La clase obrera europea se está levantando contra el deterioro de sus condiciones de vida, debido a los incesantes ataques a los derechos y libertades conquistadas y un constante empobrecimiento, a causa de la precariedad laboral, las dificultades para acceder a una vivienda y recientemente una inflación que no se traduce en aumentos salariales.
A las importantes huelgas de Italia e Inglaterra le está sucediendo una lucha sin cuartel en Francia contra la reforma de Macron para acabar con la edad de jubilación a los 62 años que fue una de las mayores conquistas de Mayo del 68.
Alemania, tampoco es capaz de sostener la paz social y a mediados de marzo se movilizo el sector sanitario por la mejora de sus condiciones y en defensa de un servicio de salud público y de calidad, coincidiendo con las movilizaciones de igual carácter en el Estado español.
En Alemania no existe una normativa que equipare los salarios al índice de los precios y la brutal inflación que azota al país desde hace más de un año está encontrando la respuesta de una clase trabajadora que en algunos sectores está perdiendo hasta un tercio de su capacidad adquisitiva.
Pero sin duda la mayor demostración de fuerza de las y los trabajadores en Alemania sucedió a finales de marzo cuando se produjo una de las huelgas más importantes de las últimas décadas, que logró paralizar todo el transporte del por tierra, mar y aire.
Semejante huelga general del transporte y otros sectores públicos vinculados no se organiza de la noche a la mañana sino que responde a un proceso de acuerdos incumplidos y negociaciones improductivas. Tanto el sindicato de ferrocarriles y transportes EVG como el principal sindicato del sector servicios Ver.di han dirigido una huelga general que contado con un amplio respaldo social, a pesar de las orquestadas campañas mediáticas para criminalizar la huelga. Tanto es así que la afiliación sindical se disparó durante el mes de marzo y desde Ver.di, por ejemplo, apuntan el dato de 70.000 nuevas afiliaciones, lo cual vuelve a poner de manifiesto las infinitas potencialidades de las huelgas como el mejor instrumento de lucha de nuestro bando social.
Los aumentos salariales exigidos por los diferentes sectores en lucha de entre 500 y 650 euros reflejan el descomunal ataque que están padeciendo los sectores populares en Alemania mientras asisten al impúdico aumento del gasto militar y sufren las múltiples consecuencias de una guerra en Europa cada vez más enquistada y más impopular.
Cada vez más personalidades políticas y sindicales del ámbito de la izquierda se suman a los llamados públicos para acabar con la guerra en Ucrania, promoviendo procesos de paz, en vez de alimentar la llamas del conflicto, tal y como se está haciendo desde la Unión Europea y sus principales Gobiernos, todos presos del nuevo fervor otanista.
La conflictividad social y la inestabilidad de todos los regímenes políticos del mundo sigue en aumento tras el impasse de la pandemia y la clase trabajadora en Europa no será un excepción, a pesar de que desde las academias se la de por muerta desde hace unas décadas. La crisis capitalista se ha cronificado y las viejas conquistas del proletariado europeo son inadmisibles para los dueños del capital, por eso no cesará sus ataque contra nuestras condiciones de vida y mientras antes organicemos la resistencia a nivel internacional, más cerca estaremos de una contraofensiva que acabe por expropiar a los expropiadores de toda riqueza. De lo contrario las consecuencias serán catastróficas no solo para las clases trabajadoras del mundo sino para el planeta en su conjunto.
Aunque en nuestros días cueste percibir el inmenso poder de los y las trabajadoras del mundo, por la posición que ocupan en los procesos productivos y su capacidad de paralizarlos por completo, cuando los procesos de lucha se agudizan, las conciencian avanzan a pasos agigantados y entonces todo está en disposición de ser cambiado.