VIENTRES DE ALQUILER: LA MERCANTILIZACIÓN DEFINITIVA DEL CUERPO DE LAS MUJERES TRABAJADORAS

En las últimas semanas, el debate político y ético sobre los vientres de alquiler ha pasado a la primera plana del panorama mediático y social en el Estado Español, así como en otras partes del mundo, a causa de la compra por parte de Ana Obregón de una niña a través de un vientre de alquiler: es decir, a través del pago de miles de euros (o, en su caso, dólares) a una mujer trabajadora y con pocos recursos a cambio de que esta gestase a la niña en cuestión para, en el momento de dar la luz, entregarla a la compradora.

Sin embargo, esta no es la primera vez que la cuestión sale al debate público en nuestro territorio. Por ejemplo, en el año 2018 una serie de familias llevaron a cabo esta misma práctica, ilegal en nuestro estado, en Ucrania, pero no se les permitía inscribir a esos niños y niñas como hijos e hijas de las familias que habían pagado por ellos, pues según la legislación actual la compra-venta de personas está castigada con penas de cárcel y había indicios de mala praxis médica y de posible tráfico de menores. No obstante, no es así en todos los países del mundo, así que el debate ha resultado importante desde hace ya unos años, no solo a nivel político o en los medios de comunicación, sino también socialmente.

En muchas ocasiones, y así ha ocurrido en estas semanas en el Estado Español, el rechazo a la gestación subrogada responde a cuestiones morales, como es el caso de la Iglesia Católica española o de Vox, que incluso han contradicho al PP que, a través de Feijoó, proponía, no sin cierto temor, la regulación de esta práctica, de manera no remunerada (aunque en aquellos países en los que esto está permitido los compradores corren con los gastos médicos y legales) y atendiendo a la solidaridad y voluntariedad de las mujeres gestantes, a la “ayuda entre mujeres”. Esta es, sin duda, una de las opiniones más extendidas entre aquellos que defienden los vientres de alquiler que son, sobre todo, empresas intermediarias que aluden a la libertad de las mujeres de decidir qué hacer con sus cuerpos. Sin embargo, ambas posiciones a favor parten, bajo nuestro punto de vista, de una premisa equivocada. Por un lado, la propuesta de la derecha convierte a las mujeres en incubadoras humanas y deja abierta la posibilidad a que se siga produciendo una transacción económica (un resarcimiento) al margen de la ley o de la oficialidad del intercambio. Para dar respuesta a aquellas mujeres que no desean ser madres pero dan a luz tenemos alternativas ya desarrolladas o necesarias, como son la adopción o como serían ayudas estatales reales o un aborto universal y seguro para todas. Sin embargo, y pese a la ilegalidad actual de la gestación subrogada, entre el 2010 y el 2022 se solicitó inscribir a más de 3000 bebés en España nacidos a través de este método en países en los que sí está regulado, y estos son solo los datos de aquellas familias que no inscribieron directamente a los niños y niñas en los registros civiles del estado, donde no se hace referencia al lugar de la gestación.

Por otro lado, la cuestión de la libertad individual parte de la idea de que en este sistema es posible decidir para las mujeres trabajadoras. Cuando hablamos de la gestación subrogada, curiosamente, en pocas ocasiones (o, más bien, en ninguna) nos encontramos con mujeres ricas que, solidariamente, viven un embarazo y dan a luz para entregar a sus hijos a hijas a otras familias, independientemente de su clase social, sino que se trata de mujeres trabajadoras, en muchísimos casos pobres o en riesgo de pobreza, vulnerables ante la explotación capitalista, que encuentran en este método una manera de poder mantenerse a ellas mismas y a sus familias; es decir, mujeres que no solo se ven obligadas a vender su fuerza productiva para subsistir, sino también su fuerza reproductiva. De hecho, muchas de ellas recurren a esta práctica en más de una ocasión, convirtiéndolo en su trabajo “principal”.

No obstante, la presencia de este debate a nivel social se sustenta en un elemento básico o, más bien, en dos preguntas que, como revolucionari@s, debemos responder de manera clara: ¿son la paternidad y la maternidad un deseo? En muchas ocasiones, sí; ¿son un derecho? No, más todavía si hablamos de una maternidad o paternidad genéticas. En ningún caso se trata de negar o de anular el deseo individual de una persona a tener hijos o hijas, sino de no ponerlo por encima de los derechos reproductivos y sexuales básicos de cualquier mujer. Sin embargo, el capitalismo pone en marcha, de nuevo, toda su maquinaria ideológica para asegurarnos que nuestros deseos son únicos y prioritarios, y que con medios económicos podemos conseguir todo aquello que queramos. Solo es necesaria una rápida búsqueda en Internet para encontrar cientos de páginas de empresas, tanto españolas como internacionales, vendiendo las lindezas de la gestación subrogada y ofreciendo los mejores consejos para evitar las posibles trabas legales en aquellos países en los que los vientres de alquiler no son legales, como es el caso del Estado Español, y con unos precios solo accesibles a una mínima parte de la población. De nuevo, el sistema, a través de empresas que explotan los cuerpos y las vidas de las mujeres trabajadoras, se beneficia de nuestra pobreza y, de nuevo, un debate absolutamente ajeno a la realidad y las necesidades de la clase trabajadora se convierte en el centro del debate político por los intereses de unos pocos poderosos que quieren utilizar los cuerpos de las trabajadoras para conseguir cumplir con todos y cada uno de sus deseos, poniendo precio a la reproducción y, en definitiva, a la vida de un bebé.

La romantización de esta práctica no es una coincidencia en un momento en el que el movimiento feminista, impulsado en gran medida por la juventud, da más importancia que nunca a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y al derecho a decidir sobre nuestros cuerpos. El capitalismo pretende apropiarse de esta idea para justificar la compra de personas, el alquiler del cuerpo de las mujeres pobres, y en este sentido debemos ser firmes: la mercantilización de nuestros cuerpos, de nuestras vidas, no se puede tolerar.