Cánticos racistas en contra de Vinicius Jr
El final de la campaña electoral se ha visto sacudido por un acontecimiento imprevisto. No hablamos aquí de la compra del voto por correo, al parecer mucho más habitual de lo que cabría esperar y ya denunciado, por cierto, en 2021 por el Tribunal Supremo, sino de los cánticos racistas pronunciados en contra de Vinicus Jr, jugador brasileño del Real Madrid, en el campo de fútbol del Valencia.
La reacción del jugador al señalar de inmediato a los aficionados que le insultaban en la grada, pero sobre todo la posterior denuncia pública realizada en sus redes sociales hablando de España como de: “una hermosa nación, que me acogió y a la que amo, pero que accedió a exportar al mundo la imagen de un país racista” han encendido todas las alarmas. Un jugador de élite y con transcendencia internacional acababa de dejar caer que España era un país racista.
Todo esto desencadenó una reacción internacional, sin precedente en el fútbol, convirtiéndose en una cuestión de Estado para Brasil al declarar el presidente Lula, en plena cumbre del G7 en Japón, que: “es importante que la FIFA, la liga española y las ligas de otros países tomen medidas serias, porque no podemos permitir que el fascismo y el racismo dominen dentro de los estadios de fútbol”. En cuanto al ministro de Derechos Humanos, Silvio Almeida, éste fue incluso más allá afirmando que: “la postura de las autoridades españolas y de las entidades que gestionan el fútbol es criminal. Revela una innegable connivencia con el racismo”.
En lo que llevamos de temporada, son ya 7 las denuncias, derivadas de insultos racistas al jugador brasileño, remitidas por la Liga. Todas fueron archivadas por la Fiscalía por considerar que los insultos racistas proferidos “no revestían la dimensión penal que se postula” o por “no integrar un delito contra la dignidad de la persona” al haber durado poco segundos. En la historia del fútbol español, nunca se ha suspendido un partido por cánticos racistas y tampoco hay nadie, hasta ahora, condenado por ello. Curiosamente, el único partido que se ha suspendido por causa de insultos de una afición hacia un jugador, fue el del Rayo Vallecano – Albacete (2019) en el que los Bukaneros (seguidores antifascistas del Rayo) llamaron al jugador Román Zozulya: “puto nazi” al difundirse meses antes – y cuando este mismo jugador iba a ser cedido al equipo de Vallecas – unas imágenes de éste exhibiendo símbolos nazis y comparándose con Stepan Bandera, líder nacionalista ucraniano durante la segunda guerra mundial y colaborador de los nazis.
El fútbol como reflejo de la sociedad
Es bueno que estos insultos racistas hayan sido repudiados a nivel internacional y a nivel estatal. Cualquier tipo de ataque racista, homófobo o sexista no debería tener cabida en un campo de fútbol ni en ningún otro lugar. Sin embargo, y aunque no guste reconocerlo, lo que está ocurriendo en los estadios no deja de ser el fiel reflejo de lo que sucede también en el conjunto de la sociedad. La banalización de la extrema derecha y de las ideas que ésta defiende está favoreciendo la normalización de este tipo de conductas. No es casualidad que los grupos de aficionados que insultan en los estadios sean colectivos de ultras claramente vinculados a grupos neo nazis. Así pues, las denuncias por cánticos racistas, xenófobos o incitadores a la violencia en el fútbol español se han multiplicado en los dos últimos años. Al término de la temporada 2021/2022, la Liga denunció ante la Comisión Estatal contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte 114 casos.
Y lo que ocurre en los campos, ocurre también en nuestros barrios. Según el Informe sobre la evolución de los delitos de odio en España 2021 elaborado por la Oficina Nacional de Lucha contra los Delitos de Odio, éstos han aumentado en 5,63% respecto a 2019 y confirman una tendencia alcista que se inició en 2014. Teniendo en cuenta que alrededor de un 80% de estos delitos nunca son denunciados por las víctimas, los datos reales deben ser aún más alarmantes. Entre las motivaciones de dichos delitos, el racismo y la xenofobia son ya los más frecuentes. Representan el 37% del total, con 639 casos, lo que significa que los delitos racistas han aumentado un 24% respecto a 2019.
Es más, según una investigación realizada por los periodistas David Bou y Miquel Ramos, son ya hasta 103 las víctimas de asesinatos y homicidios motivados por el odio (aparofobia, racismo o LGTBIfobia) y cuyos autores estaban vinculados a grupos o ideologías de extrema derecha, cometido en el Estado Español entre 1990 y 2020.
¡Claro que nuestro Estado es racista!
El racismo no sólo tiene que ver con la extrema derecha. El Estado también es racista y – como máximo valedor de los intereses de los más ricos- tiene como objetivo dividir y enfrentar a los y las trabajadoras nativos y extranjeros entre sí con el fin de generar una guerra entre pobres que desvíe la atención de los verdaderos responsables de la destrucción de nuestros servicios públicos, de la subida de los precios, del aumento de los desahucios, de los contratos precarios o del paro.
Los insultos a Vinicius Jr han provocado un gran rechazo y han sido tratados en todos los medios de comunicación y tertulias habidas y por haber. Sin embargo, no ocurre lo mismo con un racismo estructural e institucional que permite que desde hace 30 años hayan muerto cerca de 7000 personas en el Estrecho o que mira voluntariamente hacia otro lado dejando a miles de trabajadores/as migrantes trabajando en condiciones infrahumanas en el campo andaluz.
Tal y como alertaba el relator Especial de la ONU, Philip Alston, en su informe de 2020 las condiciones de los y las trabajadoras migrantes del campo en Huelva “viven en asentamientos que rivalizan con las peores condiciones que he visto en cualquier otro sitio del mundo. Están a kilómetros de distancia de las tomas de agua, viven sin electricidad ni sanitarios adecuados. Muchos llevan ahí años, pero no pueden permitirse pagar un alquiler y sostienen que, aunque tuviesen los recursos, nadie les aceptaría como inquilinos” para acabar describiendo esos asentamientos chabolistas como “lugares que sospecho que muchos españoles no reconocerían como parte de su país”.
Y por si todo eso fuese poco, “los insultos, las violaciones y los abusos sexuales son la realidad cotidiana para miles de mujeres migrantes que trabajan en los campos de tomates y fresas de España” tal y como relató la revista alemana Correctiv en uno de sus reportajes en 2018. Desde entonces son muchas las mujeres migrantes que han padecido agresiones sexuales en sus puestos de trabajo desde Huelva a Murcia pasando por Almería denunciando que “si no se acostaban con él, no trabajaban”.
Pero esas agresiones no sólo ocurren para poder trabajar. Según un estudio del Consejo Superior de Investigación Científicas (CSIC) con la agencia de la ONU para los refugiados (Acnur) afirma que 1 de cada 10 mujeres migrantes que llegan a España de forma irregular dice haber sufrido alguna agresión sexual durante la ruta y más de la mitad denuncian que los perpetradores fueron la policía y las fuerzas de seguridad tanto en Marruecos como en España.
Para todos los que han debatido estas semanas sobre si España es o no racista, hablar de Vinicus Jr está bien, pero hablar de las condiciones de vida, de las agresiones sexuales y de las muertes de miles de trabajadores/as migrantes es aún mejor. ¿Para cuándo en Prime Time?