ARDE PARÍS: LAS ELECCIONES DEL 28 DE MAYO DESDE LA PERSPECTIVA DE LA LUCHA

El 28 de mayo se celebrarán las próximas elecciones municipales, cuya “campaña electoral” hace tiempo que empezó. La importancia de esta cita electoral no radica solamente en quien gobernará los ayuntamientos (o las comunidades autónomas que coinciden), sino también en que se dará el pistoletazo de salida a las elecciones generales que cerrarán este ciclo, hacia finales de año, lo que está situando ya las principales líneas de debate en las calles.

  1. Una nueva cita con las urnas, aunque cada vez con menos ilusión para la izquierda

Este período electoral es el primero que se da de manera generalizada tras la pandemia (no olvidamos con ello a Madrid, Cataluña o Andalucía) y que además de la cuestión municipal, estará directamente relacionado con lo que pase en las generales. Y se da en un contexto en el que la izquierda sigue desgastándose y generando desilusión y hastío (tendremos que ver el efecto SUMAR en el futuro), mientras que un PP renovado crece en las encuestas y VOX puede llegar a aprovecharse del descontento entre las clases populares. A esto hay que unir que será la segunda cita donde se medirán los grandes ayuntamientos del cambio tras su triunfo en 2015, los cuales ya han mostrado su desgaste como alternativa bien perdiendo las elecciones (Madrid), bien resintiéndose en los anteriores comicios y/o en las encuestas (Cádiz y Barcelona). Todo esto en un contexto de inflación y de fantasma de crisis económica en ciernes.

El gran debate que vuelve a florecer entre la izquierda, y que ahonda en las aspiraciones de mucha gente, es de la unidad como idea poderosa que podría devolver esa ilusión perdida.

  1. La unidad: el mantra que esconde un gran debate estratégico de fondo

El debate de la unidad, como decimos, vuelve a aparecer con fuerza, sin que podamos desligar esas dobles elecciones que se están construyendo desde hace meses (estatales y locales). Ya lo vivimos en las últimas andaluzas, por ejemplo. Es la gran discusión sobre la que pivotan, con cierto sentido común, muchas personas que están interesadas en saber qué pasará con sus vidas.

El problema es que la unidad suele basarse en la idea (muy natural por otro lado) de que la izquierda, unida, sería más fuerte y podría gobernar aplicando las políticas que se le esperan. Pero no lo logra porque al final acaba peleada entre sí y no haciendo las citadas políticas para la gente de abajo, porque al dividirse no consigue alcanzar ni puestos de gobierno. Por el contrario, y para enfatizar más el problema, se nos recuerda que la derecha siempre va unida.

En el fondo de estas ideas ampliamente generalizadas, que se expresan con más ahínco en período electorales, hay cuestiones poderosas. En primer lugar, es falso que la derecha vaya unida: lleva años fragmentada en al menos tres partes, y solamente devorándose (como ya ha pasado con Ciudadanos) podrán volver a unificar todo su campo ideológico. Sin embargo, es cierto que la derecha, incluso desunida, tiene una característica: sabe cuál es su proyecto político, a qué clase social representa y cuáles son sus intereses. Y su programa y políticas son coherentes con esos intereses.

Y aquí es donde está el problema del debate de la unidad de la izquierda. La cuestión no es cuántos sino para qué. Es normal que genere desilusión el que la discusión se reduzca a un baile de sillas (quién estará en qué puesto) cuando se piensa que la unidad podría cambiar las cosas.

Pero el hastío entre la izquierda no es consecuencia realmente de que haya desunión, o al menos no solo: cuando PODEMOS apareció en 2014 no se unificó con otras organizaciones, pero generó enormes ilusiones. El problema es que estas organizaciones, cuando gobiernan, no acaban cumpliendo con las expectativas de las y los trabajadores. Es decir, si decíamos que la derecha lleva a cabo el programa de la clase a la que representa, la izquierda no lo hace. Los partidos de izquierda a la izquierda del PSOE, cuando gobiernan, suelen practicar las políticas del mal menor mediante la rebaja de los programas y la aceptación de medias tintas o, en el peor de los casos, son cómplices de recortes o políticas antisociales, como ocurrió con IZQUIERDA UNIDA cuando cogobernó Andalucía. Es ahí donde radica la frustración de muchos trabajadores/as

Y esa frustración se sustenta en dos creencias: ya sean las expectativas que en su tiempo se pusieron en organizaciones como PODEMOS o en la participación en el gobierno de UNIDAS PODEMOS, o las que se ponen en un gran proyecto de unidad futuro para no ir a votar “con la nariz tapada”, todas ellas se basan en la ilusión de que las instituciones pueden cambiar nuestras vidas. Y a su vez, esta ilusión parte de la concepción de que el estado es neutral y depende de quién lo gobierne (quien tenga una mayoría en un parlamento), como si los grandes bancos, empresarios del IBEX 35, propietarios de industrias… no fueran capaces de presionar e imponer sus intereses, como ya vimos en el caso de Grecia con SYRIZA o en lo que llevamos del gobierno “más progresista de la historia”, donde en los grandes temas siempre acabamos perdiendo los mismos, ya que no se acaban enfrentando a los intereses de los de arriba.

Es decir, si no hay un enfrentamiento con los intereses de los ricos, mediante políticas reales que cuestionen dichos intereses, no se podrán llevar a cabo políticas para las y los trabajadores. Y por tanto, cualquier ilusión acabará en frustración. En consecuencia, es la cuestión de cómo se cambia nuestras vidas el gran debate de fondo que subyace al de la unidad, y no la unidad en sí misma.

  1. Las movilizaciones en Francia: otra forma de participación política

El caso de Francia nos sitúa en otra perspectiva. Cuando hablamos con nuestros compañeros/as de trabajo o de estudio, vemos como empatizan y muestran hasta admiración por lo que está ocurriendo allí, que no es otra cosa que miles de personas movilizándose y luchando en la calle, enfrentándose al estado y a sus decisiones en contra de los intereses de la clase trabajadora. Es decir, lo que aquí es descontento o desazón, es en ese caso ilusión porque se piensa que se puede ganar.

Y lo que se admira es en realidad otra forma de participación política que parece que no está a nuestro alcance, pero que siempre es posible: no se basa en el voto cada unos cuantos años, sino en miles de personas irrumpiendo en el terreno de lo político, movilizándose en las calles sin ser invitados, y con plena capacidad todavía para frenar una reforma que sube de 62 a 64 años la edad de jubilación. Alguien podría decir que si la izquierda gobernase en Francia no harían falta movilizaciones, por lo que las instituciones serían el camino. Pero, sin embargo, hemos de recodar que mientras allí luchan, aquí el gobierno más progresista de la historia no ha bajado (ni piensa hacerlo) dicha edad de los 67, donde además la situó una reforma un representante de la “izquierda”, el PSOE. La comparación no deja lugar a dudas.

En este sentido, hace poco Yolanda Díaz tuiteaba que “Los derechos en democracia sólo se consiguen con escucha, diálogo y esfuerzo”. No hay nada falso que esta afirmación. Más allá de las ilusiones que cada uno tenga, es necesario entender que los derechos solamente se consiguen luchando en la calle, y que se pierden cuando las ilusiones se proyectan únicamente en las instituciones. Es decir, si queremos ser dueños de nuestras vidas y cambiar nuestras condiciones de verdad, no nos va a quedar otra que movilizarnos y luchar, aunque no siempre ganemos. Y estas elecciones deben servir para recordar este hecho una y otra vez.