Una oleada de revueltas se ha desatado en EEUU desde hace una semana a raíz del asesinato por asfixia, hecho viral a los pocos minutos por una grabación en video, del afroamericano George Floyd en Minneapolis a manos de 4 policías. Esta rabia se está extendiendo por varios países del mundo contra la violencia policial, el racismo y la impunidad y falta de justicia ante crímenes que guardan una clara naturaleza de clase. Ni siquiera unas conciliadoras palabra de Obama, que aún goza de predicamento entre la comunidad negra en EEUU, ha sofocado las marchas y la rabia.
El lema “Si no hay justicia no habrá paz”, ya coreado masivamente en 2014 tras el asesinato del joven Mike Brown en Ferguson, cuando se zarandeó la paz social de la administración Obama, un presidente de “los suyos”, ha vuelto a entonarse de este a oeste y a recordar que la muerte de George Floyd es una más en la larguísima lista del racismo criminal de la policía de EEUU. Pero si hace casi 6 años la revuelta estuvo protagonizada por el movimiento Black Lives Matter, hoy la movilización es transversal, mayormente joven y de clase trabajadora, y una nueva generación de izquierdas. Trump no esperaba este carácter explosivo, y su desafiante represión no ha hecho más que extender la mecha.
El elemento antirracista es central pero no desvinculado de la clase. Las desigualdades que agravó la crisis de 2008 y una recuperación basada en mayor precariedad y sobreexplotación ampliaron la brecha de color en un país en que el 80% de los registros e identificaciones se hacen a personas afroamericanas y una familia negra de Mineapolis gana hoy al año un 44% de una familia blanca. A estos datos hay que sumar el azote del coronavirus: según el Washington Post, en la mayoría de estados las zonas de población afroamericana sufren 3 veces más contagios y 6 veces más mortandad frente a las zonas con mayor proporción de población blanca.
La revuelta ha puesto muy pronto de relieve desde los primeros días las acciones de solidaridad entre trabajador@s: el sindicato de conductores de autobuses de Mineapolis se negó a transportar a policías y a l@s arrestad@s en las protestas y sanitari@s de algunos hospitales de Nueva York salieron a la calle a aplaudir las marchas antirracistas. Estos ejemplos demuestran que la lucha de clases es la misma contra el mismo capitalismo racista y criminal, señalando a la policía como el elemento más violento del estado capitalista, sobre todo en los tiempos de un presidente que ha establecido una línea racial para capitalizar el consenso blanco y dividir a la clase trabajadora norteamericana.
Desde izquierda Anticapitalista Revolucionaria IZAR llevamos hasta las últimas consecuencias la cita de Angela Davis de que para destruir el racismo hay que derribar todo el sistema capitalista y la explotación de l@s trabajador@s. Nos solidarizamos y apoyamos la lucha del movimiento antirracista y su necesaria convergencia con el mundo del trabajo en EEUU pero también en otros países del mundo. Como anticapitalistas y revolucionari@s, debemos entender estos vínculos entre el racismo y el capitalismo para tener una política que proponer a toda la clase trabajadora.
Porque no sólo es el asesinato de George Floyd en EEUU, sino también el de Adama Traoré en Francia, el mantero Mmame Mbye en Lavapiés, Mohammed Bouderbala en el CIE de Málaga y los 14 asesinad@s en la playa de El Tarajal en el estado español. ¡Justicia para tod@s! ¡Las vidas negras importan!