RUBEN OSUNA, MILITANTE DE IZAR MADRID Y SINDICALISTA DE CCOO LIDL

Buenas Ruben. Una de las formaciones de la VII Escuela Internacional de verano de la TIR ha sido sobre el proyecto de Unidad Popular y el golpe de estado de Pinochet en Chile. ¿Por qué es importante reflexionar sobre esta experiencia?

No cabe duda que siempre que se acerca alguna efeméride se elabora un montón de material sobre la misma, y cada tradición lo hace desde su punto de vista. Los autores que defienden al capital nos hablarán del golpe desde la equidistancia, como un proceso al que se llega como respuesta de los militares al exceso del gobierno. Condenarán la dictadura, pero dirán que la situación en Chile era insostenible. Las corrientes reformistas seguramente hagan hincapié en lo que pudo ser y no fue, ensalzando la experiencia de Unidad Popular y su derrota a manos de los militares con la ayuda de EEUU, pero sin extraer las enseñanzas más profundas de dicha derrota. La labor de los y las revolucionarias es precisamente profundizar este análisis, aprender de esta experiencia que ha sido un referente para gran parte de la clase trabajadora de los países que fueron colonizados y que significó en última instancia la derrota de la clase obrera más avanzada políticamente y mejor organizada de América. La experiencia chilena nos ofrece lecciones sobre muchas cuestiones: la naturaleza del estado, el papel del partido revolucionario, la potencialidad de la clase trabajadora, la certificación de los proyectos reformistas de colaboración entre clases sociales como generadores de derrotas, etc.

¿Cuáles son las causas más profundas de la derrota del gobierno de Allende?

La llamada vía chilena al socialismo era una actualización de las premisas de los frentes populares, cuyos resultados ya vivimos en el Estado español en los años 30. Sus tesis se sustentaron en la revolución por etapas estalinista, la creencia que desde las instituciones podía llegarse al socialismo, aunque para ello era necesario fuese necesario una alianza con su “burguesía nacional progresista” o la confianza en que las fuerzas armadas chilenas tenían un respeto y un apego inquebrantables a la democracia. Y aunque la cuestión del ejército es, a simple vista, el error más llamativo, la mayor debilidad de estos proyectos radica en que se basan en la desconfianza de la capacidad de la clase trabajadora como el sujeto capaz de derribar al sistema capitalista. Y como desconfían de ella desechan sus métodos, esto es la movilización y las huelgas. Llegan a la conclusión de que el sistema capitalista es demasiado fuerte, está demasiado consolidado y que no es posible realizar una revolución social. Y entonces se busca un atajo, que parece más fácil de alcanzar pero que en realidad es imposible de realizar: que reforma a reforma se pasará del sistema capitalista al socialismo. Hoy en día, como hemos visto con toda la experiencia de PODEMOS-UNIDAS PODEMOS-SUMAR, los objetivos son ya bastante menores, se conforman con llegar a las instituciones para gestionar de manera “progresiva” el sistema y paliar los elementos más crueles del sistema mediante la política del mal menor.

Sin embargo, la clase obrera chilena demostró que había una alternativa.

Efectivamente, mientras el gobierno de Unidad Popular se veía incapaz de resolver las contradicciones del sistema, pues eso significaba tener que romper su alianza con la burguesía chilena, y en cada crisis actuó limitando las aspiraciones de la clase obrera y frenando sus movilizaciones, los y las trabajadoras respondieron con sus propios métodos (la lucha y la autoorganización), demostrando que sí había soluciones. Al paro patronal de 1972 respondieron manteniendo la producción con la toma de fábricas, organizando el transporte con la requisa de camiones y asegurando el abastecimiento con la creación de almacenes populares y abriendo los comercios. Así nacieron los famosos Cordones Industriales, de forma espontánea entre los y las obreras que se organizaban en sindicatos o partidos políticos y que arrastraron a parte de otros y otras trabajadoras no adscritas a ningún tipo de organización. En menos de un mes, habían derrotado al paro patronal. No obstante, el gobierno de Allende y sobre todo el PC chileno, los consideraba una amenaza para su proyecto y temiendo un desborde intentaron primero disolverlos con la excusa de que ya habían cumplido su función frente al paro patronal. Después intentaron reducirlos a una herramienta de apoyo al servicio de Unidad Popular. Ambas opciones fueron abortadas por los y las trabajadoras, aunque siguieron confiando de manera generalizada en los reformistas como sus dirigentes.

¿Por qué no rompieron con Unidad Popular?

Aunque es verdad que aún no se había roto teórica y organizativamente con el reformismo, el conjunto de la clase trabajadora de los cordones sí dio pasos para superar en la práctica sus límites programáticos, defendiendo a medida que sumaban nuevas experiencias: la no devolución de las fábricas requisadas y tomadas durante el paro patronal; el control y la dirección obrera sobre las industrias, hospitales, etc; un sistema de distribución basado en las experiencias de los y las trabajadoras mediante la creación de almacenes populares, tarjetas de racionamiento para los productos básicos… Estas medidas eran inasumibles para los capitalistas y que plantearan estos elementos es una muestra más de su potencialidad como germen para crear otra sociedad. Sin embargo, para impulsar esto era necesario una política decidida en favor de los cordones que descubriera las limitaciones de las direcciones reformistas, cuya influencia seguía siendo mayoritaria en estos organismos. Ningún partido fue capaz de resolver estas cuestiones y ahí radica la mayor y última enseñanza de la experiencia chilena: la necesidad de construir un partido, de forma constante y paciente, insertado en las luchas existentes y que sea capaz de potenciarlas. Un partido que tenga claro el papel central de la clase trabajadora y la juventud. Un partido que lleve la orientación de la independencia política de clase mientras confluye en la acción con otras corrientes, que no busque atajos y que, dé confianza a la clase trabajadora en sus posibilidades, en sus métodos de lucha y en su capacidad de autoorganización. Y, sobre todo, hay que construir un partido al que no le tiemble el pulso a la hora de plantear la cuestión de la toma del poder como eje central para destruir el sistema capitalista. En Chile, la clase trabajadora no tuvo este partido y en el momento crucial, fue derrotada.