La diferencia entre las palabras de Vladimir Putin y sus actos, frente al motín de uno de sus vasallos, el patrón de la empresa de mercenarios Wagner, Yevgueni Prigozhin, sorprende mucho. Es cierto que la marcha hacia Moscú desde Rostov, fue detenida a unos 200 kilómetros de la capital (después de algunos enfrentamientos que costaron la vida a 15 militares del ejército ruso), tras un acuerdo del que nadie conoce verdaderamente el contenido o la cantidad en rublos o dólares.
Sin embargo, sigue siendo un golpe de Estado fallido y el mismo sábado 24 de junio, Putin se dirigía mediante un Discurso a la nación, donde denunciaba una “aventura criminal”, de individuos “que han emprendido la vía del crimen más grave, el motín armado, mediante el engaño o la amenaza”, en un contexto en el que “Rusia lleva hoy una batalla difícil para su porvenir, repeliendo la agresión de los neonazis y sus amos”. Y añadía también: “Todo lo que nos debilita, toda forma de discordia, que nuestros enemigos exteriores pueden utilizar y utilizan para minarnos desde el interior, debe ser puesto de lado (…) es una puñalada por la espalda a nuestro país y nuestro pueblo”.
Por tanto no se trataba de una acción sin importancia, y sin embargo después… nada. El traidor Prigozhin encontró finalmente refugio en Bielorrusia, al lado del dictador Lukashenko, verdugo de su propio pueblo que se rebeló en verano de 2020. En un vídeo difundido por Telegram, el presidente bielorruso reveló a su manera la gravedad del asunto: “Le he dicho a Putin: podemos cargárnoslo, no es un problema. En el primer intento o en el segundo. Pero he dicho: no lo hagáis”. Qué simpático, ¿no? De ese modo, Prigozhin salvó la vida. Seguramente esto no se deba sólo a las manobras personales de Lukashenko, ni sin que Putin siga rumiando su venganza – y a nadie se le escapa que sus “servicios secretos” son propensos a envenenar, asesinar o a encerrar durante años a los opositores en cárceles o en colonias penitenciarias.
Y sin embargo, al día siguiente de esta aventura en la que la fragilidad de un poder que se jactaba de una sólida verticalidad acaba estallando a la luz del mundo entero, sus instancias deciden olvidarse de todo. Y eso que Putin declaraba el mismo sábado que “todos los que han deliberadamente elegido la vía de la traición, que han preparado una insurrección armada, que han elegido la vía del chantaje y de los métodos terroristas, padecerán un castigo inevitable…”, su portavoz Dimitri Peskov al igual que su ministro de la Defensa, explicaban a la mañana siguiente que este asunto estaba zanjado. Los mercenarios no habían roto nada.
Como poco, son hechos que llaman a la reflexión. Al igual que también es intrigante la actitud de los dirigentes occidentales. Prudencia por todas partes, que entran muy en contradicción con la emoción que despertó en Rusia como en el mundo entero ese golpe de Estado fallido de Prigozhin, esas enormes fracturas en el seno de las altas esferas del poder, las cuales desencadenaron, al parecer, 11 mil millones de visitas en un día en los canales de Telegram.
En la propia Rusia, ha habido una avalancha de interrogantes, preocupaciones o esperanzas. El propio Putin, en su discurso, alertó sobre una posible guerra civil, aquella que los revolucionarios rusos de 1917 habrían desencadenado rompiendo la unidad de la nación y del frente militar entre el zarismo y sus aliados occidentales durante la primera guerra mundial. Sobre todo que lo que sobresale con la guerra de Ucrania, marcada por la contraofensiva de Zelensky iniciada el 4 de junio, es un poder ruso tambaleándose de manera nada anodina.
¡Que reine el orden en Moscú!
Muy significativa es también la minimización de estos sucesos por parte de las potencias occidentales. Macron publicó un comunicado minimalista: “Esto demuestra las divisiones existentes en el seno del bando ruso”. Una obviedad. Misma prudencia del lado de los EEUU. El secretario de Estado, Antony Blinken, declaró el domingo 25 de junio que el régimen mostraba “fisuras”, pero que se trataba de un “asunto interno”. Como si los dirigentes del imperialismo americano, desde hace ya casi un año y medio de la declaración de guerra de Putin hacia Ucrania, no se involucrara en los asuntos rusos.
Lo hacen a gran escala, mediante su política de sanciones económicas las cuales tienen inevitablemente repercusiones internas, mediante sus presiones sobre los aliados occidentales de la OTAN para que rompan sus relaciones económicas y políticas que mantenían con Rusia con anterioridad, mediante su ayuda militar a Ucrania que no ha dejado de aumentar y de llenar sobre todo las arcas de su industria de armamento (el ministerio americano de Defensa acaba de anunciar en un comunicado un nuevo paquete de ayuda militar de 500 millones de dólares a Ucrania, entre los cuales se encuentran defensas antiaéreas y vehículos blindados).
Muy significativa la portada de Le Monde: “Los Europeos se preocupan de las fragilidades rusas reveladas por la rebelión abortada de Prigozhin”. Cuánta mano izquierda con Putin por el cual parecen preocuparse, siendo sin embargo al parecer el dictador causante de dicha guerra. Ya que el contexto es la guerra de Rusia en contra de Ucrania que las potencias occidentales (Europa y EEUU) dicen ayudar mediante entregas de armas a Zelensky. Sin embargo, se vuelve a comprobar hoy con estos acontecimientos: la Rusia de Putin es su competidor y rival en el mercado mundial, sí, pero no es su adversario. Sólo pensar que su régimen pueda derrumbarse conlleva pánico. Y seguramente, eso no sea sólo hipocresía.
Un derrumbe serio del régimen de Putin podría liberar muchas esperanzas e ilusiones populares por un porvenir mejor, así como muchos movimientos ultrarreaccionarios, o lo que es lo mismo: una inestabilidad que los dirigentes imperialistas reagrupados en la OTAN no están dispuestos a asumir. Demasiado peligro para sus negocios, en esa parte del mundo como más allá, de la que una onda expansiva se haría sentir. Putin les es demasiado útil para reprimir las revueltas de lo@s trabajador@s y de sus pueblos, como lo hizo en Kazajistán y después en Bielorrusia.
Mantener la coherencia y la estabilidad del Estado ruso, de sus fuerzas de represión cuyo ejército, respaldado por una milicia Wagner inspirada de la milicia americana Blackwatrer, he ahí la preocupación de los imperialistas occidentales. No se juega con fuego más allá de lo razonable. Debilitar pero no derribar. Debilitar eventualmente pero manteniendo a quien asegura la estabilidad de los asuntos imperialistas jugando a ser el gendarme en esa amplia parte del mundo (y más allá también, en Oriente Medio y en África).
¡Un único Estado, un único ejército, una única policía! Y la prudencia de Putin responde a las preocupaciones comunes y básicas de los dirigentes del mundo imperialista: no cortar las ramas sobre las que estén sentados, por muy podridas que éstas sean. No debilitar a sus derechas y extremas derechas, sobre todo cuando abarrotan sus fuerzas de represión. Biden no puede cargarse como si nada a Putin, y Putin no puede cargarse como si nada a Prigozhin. Los delincuentes necesitan de los más grandes delincuentes… y los primeros se lo piensan dos veces antes de eliminar a los segundos.
Así es como Putin ha alimentado a un tal Ramzán Kadírov y a sus mercenarios “kadirovtsy”, haciendo de éste un vasallo regional en el Cáucaso norte, puesto a dedo para encabezar Chechenia como recompensa por la ayuda aportada para reducirla bajo las cenizas. Así es como Putin ha alimentado a Prigozhin, antiguo delincuente, proxeneta, capitalista de la restauración (que tanto Chirac como Bush hijo amaron mucho), capitalista de los medios y de la guerra.
Prigozhin no criticó jamás la agresión de Putin contra Ucrania. Al contrario, la respaldó mandando a sus mercenarios, de los cuales unos 20.000 han muerto, al parecer, en la toma de Bakhmout. Sin embargo, hace ya 2 meses que la criatura reta a su creador, cuestiona al ministro Shoigú y al jefe de los ejércitos Guerásimov, a la vez que le gustaría probablemente convertirse en califa en lugar de los califas, no mirando con buen ojo, una amenaza que se iba concretando, que “sus hombres” (que reclutó en gran parte en las cárceles con el aval de Putin) se integren en el ejército regular.
Es lo que desearía Putin, que quiere que el Estado mantenga el monopolio de la violencia, en una situación en la que el ejército ruso en Ucrania puede estar en dificultad. Prigozhin defiende también sus negocios lucrativos a la cabeza de Wagner – es ante todo un hombre de negocios, que dirige una multitud de empresas capitalistas. En Siria, Rusia habría lanzado una purga contra las tropas de Wagner, que también podrían verse reintegradas por Putin en el ejército regular. De alguna manera una especie de nacionalización de los fructuosos negocios de Prigozhin.
¿Qué va a hacer Putin? ¿Apretar más? Sin duda alguna, en nombre de las amenazas terroristas y de la unidad de la nación. Pero probablemente no en contra de Prigozhin – necesita demasiado a delincuentes de ese tipo para hacer frente a tod2s aquell@s que entre la clases populares soportan cada vez menos la guerra en Ucrania. Si reacciona apretando aún más las clavijas, será sin duda en contra de los que verdaderamente se oponen a su política bélica, entre las clases populares, l@s trabajador@s de Rusia, los cuales mediante sus movilizaciones colectivas podrían echarlo y acabar con su asquerosa guerra de anexión de Ucrania.
Reanudando lazos en la lucha con l@s trabajador@s de Ucrania. A pesar de la dura represión, de ahí es de dónde pueda surgir la verdadera rebelión – la cual es la verdadera pesadilla de Putin como la de sus rivales occidentales, y a la vez nuestra esperanza.
Artículo de Michelle Verdier traducido del NPA Comunicado del NPA.