Dada la actualidad política del rey emérito, recuperamos un trabajo de marzo de 2020 partiendo de la máxima de que “no hay nada más revolucionario que la verdad”, de ahí el problema que tienen los “demócratas” de pelaje variado con los trabajos históricos honrados.
El último mito de la Historia de España elaborado por los políticos y los historiadores de la democracia para ricos que hay desde 1978 en el Estado español fue la denominada “modélica Transición española”. Quisieron dejar sentado que el paso controlado de la democracia orgánica de Franco a la monarquía parlamentaria de Juan Carlos I fue un camino de la dictadura a la democracia. Uno de los ídolos construidos para contar ese mito fue Juan Carlos I, que llegó a ser calificado de “padre de la democracia”. Pero la Historia no perdona ni a los mitos ni a los ídolos. Al mito sencillamente lo termina situando en su contexto histórico descargándolo de metafísica y a los ídolos los desviste de sus oropeles convirtiéndoles en personajes de carne y hueso. Hoy la figura de Juan Carlos I ya se empieza a ver tal cual fue, un rey que, como tantos otros en la Historia, tragó con sapos y culebras con el único objetivo de ser coronado y gozar del Poder.
Peón
Juan Carlos de Borbón y Borbón, el futuro Juan Carlos I, nació en Roma el 5 de enero de 1938. Ya desde su cuna tuvo un pedigrí democrático sobresaliente porque no sólo era hijo del heredero del rey huido Alfonso XIII sino que le bautizó el reaccionario cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pio XII. Este eminente cardenal de la Iglesia católica era tan profundamente cristiano que ya siendo papa le enviará a Franco, el 2 de abril de 1939, un telegrama de felicitación por haber vencido en la Guerra Civil: “Levantando nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente, con V.E., deseada victoria católica España”. Para remachar su vocación eucarística unos días después, el 16 de abril, le da la bendición a los vencedores en la Guerra Civil a través de Radio Vaticano. Aún así no se quedó satisfecho y le otorgará al Caudillo la “Orden Suprema de Cristo”. Sí, fue este servidor de Cristo, este buen cristiano, el que bautizó al hoy rey emérito. Se puede decir, por lo tanto, que Juan Carlos I mamó la democracia desde la cuna y la pila bautismal.
La tradición familiar de Juan Carlos I es tan inmaculadamente democrática que el 29 de enero de 1939 Alfonso XIII y su heredero, Juan de Borbón, le envían telegramas de felicitación a Franco por la caída de Barcelona. El rey huido Alfonso XIII afirma que le envía al Caudillo “mi gratitud como español, con reiteración de mi adhesión”. Su hijo Juan de Borbón no podía ser menos y le manifestará al líder de la Cruzada sentir “el orgullo de ser español, por el victorioso remate, tan ejemplar, que redime para España las queridas provincias catalanas”. Cuando Franco da por concluida la Guerra Civil el 1 de abril de 1939 con su último parte de guerra, “en el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares”, el rey huido, Alfonso XIII, le remite un telegrama al Caudillo de la Cruzada en el que le manifiesta que “estoy a sus órdenes como siempre para cooperar en lo que de mí dependa”. Pero Franco no tenía ninguna intención de volver a sentar en el trono a Alfonso XIII, y así se lo dijo por carta, por lo que al rey huido no le quedó otra salida que abdicar el 15 de enero de 1941 en su hijo Juan de Borbón, el padre del hoy rey emérito Juan Carlos I.
Juan de Borbón se hizo llamar conde de Barcelona –un título que se dio a sí mismo- aunque sus seguidores le llamaron Don Juan y los más forofos Juan III. Dado su regio postín quiso ser nombrado rey pero Franco le advirtió por carta que la monarquía no se restauraría si no se comprometía con el fascismo español. No obstante, como la II Guerra Mundial no pintaba nada bien para los aliados de Franco, Hitler y Mussolini, el conde de Barcelona, pensando que los aliados pujarían por restaurar la monarquía española, contestó a Franco de manera rotunda, postulando la monarquía como una institución para todos los españoles. En esta dinámica de tira y afloja estuvieron Franco y Juan de Borbón mientras se iba desarrollando la II Guerra Mundial.
El 24 de julio de 1943 el Gran Consejo Fascista pide al rey Vittorio Emanuele III que asuma el mando del ejército y que se restauren las responsabilidades de la Corona y el Parlamento. Mussolini es destituido al día siguiente. Juan de Borbón reaccionó de inmediato y el 25 le envía a Franco un telegrama en el que le insta a restaurar la monarquía borbónica. Juan de Borbón insistirá en esta vía y le advertirá a Franco que su régimen no sobreviviría al final de la II Guerra Mundial por lo que debe restaurar la Monarquía para evitar el retorno de la República.
Ya con la II Guerra Mundial decidida, Juan de Borbón decide presionar a Franco públicamente y saca el “Manifiesto de Lausana” el 19 de marzo de 1945 en el que le requiere “solemnemente al General Franco para que reconociendo el fracaso de su concepción totalitaria del Estado, abandone el Poder y dé libre paso a la restauración del régimen tradicional de España, único capaz de garantizar la Religión, el Orden y la libertad”. Franco no cede, le dirá a los suyos que “mientras yo viva nunca seré una reina madre”.
El 8 de mayo de aquel 1945 se firma en Berlín la última rendición del ejército nazi y Franco rompe las relaciones diplomáticas con el Tercer Reich. La II Guerra Mundial había terminado en Europa. Con la guerra concluida más de uno, entre ellos el conde de Barcelona, pensó que los Aliados que habían derrotado en los campos de batalla al nazismo y al fascismo descabalgarían a Franco del poder. Pero unos y otros no comprendieron el papel estratégico que jugaba la España de Franco para los Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría, en el pugilato con la Unión Soviética. Además de esto, ya de por si trascendente, estaba el hecho de que descabalgar a Franco del poder era volver a darle alas a la revolución social ya que la memoria histórica estaba intacta y la clase trabajadora a pesar de los campos de exterminio franquistas aún tenía miles y miles de cuadros políticos y sindicales. Así, esta razón se vino a sumar a la anterior por lo que descabalgar a Franco del poder no era una opción para los líderes del “mundo libre”.
Terminada la II Guerra Mundial y empezada la Guerra Fría, Franco comienza a tejer una nueva funda política para su régimen fascista. En una reunión del gobierno comunica que se creará un “Consejo del Reino” que designará un rey que asumirá el trono cuando Franco muera y que se elaborará una constitución, el “Fuero de los españoles”. El régimen fascista comenzaba la mutación de fascismo a democracia orgánica, de “Nuevo Estado” a “Reino”. En esta dinámica, el 31 de marzo de 1947 se anuncia la “Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado”. El conde de Barcelona contesta este proceder y el 7 de abril lanza el “Manifiesto de Estoril”, en el que expresa su desacuerdo total con la “Ley de Sucesión” porque “prevé un sistema por completo opuesto al de las Leyes que históricamente han regulado la sucesión a la Corona”. No obstante, Franco sigue con su estrategia y el 6 de julio hace aprobar en referendo la “Ley de Sucesión”.
La fuerza de los hechos llevó a que el conde de Barcelona comprendiera que la coyuntura política era favorable a Franco por lo que cambió de estrategia. El 25 de agosto de 1948 Franco y Juan de Borbón se entrevistan por primera vez en el yate Azor. El acuerdo fue que su hijo Juan Carlos vendría a vivir y a estudiar en la España de Franco con tutores franquistas. Juan Carlos llega a Madrid en el mes de noviembre, era un peón sacrificado por su padre en la partida que este jugaba con Franco.
El 24 de noviembre Juan Carlos fue recibido por primera vez por Franco en El Pardo, en su residencia a las afueras de Madrid. Empezaba para su “Alteza” -así es como le llamó Franco toda la vida- un camino de aceptación de lo que fuera para conseguir la Corona. Oír, ver y callar fue su día a día. No obstante, “Juanito” –así le llamaba su padre- pasará de peón de papá a peón de Franco. Su padre lo quería como intercambio para conseguir la Corona pero no sabía o no quería saber que Franco ya le había descartado por sus impertinencias políticas en forma de manifiestos y que iba a probar si el chico era políticamente útil, es decir, manejable. Y lo fue, tragó carros y carretas. Se hizo tan manejable para Franco que este corriendo el año de gracia de 1962 le dijo: “Yo os aseguro, Alteza, que tenéis muchas más probabilidades de ser rey de España que vuestro padre”. Y así fue. “Juanito”, ante la estupefacción de su padre que no acababa de creerse que su hijo se saltara la sagrada línea dinástica para tratar de ser rey antes que él, se puso enteramente a las órdenes del Caudillo. La Corona ante todo.
El 22 de julio de 1969 Franco y sus Cortes designan a Juan Carlos como sucesor del propio Caudillo. La razón de este hecho lo explica el mismo Franco en su discurso a las Cortes cuando dice que ha optado por este sucesor porque el “Príncipe Don Juan Carlos de Borbón y Borbón (…) ha dado muestras de lealtad a los principios e instituciones del Régimen”. Al día siguiente, el 23, Juan Carlos jura fidelidad a Franco y a los Principios del Movimiento, primero en un acto íntimo en la Zarzuela y después en las Cortes. Después de jurar, el Príncipe de España –un título que no le dio su padre- empezó así su discurso ante las Cortes: “Mi General, señores ministros, señores procuradores: Plenamente consciente de la responsabilidad que asumo, acabo de jurar como sucesor, a título de Rey, lealtad a su Excelencia el Jefe del Estado y fidelidad a los principios del Movimiento Nacional y Leyes Fundamentales del Reino. Quiero expresar, en primer lugar, que recibo de su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo Franco la legitimidad política surgida de Julio de 1936”. Insistamos, asumía “la legitimidad política surgida de Julio de 1936”. Es decir, Juan Carlos asumía desde el propio golpe de estado a todos los crímenes sociales que había cometido el franquismo –y que seguiría cometiendo. La Corona ante todo. Así, no causa extrañeza que, según la prensa de la época, “catorce veces fue interrumpido el discurso de Su Alteza Real por los procuradores, que le aplaudieron con entusiasmo y puestos en pie”. El triunfo político de Franco era total, no sólo no había restaurado la monarquía después del golpe de estado sino que la había subordinado haciéndola su heredera.
Pero aún siendo ya el heredero oficial de Franco, Juan Carlos tuvo que caminar a la chita callando. Que terminase siendo el heredero de Franco, que se pudiera convertir en rey, dependía exclusivamente de la voluntad del Caudillo razón por la que el comportamiento del Príncipe de España tenía que seguir siendo exquisitamente respetuoso con todo lo que dijera e hiciera el Caudillo, la única fuente de su futuro poder. Por lo tanto, nada dirá Juan Carlos ni de los últimos fusilamientos que ordenó Franco. Lo importante era llegar a ceñir la ansiada Corona, su estrategia. Después de acompañar a un decrépito Franco en su última representación pública en el balcón del madrileño Palacio de Oriente, sabía que se acercaba el momento de recoger los frutos de su servil proceder. Franco mismo era consciente que su vida iba a terminar en breve por lo que hizo testamento y pidió a los suyos de forma explícita “que rodeéis al futuro Rey de España, Don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado”.
Ídolo
El 20 de noviembre de 1975 moría Franco y el 22 Juan Carlos volvía a jurar fidelidad a las Leyes Fundamentales y a los Principios del Movimiento pero esta vez para ser coronado rey: “Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional”. Acto seguido fue proclamado “Rey de España” con el nombre de Juan Carlos I. En su discurso a las Cortes elevará un canto fúnebre al Caudillo al afirmar que “una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito (…). España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio”.
Inmediatamente después de ser coronado, Juan Carlos I le da garantías a la viuda del Caudillo, Carmen Polo, de que nadie molestará ni perseguirá a su familia, ya “que estoy a la cabeza del Estado: impediré que se haga un memorial de agravios contra ustedes y contra cualquier persona del régimen (…). Van a estar tan seguros como lo han estado siempre”. Además, por Real Decreto le concederá a la viuda del Caudillo “el señorío de Meirás” y a su hija Carmen el “ducado de Franco”.
Juan Carlos I ya había conseguido la Corona, ahora se trataba de mantenerla. De Franco ya había aprendido la necesidad de remozar la fachada para mantenerse en el poder por lo que el heredero echó mano de sus peones para ganar la partida. Uno de ellos, Torcuato Fernández-Miranda, había sido su mentor y lo utilizó como estratega para pasar de un régimen político a otro, de la democracia orgánica a la monarquía parlamentaria. Pero todo ello de “la ley a la ley”, es decir, sin romper con la legitimidad franquista para no aparecer como un perjuro a los ojos del Ejército de Franco, ahora la base de su poder. Para concretar todo este camino en la práctica tiró del peón ejecutivo Adolfo Suárez, que resultó un timonel político insuperable ya que supo subir en la misma nave monárquica a los reformistas del régimen franquista y al PSOE de Felipe González y al PCE de Santiago Carrillo para llegar entre todos a la monarquía parlamentaría sin ruptura ninguna. Así mismo, el padre de Juan Carlos I, el conde de Barcelona, da por perdida la partida de convertirse en rey y el 14 de mayo de 1997, en un acto protocolario en el madrileño Palacio de la Zarzuela, renuncia a los derechos históricos de la monarquía española que en él descansaban como heredero de Alfonso XIII y se los pasa a su “hijo y heredero el Rey don Juan Carlos I”.
Fruto del paciente y decidido trabajo político del timonel Adolfo Suárez, el 15 de junio de 1977 se celebraron elecciones a “Cortes Constituyentes”. Las gana la UCD de Adolfo Suárez, seguida del PSOE de Felipe González y dejando a buena distancia al PCE de Santiago Carrillo y a la Alianza Popular de Fraga Iribarne.
Podríamos decir que el último escarceo serio de Juan Carlos I con la actividad política fue el montaje del golpe de estado del 23 de febrero de 1981. En un contexto social donde las exigencias populares se podían salir de madre –desde la óptica de los gobernantes- se dio el 23-F. Lo organizó su mentor militar el general Armada y Juan Carlos I lo desmontó públicamente cuando la cosa no salió como se esperaba porque un teniente-coronel de la Guardia Civil, Tejero, el tonto-útil que salió rana por no comprender la jugada, le dijo al propio Armada cuando este fue a intentar darle instrucciones en la Cámara Baja, que para traer un Gobierno de Concentración Nacional con “rojos” incluidos él no había entrado a tiros en el Congreso de los Diputados y que, además, no pensaba irse en avión a ninguna parte. Después de esta operación no del todo fallida ya que fue un toque de atención de que democracia sí pero sin pasarse y de la que pagaron la factura sus peones, Juan Carlos I se dedicó por entero a vivir la vida.
Barro
Juan Carlos I veía que su Corona se consolidaba gracias al cambio de régimen que los políticos estaban ejecutando gradualmente. Era ya tiempo de dedicarse a las finanzas reales, que estaban tiritando pues su propio padre, el conde de Barcelona, era financiado por aristócratas adinerados. Dada la precariedad financiera había que echarle ingenio. Y lo echó. Le pidió dinero al sha de Persia, Reza Pahlevi. Lo hizo a su estilo, con descaro campechano. Encabezó su carta llamándole “querido hermano”. El “argumento” de Juan Carlos I para sablear a su “hermano” fue que en las elecciones “el partido socialista obtuvo un porcentaje de votos más alto de lo esperado, lo que supone una seria amenaza para la seguridad del país y para la estabilidad de la monarquía, ya que fuentes fidedignas me han informado que su partido es marxista” y “por esa razón es imperativo que Adolfo Suárez reestructure y consolide la coalición política centrista, creando un partido político para él mismo que sirva de soporte a la monarquía y a la estabilidad de España. Por esta razón, mi querido hermano, me tomo la libertad de pedir tu apoyo en nombre del partido político del presidente Suárez, ahora en difícil coyuntura (…). Por eso me tomo la libertad, con todos mis respetos, de someter a tu generosa consideración la posibilidad de conceder 10.000.000 de dólares, como tu contribución personal al fortalecimiento de la monarquía española”. Así, con esta monárquica naturalidad le pidió al sátrapa iraní 10 millones de dólares, que este le dará.
¿Cómo pudo pedir el monarca dinero para un partido cuando él tendría que ser neutral en las elecciones? Bueno, la neutralidad política de un monarca es pura formalidad. Pero hay otra pregunta, ¿el dinero fue a parar a la UCD de Adolfo Suárez? No, que se sepa. Quizá a Juan Carlos I le pareció sencillamente una excusa creíble para poder capitalizar su cuenta.
Como se ve, la llegada de la “democracia” fue alegremente recibida por el rey Juan Carlos I. Tenía la Corona y ahora podía utilizarla para pedir favores. El Poder es fuente de riqueza. Este camino lo transitará con dedicación constante a lo largo de su reinado a tenor de las informaciones que han ido saliendo en los medios de comunicación a lo largo de los años. Así, a los ingresos opacos que percibió de los presupuestos generales del Estado otorgados por todos los gobiernos que pasaron por su reinado sumó los porcentajes que le fueron dando por su papel de intermediario en infinidad de operaciones convirtiéndose, según todos los indicios, en un gran receptor de comisiones. Para mover los capitales recibidos habrá tenido que utilizar testaferros, uno de ellos sería Manuel Prado y Colón de Carvajal que llegó a definirse como el “intendente general de don Juan Carlos I”. El rey le nombró embajador suyo y le dotó de pasaporte diplomático, cuya utilidad es sencillo percibir. “Amigos” de Juan Carlos I han aparecido ligados a todo tipo de negocios: especulaciones financieras, operaciones inmobiliarias, comercio de petróleo, tráfico de armas. También hay que engrosar en las recepciones económicas del rey suntuosos regalos, como fue el caso del yate Fortuna que en el año 1979 le regaló el rey Fahd de Arabia Saudí.
Aparte de sus quehaceres de comisionista en grandes negocios, Juan Carlos I se dedicó a las actividades extramatrimoniales. Aquí tampoco fue nada diferente a tantos otros reyes ya que el papel de la esposa para los monarcas es de paridora de herederos. De las necesidades lúdicas y festivas se ocupan otras mujeres, las compradas con joyas, casas y dineros -aunque alguna ilusa pueda caer por el camino encandilada por el encanto del Poder reflejado por un monarca.
Los gastos de un monarca con grandes dosis de apetitos sexuales tienen que ser forzosamente elevados ya que el rey se relaciona con las capas altas de las profesiones y las clases y tiene que demostrar que él es el de mayor rango y esa demostración sólo puede hacer con dinero contante y sonante, manifestación de Poder. Las actividades extramatrimoniales de Juan Carlos I han debido ser numerosas si tenemos en cuenta que varias amantes han llegado a ser vox populi. No obstante, el número de amantes y las sumas invertidas lo podríamos saber en buena medida si se sacasen a la luz los documentos que más que posiblemente tendrán archivados los servicios de inteligencia, el CESID y el CNI. Recuérdese que los servicios de inteligencia han tenido una gran implicación en las relaciones extramatrimoniales de Juan Carlos I, que ha ido desde hacer pagos, retirar material comprometido o dar consejos a las amantes para que no hablasen en exceso.
De las actividades extramatrimoniales de Juan Carlos I, dos casos son públicamente conocidos: Bárbara Rey y Corinna. La relación de Juan Carlos I con Bárbara Rey fue un secreto a voces. Al parecer duró años. En 1997 Bárbara Rey denunció un robo en su domicilio diciendo que se habían llevado materiales como negativos y vídeos. En diversos medios de comunicación se estimó que en este material podría haber pruebas comprometidas para el monarca, como fotos o vídeos que documentasen relaciones sexuales con la artista. La otra relación extramatrimonial hoy bien conocida es la que mantuvo con una mujer de negocios, Corinna. Su nombre saltó a los medios de comunicación en 2012 cuando Juan Carlos I se accidentó en Botsuana (Botswana) y apareció ella de por medio. Según la propia Corinna, ella y el rey mantuvieron una larga y estrecha relación.
Caída
Cuando en 2012 los sectores populares estaban en el centro de la crisis económica, es decir, llevándose todos los palos, Juan Carlos I se fue de caza mayor, a matar elefantes a una desconocida hasta entonces Botsuana, en el cono sur de África. ¿Cómo se puede matar cuando no es para comer? Y aún por encima, ¿cómo se puede matar a un elefante cuando es un animal noble, fuerte e inteligente? Quizá sea porque a los débiles de espíritu les da placer matar a alguien noble, fuerte e inteligente. No obstante, la caza vil de aquel elefante estuvo a punto de tumbar la monarquía española porque al conocerse el hecho la indignación popular fue muy grande. Desde el movimiento 15M se afirmaba que “le llaman democracia y no lo es” y lo sucedido venía a ratificar el lema. La monarquía se tambaleó, sólo la reacción de los políticos del régimen más inteligentes le permitió a Juan Carlos I entender que tenía que abdicar en su hijo Felipe para salvar la Corona. Juan Carlos I anuncia por TVE su abdicación el 2 de junio de 2014 y el día 19 era coronado rey Felipe VI.
Epílogo inconcluso
El caso de Corinna retorna a la mesa política una y otra vez dada la importancia que tuvo su relación con el hoy rey emérito. En 2015 fue a través de una conversación que tuvo con el empresario Juan Villalonga y el comisario José Manuel Villarejo. Este, siguiendo su modus operandi, la grabó. Corinna le dice a sus interlocutores que “están poniéndome una presión bárbara para devolverle las cosas” (propiedades y dinero).
El 25 de julio de 2018 el entonces director del CNI Félix Sanz Roldán acudió a la Comisión de Secretos Oficiales en el Congreso de los Diputados para informar de su viaje a Londres para entrevistarse con Corinna en representación del rey. Lo dicho no puede salir de la comisión pero salta a la vista que para que el propio director del CNI fuera en persona a hablar con Corinna el tema era más que serio. No se abrió ninguna Comisión de Investigación. A raíz de la información aparecida en un diario suizo el 4 de marzo de 2020 sobre 100 millones de euros depositados en una cuenta en el banco Mirabaud a nombre de la Fundación Lucum, una entidad panameña de la cual Juan Carlos I sería supuestamente el único beneficiario, el nombre de Corinna volvía a aparecer porque en 2012 habría recibido 65 millones de euros de Juan Carlos I. Su abogado dirá que el envío de ese dinero era por el “cariño” que el rey le tenía. Como parece un exceso de cariño, también se interpreta que pudo ser un ejercicio de lavado de dinero y que Corinna sería por entonces una testaferra del rey. Unos pocos días después de saltar la noticia a los medios Corinna dice que va a presentar en Londres una denuncia contra el hoy rey emérito Juan Carlos I y contra el ex director del CNI Félix Sanz Roldán por amenazas y acoso.
El “affaire Juan Carlos I” continúa. Que desestabilice más o menos a la monarquía o que incluso termine derribándola va a depender de diferentes factores, del conocimiento que se tenga de los ingresos atesorados por el rey emérito y del momento político-social que se viva cuando salga a la luz. Lo que sí está meridianamente claro es que Juan Carlos I es cualquier cosa menos “padre de la democracia”.
Artículo del historiador marxista Antonio Liz