. De ahí que se produzcan violaciones y otros ataques a la libertad sexual, de ahí los maltratos y, como punta del iceberg de la violencia contra la mujer, los feminicidios. No es posible por tanto acabar con la violencia machista sin acabar con la base material que sostiene la reproducción de las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres.

Pero, ¿cuál es la verdadera raíz de la opresión hacia las mujeres? Es económica.

Desde que existen las sociedades de clases, la clase que ostenta el poder, utiliza las diferencias para obtener más beneficios de los individuos a los que somete. El capitalismo no iba a ser menos: la explotación que sufre toda la clase trabajadora, es decir, el hecho de que el patrón saque el beneficio de una parte del trabajo que realiza el trabajador que no se le retribuye, va a ser aún más intensa para sectores considerados inferiores: mujeres frente a hombres, migrantes frente a autóctonos, negros frente a blancos, jóvenes frente a adultos… Al igual que el machismo, otras corrientes ideológicas se han difundido por parte de la clase dominante para justificar la desigualdad de trato hacia los migrantes, como es el patriotismo y la aporofobia; hacia las personas con distinto color de piel, el racismo; etcétera. En definitiva, se trata de lo mismo: justificar, mediante una serie de falsas ideas, la sobreexplotación de ciertos sectores sociales (menores salarios, peores condiciones…) en pro de los beneficios que obtienen unos pocos. De hecho, en el Estado español, los/as migrantes cobran de media 19.903€, es decir que un trabajador autóctono cobra un 39% más que un trabajador migrante.

La incorporación de la mano de obra femenina en el mercado laboral se produjo porque el desarrollo de la industria requería de cada vez más mano de obra y porque, de camino, suponía un ahorro para el capitalista en salarios, ya que la misma cantidad de mano de obra, realizando el mismo trabajo y obteniendo el mismo resultado, sólo que siendo femenina, iba a cobrar un salario aún menor que el de los trabajadores. El que, a día de hoy, los hombres ganen un 23% más que las mujeres en el Estado español muestra cómo sigue vigente esta tendencia de sobreexplotar a las mujeres. Además, las mujeres, así como cualquier otro sector sobreexplotado, dan equilibrio al mercado laboral, pues se incorporan o se retiran del mismo dependiendo de la oferta de empleo que exista en cada momento; y permiten que siempre haya trabajadores/as en paro, demandando empleo, lo que hace que los salarios se mantengan bajos, ya que siempre hay alguien en la cola.

Pero la opresión que las mujeres sufren no se limita a su papel en el mercado laboral. Un determinado modo de producción, en este caso el capitalismo, requiere de dos funciones fundamentales para perpetuarse: la producción de bienes y servicios, y la reproducción del sistema y, en última instancia, de sus propios individuos. Las mujeres, además de servir de mano de obra al sistema, poseen una capacidad única: su capacidad reproductora. La familia, como institución última de organización social del sistema, es la máxima reproductora de la sociedad capitalista y patriarcal, pues asegura: 1) el control de la capacidad reproductiva de las mujeres y que se produzcan los individuos necesarios para satisfacer las necesidades de mano de obra del sistema; 2) la reproducción de los roles de género y, con ello, la realización por parte de las mujeres del trabajo reproductivo de forma totalmente gratuita para el sistema, obligándolas a cargar con las tareas de cuidados y en general con todas las actividades que el mantenimiento de la familia implica; y 3) reproducir en los individuos la ideología de la clase dominante para asegurar el sostenimiento del propio sistema, evitar las revueltas, aceptando el sometimiento como algo normalizado.

Por tanto, las raíces de la opresión hacia las mujeres son económicas: la sobreexplotación a las que se les somete para aumentar los beneficios de los dueños de las empresas en las que trabajan y el hecho de que se le asigne la realización del trabajo doméstico de forma gratuita, de manera que los capitalistas se ahorren por completo la función reproductiva de la mano de obra. El machismo es la ideología que normaliza la desigualdad a la que se somete a las mujeres; no es la causa sino un instrumento para perpetuarla. Por tanto, no se acaba con la posición subordinada de las mujeres tan sólo cambiando la cultura, tan sólo con coeducación en las escuelas: es necesario atacar a las raíces mismas de la opresión, es necesario acabar con los elementos materiales que la sostienen.

Acabar con la violencia hacia las mujeres

Para acabar con el machismo, no hay atajos, hay que acabar con el capitalismo y con cualquier sociedad de clases que pueda establecerse, pero además es necesario llevar a cabo otras transformaciones profundas.

El trabajo doméstico debe socializarse, sacarse del ámbito privado del hogar y realizarse por el conjunto de la sociedad, como cualquier otro trabajo. Esto implica, ampliar los servicios públicos actualmente existentes y crear nuevos: comedores, lavanderías, ludotecas, etc. Los trabajos de cuidados deben valorarse al mismo nivel que cualquier otro trabajo y remunerarse consecuentemente.

Es necesario derrocar la familia patriarcal como institución última de la organización social, aseguradora de la sucesión de la propiedad privada, para los capitalistas, y de la miseria, para los/as trabajadores/as; y sustituirla por las formas de organización social que el proceso histórico concreto determine.

Hay que acabar con el concepto de género: que los individuos sean iguales, socialmente hablando, independientemente del sexo con el que nazcan, es decir, que no se les atribuyan características especiales ni roles diferenciados, por el hecho de tener uno un otro sexo biológico. Acabar por completo con la división sexual del trabajo, tanto en el mercado laboral como en el hogar.

Por supuesto, que estas transformaciones no son sencillas, ni son posibles dentro de un modo de producción que prioriza en todo momento la obtención de beneficios por parte de los capitalistas. Sin embargo, son condiciones sine qua non para acabar con la posición de desigualdad de las mujeres en la sociedad. Sólo así, estarán listas las condiciones para que los hombres dejen de tener una posición superior a las mujeres en sus relaciones y se podrá ver el fin de la violencia sexual y de los feminicidios que sufren actualmente.

Las huelgas de las trabajadoras: las victorias concretas muestran el camino para aumentar la conciencia

El Ministerio de Trabajo registró el pasado año un total de 679 huelgas en el Estado español. Del total de huelguistas, las mujeres supusieron el 52% (97.334), frente a los 89.902 hombres. En 2023, el balance desde enero hasta agosto suma 82.442 mujeres (57%) y 63.468 hombres (43%) en huelga. Cada vez parece que son más las mujeres que denuncian la situación de precariedad en la que se encuentran y mejoran sus derechos laborales y salarios a través de la lucha.

El ejemplo más victorioso es el de las 23 trabajadoras de H&M de Iruña que, tras una huelga indefinida de 240 días, han logrado una mejora salarial del 24,7%, lo que supone un incremento de unos 4.000 euros anuales, correspondientes a todas las subidas del IPC pendientes desde que en 2009 se congelara su salario.

También las trabajadoras de las tiendas de Inditex, tras la subida salarial del 25% conseguida mediante la huelga en las tiendas de A Coruña, lograron un aumento significativo de su salario al convocar una huelga a nivel estatal. El acuerdo con la empresa es: subida salarial de entre el 20% y el 25%, según los territorios, llegando al 40% en provincias donde el salario de partida era aún más bajo; además, se consiguen medidas de conciliación familiar para las trabajadoras.

Son sólo dos ejemplos de cómo la autoorganización de las trabajadoras permite mejorar sus condiciones concretas y disminuir la brecha de desigualdad de las mujeres en la sociedad. Éste es el camino, ya que vemos que en la práctica es el único que permite mejorar significativamente la vida de las mujeres y no las prometidas leyes de supuestos gobiernos progresistas, que no reducen la situación de desigualdad real en el plano económico que sufren las mujeres, o lo hacen de forma muy reducida. El camino es la autoorganización y la lucha en los puestos de trabajo: la huelga es la mejor herramienta que tenemos.

En este sentido, desde IZAR apoyamos la convocatoria de huelga general que el movimiento feminista vasco ha impulsado para el día 30 de noviembre en Euskadi y que los sindicatos LAB, ELA, Steilas, ESK, EHNE, Etxalde y CGT convocan. El objetivo de la convocatoria es poner los cuidados en el centro de las reivindicaciones, defendiendo la necesidad de un sistema de cuidados comunitario, público, universal, gratuito y de calidad, garantizado para todos y todas, en el que sus trabajadores y trabajadoras tengan unos salarios y derechos laborales dignos. Esta huelga debería extenderse al resto del estado y unificar las luchas actuales de las trabajadoras en sus empresas para amplificar su fuerza. Es necesario que las organizaciones revolucionarias intervengan en los sindicatos en este sentido y que las trabajadoras de todo el estado puedan lograr al menos una parte de la victoria que han logrado las trabajadoras de H&M o de Inditex antes mencionadas.

Además, este 25N saldremos de nuevo a la calle contra la criminal alianza que supone la unión del patriarcado y el capitalismo, como gritamos año a año. Nos movilizamos contra la violencia y las raíces estructurales de la misma: nos movilizamos contra la desigualdad de las mujeres y por una sociedad libre de ningún tipo de opresión. Defendemos la autoorganización de las trabajadoras para mejorar sus derechos laborales y la huelga como herramienta central para lograrlo. Nos movilizamos por extender la huelga de Euskadi al resto del estado.

¡La lucha es el único camino! El 30 de noviembre, ¡solidaridad con la huelga general feminista en Euskadi! ¡Extendamos la huelga al resto del estado!